Una vez más, Tierra Freak es una caja de sorpresas en cuanto a lo que dicta el sinuoso y caliente calendario de la televisión de ficción actual: mientras todo el mundo enloquece y pierde horas de navegación, lectura, escritura y debate alrededor del regreso de una de las series más celebradas y populares del momento –la cual, por cierto, con este decepcionante estreno vaticina el comienzo de una caída al abismo en cuanto a la calidad de su trama y la coherencia en el desarrollo de personajes, justo a la par del momento en el que los showrunners toman las riendas del contenido libres del peso de seguir adaptando libros-, nosotros esta semana reseñamos, por un lado, la adaptación de un comic de Image/IDW que seguro nadie leyó y por el otro, la recapitulación de la 2da temporada del spin-off de la mejor serie de todos los tiempos, Better Call Saul, labor que cae en mis hábiles manos y que desfallezco por ejecutar.
Hermanos de Sangre
La finalización de esta 2da corta temporada de, también, 10 episodios, se dio el pasado 18 de abril, con el capítulo titulado “klick”, el punto final de un sobrio chiste por parte de los realizadores del show que consistió en armar un anagrama con las iniciales de cada episodio, “anticipando” la llegada de un personaje muy conocido de la serie madre que finalmente nunca vimos. Ja ja. Amén de este detalle sin importancia, el plato fuerte de esta nueva aventura de nuestro querido Saul Goodman (ahora/antes Jimmy McGill) fue profundizar en la compleja y por momentos turbia relación que tiene con su hermano mayor, Chuck. Déjenme comentarles que tengo el privilegio de tener 2 hermanos –menores que yo-, uno de cada sexo, así que prácticamente la relación muy particular y especial que se da con esta parte de nuestra familia casi no tiene secretos para mí. Y desde que soy adulto y analizo cada una de mis relaciones hasta el hartazgo, siempre he llegado a la misma conclusión: la relación con los hermanos de uno es la más complicada de todas.
Con tus padres los caminos de comunicación casi siempre son los mismos, y en mayor o menor medida varían muy poco a lo largo de los años. En la mayoría de los casos cuando somos pequeños hay un dejo de admiración y orgullo hacia ellos, luego en la adolescencia hay un quiebre en el cual pasamos a detestarlos un poco porque no logran comprendernos ni sintonizar con nuestros problemas –aun cuando ni nosotros mismos tenemos claro cuáles son y cómo lidiar con ellos- y ya cuando maduramos y nos transformamos en adultos entendemos muchas de las decisiones que tomaron y nos volvemos a acercar a ellos en busca de, nuevamente, consejos y apoyo. Pero con los hermanos todo es muy confuso y entreverado, por momentos sentimos que somos casi almas gemelas, que en ellos tenemos nuestros mejores aliados y cómplices, y sin embargo hay un dejo de “competencia” para con ellos (hablo en plural porque tengo 2 hermanos, obvio) por el amor de nuestros padres pero también por la forma en que el exterior –la sociedad- nos va leyendo como familia. Hay etapas de comprensión y mucho afecto, y otras de inevitable alejamiento, muchas veces para prevenir choques que luego tengamos que lamentar, y si a eso le agregamos las crisis familiares con las que todos deberemos lidiar, y las posturas que cada uno va a tomar… bueno, se complica.
La relación entre Jimmy y Chuck es sencillamente maravillosa, uno bien podría ser leído como la oveja negra de la familia, y en esta temporada nos queda más que claro el porqué gracias a diversos flashbacks del pasado del hermano menor, y el otro claramente es el que se ha forjado un camino de éxito y fortuna gracias a la dedicación que le puso a su carrera y su oficio, pero también a sus capacidades inusuales entre las cuales se cuenta una memoria prodigiosa. Y sin embargo, los celos son los que terminan definiendo y forjando el lazo que los une. Celos de Chuck hacia Jimmy, que no puede terminar de entender cómo es que el mundo no se da cuenta que su hermano menor es poco menos que un bufón, un charlatán, un embaucador con lengua de serpiente, un timador y un estafador de primera línea. Una deshonra para la familia y claramente para la profesión que a él, a Chuck, lo define. Esto quedó establecido al final de la temporada anterior, y aquí no hace más que intensificarse, y el cliffhanger del final del último capítulo abre las puertas para lo que sin duda alguna terminará siendo una condena –sino legal, mínimamente social- por sobre el lomo de Jimmy, que atentará directamente contra la relación entre ambos, que hoy por hoy pende de un hilo.
Pero lo precioso de todo esto es que Jimmy no siente lo mismo, de hecho nuestro protagonista conoce a su hermano como si lo hubiera parido, pero el amor que profesa por él lo hace torcer la vista hacia otro lado cuando de Chuck solo salen palabras de desprecio, y aún a sabiendas de los sentimientos que su hermano tiene para con él, no deja de preocuparse por su salud –física y mental-, no deja de reconocerle las enormes pericias que tiene cuando se trata de temas legales, y procura seguir con los deseos de su hermano hasta las últimas consecuencias. Nada de lo que Jimmy pergeñó por el amor que profesa por su compañera tuvo como objetivo dañar a Chuck, y si en el camino su hermano se vio envuelto en un fuego cruzado incluso es capaz de poner su pecho antes las balas, a sabiendas del costo que eso tendrá a futuro. Sencillamente maravilloso. Nada de todo esto sería posible sin la inestimable contribución de las aptitudes para la actuación de un cada día más enorme Bob Odenkirk, que con cada capítulo que avanza sobre la trama va construyendo un personaje entrañable plagado de matices, un chanta querible de esos que no abundan en la caja boba, y que corre riesgo de terminar opacando incluso a las caracterizaciones que hicieron allá lejos y hace tiempo Bryan Cranston y Aaron Paul de sus inolvidables Walter White y Jesse Pinkman, respectivamente. Ojo.
Mesa Verde
La columna vertebral de esta temporada giró alrededor de lo que acabo de exponer, pero paralelo a esto tuvimos también otras sorpresas: el desarrollo de dos personajes secundarios, Kim y Mike. La primera avanzó, muchas veces no del todo convencida, en su relación con nuestro protagonista, incluso al punto de dejar que la persuadiera de que era un buen momento para patear el tablero y salir a pechearla en solitario. Pero además se permitió disfrutar, por un corto momento, del mundo del cual Jimmy proviene, ese que se mueve a expensas de la ley, que toma lo que quiere porque puede y porque existen personas que están demasiado ensimismadas en su propio ego como para poder ver por donde llegan las balas. La apuesta que Kim hace por Jimmy y por su futuro es enorme, y las recompensas podrían tardar mucho en caer, pero lo hace porque nuestro anti-héroe exuda un raro carisma que hace que te sea casi imposible negarte. Esa es la raíz de los celos de Chuck por su hermano: el extraño carisma que Jimmy tiene, digno de los mejores personajes salidos de la imaginería de Vince Gilligan y Peter Gould, que a pesar de contar con una presencia que puede causarte más vergüenza ajena que satisfacción, logra dejar una huella, no permite que te olvides de él fácilmente y hasta cabe la posibilidad de que te saque una sonrisa.
En el medio de este triángulo relacional aparece Mesa Verde, un potencial cliente que obtuvo Kim para la firma que trabaja y que se convertirá en el Santo Grial de prácticamente todos los “legalmente” involucrados, sacando lo mejor y lo peor de cada uno, y exponiendo viejas heridas y nuevas artimañas de cada contendiente. Los límites serán puestos en juego, una vez más, con una maestría por parte de los guionistas que es realmente envidiable, y habrá momentos donde el drama humano y los conflictos legales se fundirán en uno solo de forma tan sutil y exquisita, y muchas veces de manera tan imprevisible, que uno no podrá menos que aplaudir de pie.
Mike, por su lado, poco a poco, paso a paso, está comenzando a transitar de manera certera pero apaciguada el camino que lo llevará a transformarse en la precisa máquina de matar que supimos conocer en la serie madre. Aquí comienzan a aparecer los primeros síntomas, los primeros quiebres, comienzan a florecer sentimientos como la venganza y la sed de cierta justicia, y dentro de la maquinaria de pensamientos de Mike los ajustes de cuentas personales se van a tornar inevitables. Por momentos casi como un cómplice, regresa Michael Mando en su papel del narco Nacho Varga, esta vez para intentar dar el golpe de gracia que lo depositará en la cúspide de la pirámide y le abrirá las puertas de la confianza de Hector Salamanca, otro viejo conocido de los televidentes en su versión mejorada y depurada, no sin la oportuna ayuda de Mike, por supuesto.
Better Call Saul, para sorpresa de nadie que haya sido testigo preferencial de la primer temporada, se transformó nuevamente en un show enorme, con una calidad narrativa digna de las buenas ficciones, con un sinfín de detalles de post-producción puestos en función de generar el clima adecuado para el contexto de cada episodio, y lo mejor de todo es que avanza sin prisa hacia su anticipado final, y no solo no reniega del mismo, cada vez parece estar más lejos de ese crucial punto culmine. Los orígenes y las razones de la existencia de esta serie quedaron muy atrás, a nadie debería interesarle hoy que esta historia forma parte del mismo universo que Breaking Bad, salvo por la excelencia en la ejecución de cada una de sus partes y por los pocos y sutiles detalles que la van “acomodando” dentro de ese contexto. Para desgracia de todo aquel que intenta reducir el número de shows a seguir, Better Call Saul se transformó en una más de las mejores series de este 2016 que estamos transitando, y debería ser una cita obligatoria para todo aquel que se jacte de estar “al día” con las mejores ficciones que nos entrega el país del norte.