Me da un poco de envidia cuando algunos amigos o personas cercanas pueden recordar cuál fue la primer historieta que leyeron. Para mí es imposible. La historieta me ha acompañado desde que tengo memoria, desde que sé leer. Vengo de una casa donde mis dos padres siempre alentaron la lectura, de libros, historietas, de lo que a mí o a mis hermanos nos guste. Siempre. La lectura estuvo presente en mi pequeña familia de forma transversal, casi sin que nos diéramos cuenta, y si bien nunca hubo un vínculo estrecho entre esa lectura y la comunicación con nuestros padres (en general lo que cada uno estaba leyendo no formaba parte de las charlas familiares, salvo honrosas excepciones), el material estuvo siempre ahí, siempre disponible, y siempre en aumento. De hecho, aún cuando mis hábitos como coleccionista de historieta se manifestaron bastante tarde, teniendo en cuenta que estaba vinculado con el medio desde muy pequeño, es muy probable que los mismos, inconscientemente, también comenzaran a florecer por conductas que percibía en mis padres. Las bibliotecas del departamento que habité con mi familia casi toda mi niñez y adolescencia crecían y se multiplicaban con el paso de los años, en parte por las colecciones que, sobre todo en los ’90, comenzaron a salir en los kioscos. Clásicos indiscutidos de la literatura nacional y mundial eran ofrecidos de forma regular a precios accesibles y mis padres eran muy permeables a ese tipo de oportunidades.
Mi relación con la historieta, entonces, comienza a una edad muy temprana, pero el vínculo fuerte con la misma aparece a mediados de los ’90, cuando me doy cuenta que amo ese medio, probablemente mucho más que otros medios que también me eran afines, como el cine, la música y la literatura, y ahí entro en la etapa de coleccionista. Y con esa nueva etapa inconscientemente inaugurada, comienzo a conocer personas con gustos afines, las cuales no se limitaban al entorno geográfico en el que se desarrollaba mi vida en esos días. Y comienzo a forjar amistades a la distancia, las cuales se sostenían por esta pasión que nos aunaba, amistades que, años después, se transformarían en el eje sobre el cual terminaría desarrollando gran parte de mi vida adulta.
Es imposible para mí hablar de la historieta como medio y no mencionar que gracias a la misma conocí a la mayoría de los que hoy son mis mejores amigos. Entiendo también que, por suerte, a muchas personas les ha pasado algo similar, y lo festejo, pero yo no dejo de sentirme en algún punto “especial” por ese diferencial en la ecuación del “lector de historietas promedio”. A mí la historieta me hizo conocer otras ciudades, recorrer un poco parte de este hermoso país, y me animó a cortar el cordón umbilical y desarrollar mi vida en otra ciudad, en la ciudad más grande y sobre-poblada de estas latitudes, prácticamente sin miedos en esa apuesta porque contaba con un sólido grupo de amigos que me cubrirían la espalda… y con la historieta.
Cuando me fui a vivir solo por primera vez en esta ciudad, Capital Federal, hace ya 11 años, sucedió algo que, una vez más, no estaba planificado pero se manifestó naturalmente de forma inconscientemente: de ahí en adelante cada día de mi vida estuvo signada por una lectura de alguna historieta, un hermosa “rutina” que conservo al día de hoy. Parece poco común lo que estoy mencionando, pero visto desde la perspectiva de la cantidad de cosas que tenemos hoy a nuestra disposición para consumir, cobra bastante notoriedad. No todos los días puedo ver una película nueva, no todos los días puedo ver algún capítulo nuevo de alguna serie de T.V., no todos los días escucho algún disco nuevo o avanzo en la lectura de alguna novela o agarro la Rolling Stone o leo on-line sobre política, economía o noticias frikis o entro a youtube a ver las novedades de los canales que sigo, pero todos y cada uno de los días leo alguna historieta. Todos. Sin excepción. Puede que sea algo en papel o digital, puede que le dedique solo 20 minutos o me tire en la cama a leer durante 2 horas, puede que lo haga al comenzar el día o cuando Morpheus está a punto de derrotarme, pero no pasa un solo día sin que haya entrado en contacto con ese magnífico universo repleto de viñetas y globos de diálogos.
El medio también se presta para eso, en eso estamos de acuerdo. Una película requiere de, como mínimo, 90 minutos dispuestos para poder consumirla en su totalidad. Un capítulo de una serie de T.V., 50 minutos. Una novela… bueno, nadie lee una novela de un tirón, pero es bastante poco “productivo” para avanzar en la misma dedicarle 15 minutos por día. Sé que mucha gente lo hace pero a mí no me funciona, se me va diluyendo el interés por la obra si la consumo de esa manera.
Pero la historieta es tan genial que inclusive ahí también tiene una ventaja. Un cómic yanquie promedio de 22 páginas es consumido a razón de 1 minuto por página en el mejor de los casos, en la mayoría de los casos solo necesitás de 15 minutos para podes leer todo un número, y muchas veces sólo estás interesado en leer ese único número ese día. O solo contas con ese tiempo, y punto. De una forma u otra, la historieta es muy amena a que uno pueda hacer de la lectura diaria de la misma un sano hábito que termina forjando una relación muy estrecha con el medio, muy personal, algo que raya lo espiritual.
Y cuando no sos un cabeza de termo estás abierto a leer absolutamente cualquier cosa que el medio pueda darte. Varios de mis mejores amigos, igual que yo, tenemos una tendencia (ni siquiera lo llamaría predilección) a leer muchísimo material originario del país del norte, en la gran mayoría de los casos con corte super-heróico, en parte porque fue este mismo sub-género el que nos terminó transformando en “coleccionistas”, pero también porque la cantidad de material nuevo que mensualmente produce U.S.A. es bestial. Por supuesto que países como Japón y Francia también tienen una oferta asquerosamente grande, pero está el tema icónico-cultural de muchas de las franquicias norteamericanas que videntemente a mí generación le resultaron muy seductoras. Pero más allá de ese temita no menor de oferta-demanda y las elecciones que uno hace para su lectura, yo jamás le tuve asco a absolutamente ninguna corriente relacionada con la historieta. Para mí era muy sencillo: si es una historieta, si responde a ese medio, y hay gente que está hablando muy bien de ella, provenga de donde provenga y la escriba quien la escriba tengo que darle una oportunidad. Y si nadie habla de ella pero de todos modos a mí me llama la atención por algún motivo, adentro. Y si muchos la putean, y, no se… quizás quiero saber porqué la putean. Venga. En la diversidad está el gusto…
El dilema Comicsgate
Quedémonos un poco con esa última frase, ¿no? “En la diversidad está el gusto”. Diversidad entendida como variedad, como algo disímil a lo que ya hemos leído, como la oportunidad de encontrarnos con algo realmente nuevo y fresco, algo que podría ofrecer un refrescante punto de vista sobre temas remanidos, máxime teniendo en cuenta lo estructurada y acotada que es la industria del comic book super-heróico en relación a la posibilidad que tienen de presentar material singular, único y distinguible. Un detalle no menor en este debate es la perpetuación indefinida de ciertas franquicias por parte de dos grandes editoriales yanquies, y la imposibilidad de poder contar historias realmente nuevas y frescas con conceptos y personajes que fueron creados hace casi un siglo. No voy a explayarme demasiado en este punto ni tampoco quiero que tomen esta observación de forma literal: es más que obvio que existe un puñado de escritores/as que, año a año, se esfuerzan por contarnos historias entretenidas con estos personajes, y muchas de ellas incluso se pueden apreciar como frescas y singulares, casi tan obvio como el hecho de que el 70% del material que ambas editoriales ofrecen mes a mes es un bochornoso desfile de clichés, lugares comunes y aventuras que hemos leído cientos de veces.
Dicho esto, es un desafío enorme para cualquier escritor/a hacerse cargo de la serie regular de un personaje que carga con 50, 60, 70 u 80 años de historia encima, en la mayoría de los casos con series regulares mensuales ininterrumpidas desde el momento de su creación. Por el amor de Dios, ¿cuánto más se puede contar sobre Batman, Superman y Spider-man, teniendo en cuenta los miles, sí, miles, de números que arrastran cada uno? Pero, de nuevo, no quiero extenderme demasiado en este punto. Basta saber que hay gente que está más allá del bien y el mal, y logra, cada tanto, narrar con estos personajes historias que hasta cierto punto resultan “originales”. Believe It or Not!
Sin embargo, muchas veces ni siquiera eso es suficiente para que estos personajes logren vender lo que se espera de ellos. Y a veces, también, la “realidad” exige un acondicionamiento, un adecuamiento en el carácter y proceder de las cosas, en el tono de las historias que rodean al personaje en cuestión. Los cómics pretenden entretener, pero también buscan identificarse con sus lectores, con la mayoría de ellos… y a veces también con una pequeña minoría, ¿por qué no?. En esta búsqueda de nuevos horizontes, donde los números de las ventas suelen dictar el rumbo que está por seguir una colección, se toman decisiones polémicas, que pueden o no resultar beneficiosas para la editorial y para el personaje mismo. Quizás con un cambio de dirección se explora una veta de este personaje icónico que jamás se hizo hasta ese momento y el resultado termina siendo muy positivo, termina agradando a los lectores y a la crítica y esa modificación se termina transformando en canon, en otro rasgo icónico del personaje. A Batman le pasó, de la mano de Frank Miller, y también a Superman, de la mano de John Byrne, en los ’80. Spider-man mismo en su creación significó un cambio radical hacia el tipo de héroe que predominaba en ese momento: de repente un adolescente tenía poderes, y tenía que lidiar en su identidad privada con problemas muy cercanos a los que quizás tenían gran parte de los lectores que lo estaban leyendo en ese momento.
Los personajes icónicos de estas dos grandes editoriales desde hace décadas no están a salvo de que ciertos editores y guionistas experimenten sobre ellos ciertos cambios de matices, de dirección, para volver a llamar la atención sobre ellos. El Spider-man que todos conocíamos en un momento fue reemplazado por un Clon, mientras el “original” se cambiaba su nombre y se retiraba a vivir con su mujer. A Batman/Bruce Wayne le quebraron la columna y tuvo que ser reemplazado por un “nuevo” Batman, mucho más violento y sin algunos de los códigos morales y éticos de su predecesor. Superman libró su potencialmente última batalla a principios de los ’90, murió y fue reemplazado por 4 héroes que se elevaron presentándose a la sociedad como los nuevos “Superman”. Y luego nuestro querido Kal-El regresó de la muerte, y un tiempo después sus poderes cambiaron completamente, y de repente tenía poderes eléctricos. ¡Y no conforme con ello ya no era un solo Superman eléctrico, eran dos: uno azul y uno rojo!
La década del noventa del siglo pasado fue un momento muy caótico para estas leyendas del cómic, eso también es evidente, con historias y cambios que muchos preferimos olvidar. La diferencia entre esos momentos y el presente es que no existían las redes sociales, y la velocidad de respuesta del público lector se tomaban su tiempo, y para colmo el malestar del fan no siempre se veía reflejado en bajas ventas. De hecho, la mayoría de las veces era todo lo contrario, por pura especulación a futuro en muchos casos, y así tanto editores como escritores no tenían demasiada idea de si el impacto era positivo o negativo.
Veinte años después de este momento absolutamente convulsionado del mercado de cómics yanquies en el cual grandes autores tomaban distancia de la casa de las ideas para armar su propia editorial independiente y ponían en jaque el top ten mensual eternamente liderado por D.C. y Marvel, desconcertando a las mismas y, en algún punto, empujándolas a tomar este tipo de medidas desesperadas con sus grandes íconos históricos en pos de recuperar las ventas perdidas, un enorme grupo de lectores de cómics super-heróicos se auto-proclaman como “defensores a ultranza de la esencia misma de estos personajes y el universo que habitan”, y organizados bajo un movimiento que han denominado Comicsgate se han lanzando a la persecución indiscriminada y sin cuartel de un gran número de guionistas y dibujantes, a las cuales han identificado como causantes de poner en jaque “todo lo que se ha construido todos estos años”.
¿El motivo? Bueno, es bastante sencillo de deducir sin conocer demasiado sobre el tema: este grupo de retrógrados lectores pertenecientes al Comicsgate está en contra de la incorporación de elementos inclusivos conviviendo con los universos y personajes clásicos de las editoriales mainstream del comic book super-heróico, y además consideran que esto es ni más ni menos que una movida impulsada por una “invasión” de feministas, radicales y Social Justice Warriors que prácticamente han tomado por asalto a nuestros personajes más queridos y los han transformado en algo que traiciona sus esencias en todos los niveles posibles.
Sí, sí, mi queridísimo lector. Entiendo tu asombro, pero créeme cuando te digo que es esto lo que está sucediendo en este momento. Right Now.
¿Y cuáles serían esos cambios tan dramáticos y jodidos que ponen en jaque la quintaesencia de dichos personajes? A saber, el disparador de la controversia vino de la mano de la serie regular de Mockingbird en el 2015, que contó con guiones de Chelsea Cain y tuvo una temprana cancelación. En ese momento, un sector del fandom acusaba a las bajas ventas de dicha serie el tono “feminista” que Cain impuso en la protagonista. El último número de dicha serie se hacía cargo, quizás, de esta acusación, y haciendo uso del sarcasmo que caracteriza a la escritora, nuestra querida Barbara "Bobbi" Morse aparecía en la portada con una remera con la frase “ask me about my feminist agenda” (pregúntame acerca de mi agenda feminista). ¡Cómo te gusta el quilombo, Cain, ¿eh?! ¡Precioso!
Howard Chaykin y su serie para Image “The United States of Hysteria” fue el siguiente foco de controversia, más que nada por las polémicas portadas, que supuestamente acentuaban la polarización de la comunidad musulmana. Una de ellas, que ofrecía una representación bastante explícita y gráfica de un crimen racial a una persona de origen paquistaní fue interpretada como una glorificación del odio, y se realizó un pedido para que la misma fuera retirada, algo a lo que tanto Image como Chaykin accedieron. El autor ofreció su interesante punto de vista sobre el tema en esta entrevista, la cual recomiendo a aquellos que manejen bien el inglés escrito.
Paralelo a estos hechos, Marvel Cómics, haciéndose eco de lo que estaba sucediendo puntualmente en U.S.A. pero también a nivel mundial, comienza a tomar ciertas decisiones editoriales relacionadas con la búsqueda de poder representar, en sus historias, una realidad diversa y, a la vez, más inclusiva para un público internacional y cada vez más globalizado. Doy fe que este insignificante cambio de rumbo seguro que no estuvo ni remotamente relacionado con el target del lector promedio que consume este tipo de material, el cual está ampliamente demostrado está conformado por un 63% de hombres, 57% de ellos están situados entre la franja de los 13 y 29 años, y el 69% en su conjunto son blancos. Y si nos acotamos al cómic book super-heróico las cifras siguen asombrando: 78% masculino, 50% entre 13 y 29 años, y el otro 50% entre 30 y 54 años.
El mismo estudio, enfocado en lo que son los clientes habituales de comiquerías, menciona que el 72% del público comprador de cómics regulares de 22 páginas es masculino, blanco (69%) con estudios superiores (85%) y mayoritariamente, de entre 30 y 50 años. Se sobreentiende, entonces, que la movida de Marvel Cómics es de por sí una apuesta jodida, pero sobre todo progresista. Es evidente que también existe una necesidad por parte de la editorial de abrir un poco el juego, y así encontrar quizás una veta por la cual ciertos títulos, con cierto toque “femenino”, o cierto tratamiento radical, puedan capturar un público al que aún no habían logrado llegar con buena puntería. Además, también está el tema de la historia del comic book yanquie, ¿no? Tampoco seamos unos completos trogloditas: ahí están Karen Berger, Jenette Kahn, Ann Nocenti, Gail Simone, Louise Simonson, Barbara Kesel, Dorothy Woolfolk, Ramona Fradon, Marie Severin, Glynis Oliver, June Brigman, Jo Duffy, Mindy Newell o Jan Duursema para demostrarnos la capacidad que puede tener una escritora, editora, guionista, dibujante o colorista femenina. Muchos de los nombres recién mencionados fueron fundamentales para encontrar un nuevo rumbo en los planteos editoriales, y algunas de estas mujeres han pasado a la historia por sus logros, y sus nombres ranquean, en nuestra memoria, bastante más alto que centenares de autores masculinos. O sea, ¡por el amor de Dios, si no fueran por el tacto, el buen gusto y la iniciativa de Karen Berger, cabe la posibilidad de que muchos de nosotros jamás hubiéramos tomado contacto con la genialidad de autores como Gaiman, Morrison o el mismísimo Alan Moore! No se me ocurre un editor de cómics más importante para mi vida como lector de este medio.
Siendo así, la “apuesta” de Marvel era innovadora pero claramente no era ni remotamente un suicidio, y en esta movida salieron algunas series regulares realmente geniales, como la Ms. Marvel de Gwendolyn Willow Wilson, presentando a la muy querida por quién escribe estas líneas Kamala Khan, y también la polémica Thor femenina, escrita por Jason Aaron, el Totally Awesome Hulk de Greg Pak que tiene como protagonista al super-genio coreano Amadeus Cho, el Capi America en la piel del grone Sam Wilson, obra de Rick Remender, y también algunas cosas no tan extraordinarias, como la Gwendolyn "Gwen" Poole protagonista del cómic Gwenpool, obra de Chris Bachalo y Christopher Hastings. Es menester aclarar que entra dentro de esta movida, también, el empuje que se le dio a la serie regular de la “Wolverine femenina” X-23, en reemplazo del canadiense harto conocido. Otra serie regular que todos podríamos olvidar y no pasa nada.
En algunos casos raciales, en otras de género, en algunos casos incluso se avanza sobre la preferencia sexual de personajes que históricamente nunca habían denotado siquiera un interés por el sexo. Nótese, además, que muchos de estos cambios ni siquiera fueron llevados adelante por mujeres, o personas con una declarada afinidad hacia la izquierda (como es el caso de Howard Chaykin) o por radicales liberales con una clara agenda detrás y la extrema necesidad de imponer sus ideas acerca de la diversidad e inclusión.
A mediados del año pasado, la editora de Marvel Heather Antos subía en su cuenta de twitter una selfie en la que aparecía con otras trabajadoras de la editorial tomando un batido, con el que quiso homenajear a Flo Steinberg, la que fuera primero secretaria de Stan Lee y pieza fundamental en las oficinas de Marvel Comics durante años y, posteriormente pionera del cómic independiente a través de su papel de editora de Big Apple Comix. Para qué… este inocente gesto despertó las iras de un cierto tipo de fan Marvel, con estúpidas acusaciones en las que se tildaba a las presentes en la foto de "falsas frikis" (?) o de "Social Justice Warriors" y ocasionaba comentarios abiertamente sexistas. Un gesto, también, que abrió una enorme brecha en redes sociales entre quienes apoyaron a Heather Antos y a sus compañeras y quienes aprovecharon la foto para encender antorchas virtuales sobre todo lo que les parece mal sobre los cómics de superhéroes en la actualidad. Evidentemente el acoso (que se sostuvo en el tiempo y nunca decayó en intensidad) fue lo suficientemente excesivo como para que en marzo de este año Antos decidiera dar un paso al costado y abandonar su trabajo en Marvel para aceptar ser la editora en Jefe de una plataforma de apuestas para deporte.
Una supuesta reunión “filtrada” entre un pope de Marvel Cómics y un representante de las cadenas de ventas especializadas (comiquerías, en criollo), donde el segundo culpaba a las bajas ventas de la inclusión de personajes femeninos no sexualizados, LGTB o pertenecientes a minorías raciales y el primero se solidarizaba con dicho reclamo, el cual quedó demostrado es mentira, fue, quizás, el disparador que necesitaron los miembros del Comicsgate para envalentonarse y comenzar su Caza de Brujas virtual a gran escala. En febrero de este año, los miembros de este grupo hacían pública una lista negra que señalaba a profesionales del sector que habían hecho público su apoyo a las iniciativas pro-diversidad y que incluía a editores, guionistas, periodistas, coloristas y dibujantes de la talla de Larry Hama, Mark Waid, Alex de Campi, Kelly Sue DeConnick, Matt Fraction, Ta-Nehisi Coates y otros.
Paralelo a esto, se creaba un wiki de Comicsgate en el que se explicaban los objetivos del movimiento. El aval público del movimiento venía de la mano de personajes de lo más variopintos. Uno de ellos, Richard C. Meyer, es un ex-militar y youtuber (irónicamente, su canal se llama Diversity y Comics) que viene publicando cómics de corte bélico desde principios de esta década, que se apropió del lema de Donald Trump, con una pequeña modificación (“Make Comics Great Again”) y que desde su canal comenzó una cruzada en contra de las iniciativas pro-diversidad en el sector, señalando a autores y editores, y a menudo dedicándose abiertamente a insultarles por su raza u orientación sexual, todo desde una supuesta incorrección política que solamente él y los chimpancés que lo siguen se pueden tragar.
El gol de media cancha de Meyer se dio en mayo de este año, cuando en un segundo intento por resucitar una de sus series regulares de nombre Jawbreakers, mediante crowdfunding y el apoyo incondicional de la comunidad Comicsgate logró juntar casi U$S 400.000 , y convocó a algunos autores de Marvel y D.C. para la realización de dicha serie. Pudo llamar la atención de la pequeña editorial de ameri-manga Antarctic Press para la edición, los cuales estuvieron a punto de cerrar el trato, si no fuera porque algunas comiquerías anunciaron que no realizarían pedidos de dicha serie (y por supuesto Meyer los prendió fuego en sus redes sociales) sumado a que guionistas de la talla de Gail Simone o Mark Waid se opusieron abiertamente al proyecto. Este último directamente se puso en contacto con Antarctic Press para advertirles acerca de los antecedentes del autor al que estaban por publicar, y en algún punto dio a entender que sus opiniones representaban lo que la mismísima Marvel Cómics opinaba del asunto. Esa fue la gota que rebalsó del vaso, y así Antarctic Press se retiró del acuerdo.
Esto no hizo más que agitar las aguas en torno a Meyer, victimizándose y acusando a Waid de generar un ataque a la libertad de expresión, algo que en general los yanquies se toman bastante en serio, hecho que logró incluso más adhesión por parte de los prelados de Comicsgate, permitiéndole a Meyer crear su sello propio, Splatto Comics.
El otro gran jugador destacado de esta movida es, para sorpresa de muchos, el dibujante Ethan Van Sciver. Sí, así como lo están leyendo, el artista mayormente relacionado con la franquicia Green Lantern de D.C. es un personaje con mucha actividad en las redes sociales, dueño de un extraño sentido del humor y ferviente defensor de las medidas más ultra-conservadoras de Donald Trump. Además de ser acusado más de una vez de cyber-acoso y bullying a fans y autores (el año pasado le dijo a un seguidor de Facebook que se suicidara… y después pidió disculpas públicas por el hecho), Van Sciver apoya abiertamente a Meyer, es “famoso” por el constante uso de iconografía alt-right y a la portada de uno de sus sketchbooks le puso de título “Mi Lucha” (así se denomina el primer libro escrito por Adolf Hitler, el cual combina elementos autobiográficos con una exposición de ideas propias de la ideología política del nacionalsocialismo), y tiene como protagonista un Sinestro que con esa postura rígida y ese simpático bigotito deja poco lugar para la especulación. Este año, tras década y media trabajando ininterrumpidamente para D.C., rompe el contrato de exclusividad para anunciar que volverá a publicar Cyberfrog (uno de los cómics que lo dio a conocer) también mediante crowdfunding, y por supuesto, figura como colaborador en Splatto Comics, la editorial de Meyer.
El último capítulo (eso espero) de esta estúpida contienda movilizada por el odio racial y la misoginia la puso un verdadero super-héroe de la vida real, el señor Bill Sienkiewicz, a quién muchos recordarán por Daredevil: Love and War, Elektra: Assassin, Sandman: Endless Nights, sus New Mutants y varias obras más. Este artista, que está involucrado en la industria desde sus 19 años (el 3 de mayo pasado cumplió 60 años), se hinchó las bolas de la última movida de esta comunidad, y salió con los botines de punta. Resulta que hace un par de semanas, un grupo de emisarios del Comicsgate levantaron un video explicando por qué la leyenda del cómic Darwyn Cooke, que falleció hace ya dos años, hubiera sido un claro defensor de la ideología de este movimiento. Unas horas después, la viuda de Cooke, desde su cuenta de Twitter, les respondió que claramente estaban equivocados, y los llamó unos “bebes llorones”, perdedores, y algunas cosas más. El ídolo de Bill Sienkiewicz no se hizo esperar y también expresó su malestar ante tal presunción, pero además los dejó en evidencia, exponiendo las inseguridades que tienen y la poca hombría que acusan, atacando en forma de manada anónima a través de las redes sociales, los llamó desde cobardes hasta imbéciles, y les dejó claro que ellos representan el peor estereotipo que la sociedad se hizo del lector de cómics.
Aplausos.
¿Qué sucede con esta manga de neófitos, entonces? Porque cuando se trata del cómic book super-heróico, los “cambios” en personajes, series regulares y universos editoriales estuvieron a la orden del día todo el tiempo. A lo largo de los años, y sobre todo desde la muerte de Superman, han fallecido decenas de personajes de importancia, y resucitado casi todos. De hecho, han traído a la vida a personajes que muchos jamás creíamos volveríamos a leer, décadas atrás. Hulk ha sido tonto, inteligente, verde, gris y rojo. Magneto ha sido villano, héroe, villano otra vez, héroe de nuevo… el anillo de Green Lantern ha sido de Hal Jordan, de John Steward, Guy Gardner y Kyle Ryner. Multitud de personajes han ostentado el título de Starman desde Ted Knight, lo mismo para el “manto” de Flash, con Jay Garrick, Barry Allen y Wally West. Ni hablar de Diana/Wonder Woman, que fue reemplazada por su vieja, por Artemis, por Nubia y por Cassandra Sandsmark.
Entonces, estamos de acuerdo en que los cambios y modificaciones más o menos radicales de los personajes Marvel y D.C. han creado polémicas, disputas y, en ocasiones, encendidos debates entre defensores y detractores de las novedades, pero no fue hasta que estos cambios estuvieron enfocados en incluir una mayor diversidad de géneros, orientación sexual y razas que los detractores se han organizado bajo una bandera común, han realizado una llamada al boicot o han acosado a autores, editores o periodistas defensores de que el cómic de superhéroes abra la mano a una representación más diversa en sus personajes.
Esto es política, y es agenda. Pero tal y cómo yo lo veo, de un solo lado. Acá hay una manga de racistas y misóginos que, amparados en la ideología imperante del presidente que los gobierna, sacan a relucir lo peor de ellos y pretenden imponerse a través del odio.
Lo que nos debería importar a todos, al final del día, es lo poco a mucho que nos gustó tal o cual historia. Tan sencillo como eso. Y tan difícil de entender para muchos. Es cierto que estos personajes cargan con una historia enorme, con un universo muy rico que en muchos casos es magnífico, pero así también el mismo está repleto de movidas que, al igual que las actuales, fueron experimentos que reflejaban cierto clima social, e intentaban empatizar con el lector desde ese lado. Y como quedó demostrado en este texto, decenas de esos “cambios” podrían haber arruinado de por vida a los personajes, y sin embargo el agua corrió y hoy quedaron en la historia. Si los cambios nos permiten leer aventuras frescas y repletas de elementos novedosos que funcionan, narrativamente hablando, y dentro de las mismas se desarrollan nuevos personajes carismáticos que integran de forma armónica el panteón siempre creciente de héroes de estas editoriales, entonces estamos en la dirección correcta.
A quienes trabajamos en Tierra Freak nos interesa saber tu opinión sobre el tema, aún cuando claramente quién escribe estas líneas tiene una clara postura tomada. ¿Creés que Comicsgate tiene un punto? Y de ser así, ¿Cuál sería?
Nos volvemos a leer la semana que viene, aquí, en Tierra Freak.