martes, 23 de abril de 2013

Rob Liefeld es un crack - La Payada de Kid Koala.



“Era un nene” es la excusa para explicar por qué tenés una Spawn en tu casa; por qué preferiste comprar un taco de Hawk and Dove de Liefeld antes que uno de V For Vendetta o para justificar que te compraste primero la edición de dos discos de Transformers y en su momento no te calentaste tanto con Dark Knight Returns. ¿Cuándo se desarrollan las papilas gustativas del comiquero?


Vamos a la wiki: Las papilas gustativas son un conjunto de receptores sensoriales o específicamente llamados receptores gustativos. Se encuentran en la lengua y son los principales promotores del sentido del gusto. Dependiendo de su localización en la lengua tienen la habilidad de detectar mejor cierto tipo de estímulos o sabores.

Saquemos la parte de la lengua. Evidentemente el buen gusto para el comiquero, está alojado en otro rincón. Hay un algo que nos dice “esto está bueno”, pero ese algo es un sexto sentido que se desarrolla. Y cuesta mucho desarrollarlo. Un par de años de leer porquería al menos.

Es verdad, hay que confesar. Tengo que arrancar diciendo que en los 90s, era un pibe. Había cosas buenísimas. Estaba el Starman de Robinson, los Invisibles de Morrison, Sandman de Gaiman, Preacher de Ennis, el Spectre de Ostrander y Mandrake, Astro City de Busiek, Bone de Jeff Smith, Hellboy de Mignola, el Hulk de Peter David... Y no, yo leía otras cosas... Ok, voy a contarlo: ¡Tengo una Grifter/Badrock! ¡Me gustaban los dibujos de Rob Liefeld!

Es jodido. Y no puedo decir que nadie me haya dicho “lee esto que está bueno”. Tenía un único amigo comiquero. Pero sabía. A ver, me acuerdo de que me pasó la Invisibles #10 (vol. 1), de haberla leído y que me pareciera aburrida. De odiar los dibujos y leerla por compromiso, simplemente porque no había demasiado para elegir y cada cosa que te prestaban para leer. La leías. Dos o tres veces. O sea, antes había que pagar para leer, viejo. Y leer gratis era leer cosas prestadas, así que se leía todo lo que te prestaban, aunque no gustara. Como fuera, odié ese comic. Unos años después leerlo era “woooooooooooooooooo, qué buena historia!!!!” y los dibujos de Chris Weston... me empezaron a gustar. Ok. Los Invisibles es algo difícil de entrar, ¿pero cómo pasas de pensar que Rob Liefeld dibuja copado a buscar cosas de Weston?, ¿En qué momento te interesa más leer a Phoney Bone intentando arreglar una carrera de vacas que a la Justice League de Dan Jurguens enfrentando al Doctor Destino? ¿Quién es el zombie que está leyendo al Superman de Lobdell en vez del Hawkeye de Fraction?

En los noventas, ser un pibe era complicado. O sea, un par de décimas menos de coeficiente
intelectual era todo lo que necesitaba Marvel para que pensaras que X-Factor de David estaba igual de bueno que los X-Force de Fabian Nicieza y Greg Capullo. Y si algun iluminado te había convencido de darle una oportunidad a The Killing Joke de Alan Moore, podías llegar a caerle con ganas a cosas difíciles de recordar con entusiasmo, como los WildCATs que hizo con Travis Charest.

¿Qué sentidos entran en juego a la hora de leer un comic? La vista, fundamental. Todo entra por los ojos, viñeta, globitos, historia y dibujo. Es el sentido del que más vas a abusar. De tu buen gusto dependerá que la experiencia sea una historia de amor como la de Celine y Jesse en Before Sunrise o una violación violenta dentro de un túnel mugriento como la que le hacen a  Monica Belluci en Irreversible. Sabelo, podés encontrarte con una joya para recomendar y chapear, o encontrarte arrumbado debajo de la ducha, llorando amargamente.

El tacto vale. Al menos en mi caso, la porosidad del papel higiénico en el que imprimían las Columba era uno de los factores (siendo el más importante mi mal gusto y estupidez) que me privó de leer a Robin Wood por mucho tiempo. Y siempre es un disfrute tocar ese áspero y frágil papel de los comics yanquis de hace... cuarenta años. Escribo esto y me siento como Paul, el sommelier de Coca Cola Light. Suena berreta, lo sé, pero es verdad.

El olfato es importante para el que hizo de la lectura, una religión pagana. Imaginate un aquelarre memorable donde se bebe vino, fuma cannabis y tiene sexo por largas horas para invocar al mago Shazam; en este sacerdocio del comiquero, lo primero que se hace antes de meterse a otro mundo o multiverso es oler el comic. Una rápida y profunda aspirada con cualquier libro o revista que cae a nuestras manos por primera vez, con la muy probable consecuencia de terminar como el amigo y judas narco de Johnny Deep en Blow es inevitable.    

Desarrollar el buen gusto lleva años. Y a veces ni eso. O sea, hay que explicar al tipo que lee Witchblade desde el número uno. Los hay. O sea, eso sigue saliendo. Hay que hacer una clasificación importante: está bien que leas lo que se te cante. Lo que está mal es que pienses que está bueno. Y ahí entra el juego de las subjetividades, porque yo digo “¿Witchblade? No tenés verguenza, negro”. Y a mi me dicen “¿El Superior Spider-Man de Slott?!”. Me gusta, sí. Es algo a lo que le veo el final cantadísimo, pero igual me parece interesante leer ese menjunje rarísimo que está haciendo el gordo con Peter y el Doc Ock. Nadie tiene la palabra en cuanto a qué está bueno y qué no, pero hay concensos generales, aunque haya gente que no le haya gustado Watchmen.

Los primeros comics que detesté por inmundos fueron los de esa movida de Heroes Reborn. El Captain America de Liefeld (que sí, hasta entonces me gustaba), con colores re lindos, pero cero amor. Creo, me acuerdo, que iban cuatro números y Steve aun no se había puesto el traje. Era el decompressed storytelling de Bendis pero sin intención de contar una historia. Era Rob, mi buen amigo, tirado a chanta y contando billetes. ¡Era Rob poniendole tetas al Capi!!!!

Heroes Return, con los Avengers de Kurt Busiek fue una grata sorpresa, en medio de la JLA de Morrison y Preacher de Garth Ennis. Mas o menos, cuando uno deja de priorizar a los dibujantes y se queda con las historias. Va bien rumbeado. Eso te empieza a abrir el abanico, y pasás de los Vengadores a... Astro City. Y conocés a un tal Brent Anderson que jamás te habría atraído a comprar un comic y al cuarto número te empieza a gustar porque te diste cuenta que tiene algo de los clásicos que te gustan. Y cuando analizás lo que estás leyendo caes en que no estás leyendo una de superheroes, sino de problemas comunes a las personas maquillados con máscaras y rayos de energía, así que le das bola a esas recomendaciones de comics donde no hay calzones expuestos y capuchas y podes empezar, si tenés un gustito por el horror, con el Hellblazer de Vertigo o, si te pintó Lord of the Rings, con Bone.

Fue un camino tortuoso y largo, pero tenés muchísimo material copado para leer y muchas revistas de mierda para revender. No te preocupes, alguien, aún ansioso de mirarle las tetas al Capitán America, leer al Motorista Fantasma con los Hijos de la Medianoche o ver a Bane romperle la columna a Batman, las va a comprar, siempre; y de fondo vas a escuchar “Ciclo sin fin” de el Rey Leon, sonando dulcemente en tus oídos. Eso sí, cuando putees a Rob Liefeld, no niegues que en algún momento creías que era un crack. Se lo debemos por habernos convencido de qué era una mierda
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