Lo crean o no, en una semana estaremos festejando nochebuena, y dos semanas después este 2015 se dará por concluido, dando lugar a los balances habituales dentro y fuera de las redes sociales. En la imposible misión de huir de este estigma que nos marca el calendario en Tierra Freak pretendemos seguir entreteniéndote e informándote a nuestra manera, y por lo pronto no nos vamos a tomar vacaciones, pero se torna inevitable darle cabida y un merecido espacio a ciertos productos multi-mediáticos de ficción que, desde nuestra perspectiva, ameritan ser consumidos por nuestros lectores, y que casi por casualidad también culminan para estas fechas. Es así como este pasado lunes 14 de diciembre concluyó la 2da temporada de la serie Fargo, quizás uno de los shows televisivos más refinados del momento y que mejor sabor dejó en la boca de quienes lo hemos disfrutado desde sus comienzos, razón por la cual hoy intentaré festejar este cierre aventurándome en la confección de una entrada que los induzca a fagocitar la serie con ahínco, seguros de que la experiencia los va a enriquecer como televidentes, procurando como siempre spoilear lo menos posible.
Entre Minnesota y North Dakota
Injustamente, la primer temporada de este show nunca tuvo una entrada única dentro de este sitio, y solo fue mencionado en el listado que confeccioné casi para esta misma fecha hace un año, cuando recomendaba las que, a mi entender, habían sido las 10 mejores series de televisión que habían comenzado en el 2014. El agrio y decepcionante sabor en la boca que nos dejó este 2015 otra segunda temporada de un policial que causó revuelo y levantó muy buenas críticas en su primer emisión, True Detective, no nos predispuso de buena manera cuando finalmente el 12 de octubre pasado comenzó la andadura esta segunda entrega de una serie que, además, tiene su origen estético y climático en la película homónima de los hermanos Coen estrenada en 1996, algo que no siempre va a jugar a favor, claramente. Como ya sucediera con aquella primer temporada, el capítulo inicial, titulado “Waiting for Dutch”, despeja todo tipo de dudas acerca de la calidad que va a tener esta secuela, porque los productores, una vez más, no avanzan dos minutos sin dejar de sorprender gratamente, tanto por la puesta en escena como por algunas decisiones argumentales sorpresivas que tomaron para esta emisión. Evidentemente la más llamativa y excitante es que toda la historia está narrada en marzo de 1979, y esta vez los participantes de la misma provienen de varios lugares: por supuesto que parte de la trama se desarrolla en el poblado de Fargo, ubicado en Dakota del Norte, pero además participan personajes de Luverne, Minnesota, de la Sioux Falls ubicada al sur de Dakota, de Rock County que también está situada en Minnesota, y finalmente de Kansas City, del condado de Missouri.
No los hubiera aburrido con las últimas tres líneas describiendo las ciudades de las cuales proceden los personajes protagonistas de esta historia si no tuviera la certeza de que, llegado cierto punto de la trama, las procedencias son importantes para la configuración del cuadro general, pero la inclusión de este texto descriptivo solo sirve como muestra de la riqueza que tiene esta producción: aún cuando se propone jugar con una serie de crímenes interestatales que van a requerir en algún punto de la trama la colaboración de agentes de la ley de distintos estados para poder unir las piezas y resolver los conflictos pertinentes, el televidente jamás pierde el sentido de la orientación a lo largo de la temporada, como sí termina sucediendo en la emisión de HBO de True Detective de este año. La buena muñeca a la hora de escribir una trama que incluya múltiples personajes y varias locaciones y que la conjunción del todo no termine atontando al televidente es culpa de la bestia pop de nombre Noah Hawley, el escritor y showrunner que estuvo a cargo de la primer temporada y que casi corrió con la misma responsabilidad en esta segunda entrega, recibiendo una ayudita de Bob DeLaurentis, Steve Blackman, Matt Wolpert y Ben Nedivi.
De todos modos, como sucediera el año pasado, Fargo no es enteramente un policial, en el sentido estricto de la palabra, en el cual se expone un caso y se plantea un juego implícito que deriva en que tanto los representantes de la Ley como el televidente vayan desenmascarando el mismo hasta descubrir quién está detrás de todo. Fargo es una comedia dramática negra magistralmente orquestada con un casting privilegiado y una dirección deliciosa en la cual se van concatenando hechos de una violencia extrema que, en gran parte, involucran a personajes que hasta ese momento jamás habían empuñado un arma y mucho menos se habían visto expuestos a situaciones extremas en las cuales tengan que tomar decisiones radicales sobre la vida de otras personas en pos de su supervivencia. Es casi como un chiste viejo, una “fórmula” si se quiere, inspirada en el film homónimo original –y que además forma parte del grueso de la filmografía de los Coen- que viene repitiendo Hawley desde el episodio piloto y que la extiende de manera armoniosa y calculada sin llegar nunca a cansar al espectador, en su medida justa y sin revelar los trucos. Fargo generó su propio universo de causalidades y efectos reaccionarios producto de un dominó ingeniosamente montado y sostenido por carismáticos personajes que, en la mayoría de los casos, tienen que sortear cada uno de los inconvenientes que disparan las tramas mientras viven los momentos más críticos de sus vidas personales.
La Ley y el Orden
Pero claro, tanta perorata discursiva y todavía, mi querido lector, seguís sin tener demasiados datos acerca de los protagonistas de esta temporada o de siquiera el puntapié inicial para la trama de la misma. Vamos con eso, entonces.
Como mencioné más arriba, este “segmento” de Fargo, que por suerte ya tiene anunciada una tercer emisión, se desarrolla a fines de la década de los setenta, en el ocaso de la fatídica guerra de Vietnam, cuando un joven Ronald Reagan, actor devenido en gobernador de California, se candidateaba para las elecciones presidenciales de 1981 por el partido republicano. Mientras que en la ciudad de Luverne el oficial de policía Lou Solverson (encarnado por Patrick Wilson) y el Sheriff Hank Larsson (en la piel de Ted Danson) intentan resolver un triple homicidio, la verborrágica y delirante Peggy Blumquist (magistralmente caracterizada por Kirsten Dunst), una empleada de un salón de belleza, y su esposo Ed (un correcto Jesse Plemons), un carnicero que está a punto de cumplir el sueño de tener un negocio propio, encubren el accidente automovilístico y luego el asesinato de Rye Gerhardt (Kieran Culkin, uno de los hermanos menores de Macaulay Culkin). La mala fortuna quiso que este tal Rye fuera el responsable del triple crimen que Lou y Hank intentan resolver, y que fuera atropellado por Peggy cuando se daba a la fuga luego del avistamiento de un ovni. Oh si, leyeron bien: luego del avistamiento de un fucking ovni, amigos.
No conforme con eso, este tal Rye era un inútil con enormes problemas de autoestima al cual claramente era mejor perderlo que encontrarlo, pero que de todos modos formaba parte de una familia mafiosa que opera en Fargo, la cual está comandada por la matriarca Floyd Gerhardt (magníficamente personificada por la veterana Jean Smart) y cuyos brazos ejecutores son sus hijos mayores, Dodd Gerhardt (Jeffrey Donovan) y Bear Gerhardt (Angus Sampson), los cuales justo cuando ocurre el “accidente” que hace desaparecer a Rye se enfrentan al advenimiento de la mafia de Kansas City, dispuesta a tomar el toro por las astas de los negocios de Fargo, aún cuando esto incluya, en el peor de los casos, tener que confrontar a los Gerhardt en una guerra encarnizada. Para tal fin, desde Kansas han mandado varios emisarios, algunos con el rango y la autoridad para poder negociar los posibles términos de esta opa-hostil, y otros, como el personaje caracterizado por Bokeem Woodbine, Mike Milligan -un afro-americano pseudo-intelectual- con las facultades necesarias para poder rastrear, interceptar y eliminar cualquier inconveniencia que atente contra los intereses de Kansas. Los Gerhardt de todos modos no van a ser un hueso duro de roer, por supuesto, no solo por la tenacidad, falta de diplomacia y brutalidad con la cual Dodd suele resolver ciertas situaciones sino también por la complicidad de personajes como, por ejemplo, la mano derecha del susodicho, Hanzee Dent, un letal y temible aborigen personificado por Zahn McClarnon que va a terminar transformándose en la pesadilla de muchos e inevitablemente se va a ganar nuestro perverso corazón por sus habilidades, su persistencia y su fuego interior.
Acorde con una trama que no baja el ritmo un segundo y está preparada para entretener y sorprender en todos los capítulos –no hay episodio en el que no ocurra un giro inesperado, razón por la cual al finalizar la serie a uno le termina costando poder elegir el mejor de los mismos, el nivel es muy parejo- hay una dirección, una edición y una puesta en escena que es digna de un aplauso de pie, con constantes juegos de cámaras y sub-divisiones de pantalla anacrónicas que referencian todo el tiempo la estética de aquellos años, acompañados por una banda de sonido elegida con el buen gusto y la certeza propia de un “chef” degustador del mejor hard-boiled setentero, mechando desde un War Pigs de Black Sabbath hasta el Oh Well de Fleetwood Mac, pasando por clásicos inoxidables como el On the Run de Pink Floyd o joyitas olvidadas como el Children of the Son de Billy Thorpe. Todo un lujo nostálgico para los amantes de las distintas corrientes musicales que primaban en esos años, y un detalle que no hace más que sumarle clima al éxtasis que supone la degustación de cada episodio.
Fargo, en su segunda temporada, hizo todo lo que de manual los productores no suelen hacer, y la jugada les salió mejor de lo que podíamos anticipar, aún transitando los primeros capítulos de la misma, y la conclusión, atrapante hasta los últimos minutos, emociona sin recurrir a trivialidades ni golpes bajos gratuitos. Este show es un claro ejemplo de que un equipo armado con sensatez y buen tino puede cerrar un producto de manera redonda, a expensas de que el mismo forme parte de la camada de remakes actuales de las cuales es víctima la caja boba. Si hay viento a favor, nos volveremos a leer la semana que viene aquí, en Tierra Freak.