Esta semana ocurrieron dos eventos relacionados con el mundo del espectáculo que eran merecedores de una reseña de mi parte: el final de la serie de AMC, Breaking Bad, y el fallecimiento del escritor Tom Clancy a la edad de 66 años. La urgencia por reflexionar sobre un show televisivo que nos obsesionó y emocionó como pocos en los últimos años posterga el homenaje y saludo de despedida al viejo Clancy para la semana que viene, sobre todo teniendo en cuenta que ya he enumerado en otra entrada los films que adaptaron al cine algunas de las aventuras de su personaje más conocido: el agente de la C.I.A. Jack Ryan. Pasemos entonces a la última degustación de este delicioso manjar que sacudió la televisión yanquie durante los últimos 5 años.
Say my Name
¿Cómo logras que alguien a quien la poesía le es ajena descubra entre los cientos de libros que llegan a la librería en la que trabaja un ejemplar de Leaves of Grass del poeta norteamericano Walt Whitman, y no solo se emocione sino que inmediatamente lo aparte para adquirirlo, sin siquiera haberlo ojeado? Sencillo: llevas adelante una obra maestra como Breaking Bad.
Un ex colaborador de este sitio escribió hace algunos días una frase que de alguna forma resume la experiencia que representa sentarse en el asiento del acompañante del letal bólido conducido por la mente criminal que responde al hombre de Heisenberg: no vivimos la época de Shakespeare ni la de Borges ni el Renacimiento ni la llegada del Hombre a la Luna, pero fuimos contemporáneos y disfrutamos de la mejor serie de T.V. de todos los tiempos. ¿Una gratuita exageración disparada por el desenfreno y la excitación que desata un dignísimo y emotivo cierre de un gran show? Nada más lejos de la realidad.
This.... is not meth
Lo que sí es cierto es que la experiencia de ver Breaking Bad es muy propia, muy personal, muy íntima. Aquellos que consideran que Breaking Bad (B.B. desde acá) jamás sorprendió tanto como con Crazy Handful of Nothin', el episodio que podría significar la consolidación estética de Heisenberg, tienen razón. Aquellos que quedaron marcados por el impacto que causó Peekaboo y reivindican ese episodio por sobre toda la serie también tienen razón. En cambio, hay quienes le atribuyen el pico de la serie al capítulo Hermanos, donde tenemos el recuerdo de la sociedad entre Gus y Max (probablemente el mejor flashback de la historia de la televisión), y otros ponen por encima de todo a episodios como Fly, Salud, To'hajiilee, Face Offs… incluso hay quienes hoy opinan que el momento más alto de la 5ta y última temporada es Ozymandias, muy por encima de Felina. También ellos tienen razón. Uno de los rasgos distintivos de la serie fue la forma en la que misma creó empatía con el televidente a través de distintas situaciones dramáticas que van de la mano con un puñado de personajes a primera vista moralmente incorrectos pero que resultan más familiares de lo que nos gustaría. Aún cuando nos son ajenas las vivencias extremadamente peligrosas por las que casi todos los personajes pasan –y el destino fatal que muchos terminan teniendo, por supuesto-, es imposible no identificarse con momentos mucho más mundanos. ¿Quién no estuvo cerca de vivir muchas veces esa situación de desazón y decepción que siente Jesse cuando se re-encuentra con sus padres y no recibe más que críticas y miradas incriminadoras? ¿Qué fumador no entiende perfectamente a Skyler cuando, aún embarazada, necesita manejar la ansiedad y angustia prendiendo un pucho? ¿Qué padres que tienen sobre sus espaldas la pesada carga de tener que lidiar con un hijo adolescente que cuenta con ciertas limitaciones físicas no se sentirían aliviados de poder experimentar vivencias durante unos instantes con un hijo adoptivo que carece de las mismas? Y ya que hablamos de padres, ¿Cuántos de nosotros justificamos muchas de las acciones de Walter White, si las mismas tenían como objetivo preservar el futuro de su familia o cuidar de la salud de su aliado?
Better Call Saul
No puedo pararme a rever B.B. sin caer en el cliché de revisar la historia del personaje que se transformó en la columna vertebral de la serie: Walter White. Pero a riesgo de patear en contra de la reseña, no solo considero que esto es un lugar común, es injusto. Sí, es cierto, el camino recorrido por este personaje es delicioso. Si tenemos en cuenta que en el primer episodio de la serie en un monólogo que pronuncia delante de sus alumnos anticipa el leitv-motiv del show, con las palabras Chemistry is, well technically, chemistry is the study of matter. But I prefer to see it as the study of change [traducción libre: la química es, técnicamente, el estudio de la materia, pero yo prefiero verla como el estudio del cambio], y si además caemos en la cuenta de que Heisenberg estuvo presente desde el momento mismo en que Walter White deja de ser un cobarde, una reacción que comienza también en ese mismo capítulo incendiando el auto de un extraño, es evidente que todo pasa por este profesor de química devenido en narcotraficante. No lo niego, por supuesto que no. Pero son tantas las razones por las cuales cualquiera que aún no lo haya hecho debería acercarse a esta serie que me parece una falta de respeto enfocarme demasiado en la cabeza de esta particular familia que vive en el 308 de Negra Arroyo Lane, en Albuquerque, New Mexico, y descuidar los otros detalles. Sin embargo, lo voy a hacer, pero solo para no aburrirlos por demás.
Este personaje, entonces, que logró un 92% de pureza en la creación de metanfetamina, algo que en el subterfugio ficcional de Albuquerque se terminó conociendo como el Heisenberg level, representó para todos los que seguimos B.B. la manifestación más pura y digna de la consigna sentirse vivo haciendo lo que uno mejor sabe, aún a costa de poner en peligro a todos los que te rodean. Sin inmiscuirnos en términos demasiado técnicos, hay corrientes relacionadas con terapias alternativas para tratar el cáncer que presentan esta afección crónica como una dolencia física provocada por nuestra cabeza, y como tal, es tratable… siempre y cuando estemos dispuestos a superarla. La inclusión de esta enfermedad en la serie no es, entonces, una elección gratuita o azarosa, ni tampoco un recurso extremo para poner a Walter contra las cuerdas, es casi una declaración de principios de parte de los realizadores del show, sobre todo cuando observamos lo que sucede alrededor del personaje cuando el cáncer entra en la etapa de remisión… y en qué momento regresa.
Este personaje, entonces, que logró un 92% de pureza en la creación de metanfetamina, algo que en el subterfugio ficcional de Albuquerque se terminó conociendo como el Heisenberg level, representó para todos los que seguimos B.B. la manifestación más pura y digna de la consigna sentirse vivo haciendo lo que uno mejor sabe, aún a costa de poner en peligro a todos los que te rodean. Sin inmiscuirnos en términos demasiado técnicos, hay corrientes relacionadas con terapias alternativas para tratar el cáncer que presentan esta afección crónica como una dolencia física provocada por nuestra cabeza, y como tal, es tratable… siempre y cuando estemos dispuestos a superarla. La inclusión de esta enfermedad en la serie no es, entonces, una elección gratuita o azarosa, ni tampoco un recurso extremo para poner a Walter contra las cuerdas, es casi una declaración de principios de parte de los realizadores del show, sobre todo cuando observamos lo que sucede alrededor del personaje cuando el cáncer entra en la etapa de remisión… y en qué momento regresa.
I am the Danger
En esta parte cabe destacar algunas exquisiteces de la trama, algunas frases y momentos culmines e inolvidables, y la catarata de referencias culturales que tuvo, y como se adueñó del concepto de causa y consecuencia para prácticamente todas las situaciones jodidas que presentó, como también recordar los personajes más importantes y aquellos secundarios que tuvieron poco tiempo en pantalla pero dejaron sus huellas, para luego desplazarnos detrás de la cámara y la ficción y profundizar sobre los realizadores de la misma, con Vince Gilligan a la cabeza. Corresponde también mencionar el impacto cultural que la serie tuvo (sobre todo en las Redes Sociales), los premios que recibió, lo bien que le fue en rating y lo mucho que levantó el estándar de los shows que vendrán.
Pero no lo voy a hacer. Me niego rotundamente. Aquí si me planto. Y créanme: no lo hago por vago ni tampoco porque no sepa cómo. De hecho creo que si por algo se caracterizan mis reseñas es por el desfile de datos técnicos complementarios que suelo dejar caer en mis textos mientras analizo un producto desde todos los ángulos posibles.
Breaking Bad amerita un cierre con perfil bajo. Porque ese fue el espíritu de la misma desde su concepción. Es uno de esos goces íntimos e intensos que los humanos nos permitimos de vez en cuando. Es esa copa del mejor vino tinto que tomamos en la soledad de nuestro comedor mientras escuchamos esa única pieza musical. Es esa pantalla final que acabamos de terminar de culminar de ese adictivo juego que nos robó horas de sueño y nos deparó infinitas emociones. Es esa última página de ese perfecto y equilibrado libro que acabamos de leer y que nos disparó una sonrisa, esa viñeta final que apreciamos con ese guiño imposible de obviar y que en ese momento sentimos que fue puesto para nosotros. Fue ese sentimiento durante toda la serie, pero multiplicado con creces. Y ahora, acá, hoy, no me importa ni reparo demasiado en la incertidumbre de saber si alguna vez volveré a emocionarme con otra serie de T.V. como sucedió con esta: hoy, Breaking Bad me hizo feliz, y tuvo un cierre digno de levantarse y aplaudir. Y nada más importa.
Una última palabra: si aún no lo hiciste, por favor mirá Breaking Bad. Comenzá a recorrer el camino, abrí tu cabeza, permitite disfrutar de este show sin prejuicios, sin intención de analizar estúpidamente cada capítulo, cada escena. Dejate llevar, y sé feliz.
Nos volvemos a leer la semana que viene, acá, en Tierra Freak.