Ahora que medio planeta está absolutamente fascinado por la historia que nos narró el reciente documental de
Netflix Tiger King (2020), que incluso llevó a la cadena de streaming a aprovechar el acuartelamiento mandatorio mundial y ofrecerle a
Joel McHale (protagonista de
Community,
Sitcom que fue puesta on-line en la plataforma a principios de abril e hizo un ruido tal que ya se está hablando de una película) realizar un 8º capítulo que funcione como epílogo del documental y consista en una rápida entrevista a muchos de los ex-colaboradores del infame y destronado
Joe Exotic utilizando las bondades del streaming, es menester de este sitio traer a colación una verdadera maravilla del cine, una de esas producciones inclasificables que carga con una historia épica por detrás y que cautiva a cualquiera que la comience a ver, sobre todo si el espectador cuenta con un montón de los datos que voy a acercarles en esta reseña. Me estoy refiriendo a
Roar (1981), la fastuosa y ambiciosa producción de
Noel Marshall, guionista, productor, director y protagonista de esta ¿
tragedia?, que junto a su ex-mujer y protagonista
Tippi Hedren, su hijastra (una muy joven y bella
Melanie Griffith), y dos de sus hijos,
John y
Jerry, nos presentaron la película más peligrosa de la historia del cine.
Y esto no es humo. La producción se llevó adelante con más de 123 leones, tigres, panteras, jaguares, leopardos y pumas conviviendo y habitando, entre otros lugares, un rancho que fue construido expresamente para este film, y los actores y el equipo de producción tuvieron que "convivir" durante meses/años con estos animales salvajes que no estaban entrenados para tal fin y tampoco estaban drogados o dopados. El resultado más impactante: casi 70 personas sufrieron lesiones de todo tipo, incluidos el mismísimo
Noel y toda su familia. Solo por tirar un ejemplo: a
Melanie Griffith un león le arañó la cara y le tuvieron que clavar 50 puntos y una cirugía reconstructiva en el rostro para dejársela "normal". Bienvenidos al insano y fascinante mundo de
Roar, donde filmar una película es el equivalente a encerrarte en una jaula con 5 leones hambrientos.