Me da un poco de envidia cuando algunos amigos o personas cercanas pueden recordar cuál fue la primer historieta que leyeron. Para mí es imposible. La historieta me ha acompañado desde que tengo memoria, desde que sé leer. Vengo de una casa donde mis dos padres siempre alentaron la lectura, de libros, historietas, de lo que a mí o a mis hermanos nos guste. Siempre. La lectura estuvo presente en mi pequeña familia de forma transversal, casi sin que nos diéramos cuenta, y si bien nunca hubo un vínculo estrecho entre esa lectura y la comunicación con nuestros padres (en general lo que cada uno estaba leyendo no formaba parte de las charlas familiares, salvo honrosas excepciones), el material estuvo siempre ahí, siempre disponible, y siempre en aumento. De hecho, aún cuando mis hábitos como coleccionista de historieta se manifestaron bastante tarde, teniendo en cuenta que estaba vinculado con el medio desde muy pequeño, es muy probable que los mismos, inconscientemente, también comenzaran a florecer por conductas que percibía en mis padres. Las bibliotecas del departamento que habité con mi familia casi toda mi niñez y adolescencia crecían y se multiplicaban con el paso de los años, en parte por las colecciones que, sobre todo en los ’90, comenzaron a salir en los kioscos. Clásicos indiscutidos de la literatura nacional y mundial eran ofrecidos de forma regular a precios accesibles y mis padres eran muy permeables a ese tipo de oportunidades.
Mi relación con la historieta, entonces, comienza a una edad muy temprana, pero el vínculo fuerte con la misma aparece a mediados de los ’90, cuando me doy cuenta que amo ese medio, probablemente mucho más que otros medios que también me eran afines, como el cine, la música y la literatura, y ahí entro en la etapa de coleccionista. Y con esa nueva etapa inconscientemente inaugurada, comienzo a conocer personas con gustos afines, las cuales no se limitaban al entorno geográfico en el que se desarrollaba mi vida en esos días. Y comienzo a forjar amistades a la distancia, las cuales se sostenían por esta pasión que nos aunaba, amistades que, años después, se transformarían en el eje sobre el cual terminaría desarrollando gran parte de mi vida adulta.
Es imposible para mí hablar de la historieta como medio y no mencionar que gracias a la misma conocí a la mayoría de los que hoy son mis mejores amigos. Entiendo también que, por suerte, a muchas personas les ha pasado algo similar, y lo festejo, pero yo no dejo de sentirme en algún punto “especial” por ese diferencial en la ecuación del “lector de historietas promedio”. A mí la historieta me hizo conocer otras ciudades, recorrer un poco parte de este hermoso país, y me animó a cortar el cordón umbilical y desarrollar mi vida en otra ciudad, en la ciudad más grande y sobre-poblada de estas latitudes, prácticamente sin miedos en esa apuesta porque contaba con un sólido grupo de amigos que me cubrirían la espalda… y con la historieta.
Cuando me fui a vivir solo por primera vez en esta ciudad,
Capital Federal, hace ya 11 años, sucedió algo que, una vez más, no estaba planificado pero se manifestó naturalmente de forma inconscientemente: de ahí en adelante cada día de mi vida estuvo signada por una lectura de alguna historieta, un hermosa “rutina” que conservo al día de hoy. Parece poco común lo que estoy mencionando, pero visto desde la perspectiva de la cantidad de cosas que tenemos hoy a nuestra disposición para consumir, cobra bastante notoriedad. No todos los días puedo ver una película nueva, no todos los días puedo ver algún capítulo nuevo de alguna serie de T.V., no todos los días escucho algún disco nuevo o avanzo en la lectura de alguna novela o agarro la
Rolling Stone o leo on-line sobre política, economía o noticias frikis o entro a youtube a ver las novedades de los canales que sigo, pero todos y cada uno de los días leo alguna historieta. Todos. Sin excepción. Puede que sea algo en papel o digital, puede que le dedique solo 20 minutos o me tire en la cama a leer durante 2 horas, puede que lo haga al comenzar el día o cuando
Morpheus está a punto de derrotarme, pero no pasa un solo día sin que haya entrado en contacto con ese magnífico universo repleto de viñetas y globos de diálogos.
El medio también se presta para eso, en eso estamos de acuerdo. Una película requiere de, como mínimo, 90 minutos dispuestos para poder consumirla en su totalidad. Un capítulo de una serie de T.V., 50 minutos. Una novela… bueno, nadie lee una novela de un tirón, pero es bastante poco “productivo” para avanzar en la misma dedicarle 15 minutos por día. Sé que mucha gente lo hace pero a mí no me funciona, se me va diluyendo el interés por la obra si la consumo de esa manera.
Pero la historieta es tan genial que inclusive ahí también tiene una ventaja. Un cómic yanquie promedio de 22 páginas es consumido a razón de 1 minuto por página en el mejor de los casos, en la mayoría de los casos solo necesitás de 15 minutos para podes leer todo un número, y muchas veces sólo estás interesado en leer ese único número ese día. O solo contas con ese tiempo, y punto. De una forma u otra, la historieta es muy amena a que uno pueda hacer de la lectura diaria de la misma un sano hábito que termina forjando una relación muy estrecha con el medio, muy personal, algo que raya lo espiritual.
Y cuando no sos un cabeza de termo estás abierto a leer absolutamente cualquier cosa que el medio pueda darte. Varios de mis mejores amigos, igual que yo, tenemos una tendencia (ni siquiera lo llamaría predilección) a leer muchísimo material originario del país del norte, en la gran mayoría de los casos con corte super-heróico, en parte porque fue este mismo sub-género el que nos terminó transformando en “coleccionistas”, pero también porque la cantidad de material nuevo que mensualmente produce U.S.A. es bestial. Por supuesto que países como Japón y Francia también tienen una oferta asquerosamente grande, pero está el tema icónico-cultural de muchas de las franquicias norteamericanas que videntemente a mí generación le resultaron muy seductoras. Pero más allá de ese temita no menor de oferta-demanda y las elecciones que uno hace para su lectura, yo jamás le tuve asco a absolutamente ninguna corriente relacionada con la historieta. Para mí era muy sencillo: si es una historieta, si responde a ese medio, y hay gente que está hablando muy bien de ella, provenga de donde provenga y la escriba quien la escriba tengo que darle una oportunidad. Y si nadie habla de ella pero de todos modos a mí me llama la atención por algún motivo, adentro. Y si muchos la putean, y, no se… quizás quiero saber porqué la putean. Venga. En la diversidad está el gusto…