“¿Venderle el alma al diablo? Sí, pero cara. Y si se puede, venderle también otras cosas. Y venderle a dios, lo que el diablo no compre.” Así escribió el poeta Vicente Luy en un momento de claridad divina. Parece impensado que aquel niño que compraba Patoruzitos o comics Marvel de Conosur ahora mire su pilón de revistas y piense: “Tengo que hacerlo guita.” En esta columna trataremos un tema delicado; un momento ineludible en la vida del comiquero: vender tus comics.
Es un asunto muy personal. Es una puerta a la zona negativa; a mundos inexplorados. Vender tu primer comic. ¿Cómo se llega a eso?. Hay varios motivos. Uno puede ya, no querer tener en su biblioteca alguna revista que ya ni recuerda por qué compró, o compró en otro momento de su vida que ahora no tiene sentido tener; tal vez sea una necesidad económica, y ahí puede entrar que quiera vender cosas que no le gustan tanto para usar esos fondos y comprar otras cosas que le gustan más... Te vende el Batman de Larry Hama para comprarse el Silver Surfer de Ron Marz. Sí, ¡El chabón tiene un gusto de mierda! Pero el caso sirve para cazar la idea al toque. Está el que vende las revistitas para comprarse lo mismo pero en TPBs, el que publica en MercadoLibre para vaciar estantes... O el flaco que arrancó vendiendo las Tortugas Ninja de Sylvapen y ahora tiene una comiquería online.
A mi me pasó. El caído me buscó en el desierto y su vil lengua me tentó. No pasé la prueba y vendí mis revistas. Si mal no recuerdo, lo primero que vendí fue un lote grandote de la Legion of Super-heroes de Waid y Peyer. Entre Legion y Legionnaires tenía como setenta números y los publiqué en ML. Se vendió enseguida y los mandé por correo a una provincia que no recuerdo. ¿Por qué vendí? Los había conseguido baratos, en esa librería que hace casi una década abrió donde antes era el Club del Comic, el local de avenida Corrientes. Los compré porque había montones de números y pensé, que podía llegar a armar la serie de a poquito. Nunca fui un fana acérrimo de la Legion; pero la leo con ganas. Pasó el tiempo y ese piloncito de números no fueron sumando más revistas. Sabía que nunca iba a tener toooda la Legion y los vendí. No me sentí ni muy mal, ni bien y la plata tampoco era mucha, pero sabía que hice lo correcto.
Después hubo una etapa que vendí varias cosas. Vean, miren, acá está el boludo que vendió Question completo de Zinco a menos de cien pesos. ¡Les juro que hace cinco años un taco de Zinco no valia 40 mangos ni en pedo! Y al día de hoy, no creo que los valga, pero aparentemente las Zinco se volvieron muuuuy codiciadas... Eso y la inflación, y el dólar blue y los de la UTA quieren el 23% y no hay micros de larga distancia y que terminó Dulce Amor... En serio, parece que ahora que todas las ediciones de material viejo son a todo culo y llegan en euros, esos 40 mangos siguen siendo baratos en comparación.
La experiencia de vender comics puede ser algo traumático, o no. Un tipo que arrancó vendiendo un par de cosas para liberar lugar puede terminar vendiéndolo todo y pasarse a la cofradía del scan y tablet para nunca más volver a tener un papel en su casa. ¡Que existencia horrible! Sepan que desde esta columna siempre defenderemos el derecho a la celulosa engrapada, con el mismo afán que Pagani a Riquelme o Don Gato a Benito. Lo otro que puede pasar es que vendas algo por primera vez y vuelvas a reemplazarlo enseguida.
La pregunta que TOOOOOOOOOOOOODOS tus amigos, tus parientes, tu novia y cualquiera que sepa que tenes muchos comics, y más si ve tu colección, te hace es: “¿Y cuánto vale todo eso?” La respuesta es algo que el coleccionista esquiva. Un poco porque no sabe, no lleva la cuenta; otro poco por pudor. Porque si decis el monto real, lo más probable es que te miren con una cara de “pobre enfermo...” y termines horneando pan en una granja de recuperación de adictos en Pilar.
La pregunta que TOOOOOOOOOOOOODOS tus amigos, tus parientes, tu novia y cualquiera que sepa que tenes muchos comics, y más si ve tu colección, te hace es: “¿Y cuánto vale todo eso?” La respuesta es algo que el coleccionista esquiva. Un poco porque no sabe, no lleva la cuenta; otro poco por pudor. Porque si decis el monto real, lo más probable es que te miren con una cara de “pobre enfermo...” y termines horneando pan en una granja de recuperación de adictos en Pilar.
Mientras tanto, pasa el tiempo y aun no entiendo por qué vendí mis tacos Zinco de Crisis en Tierras Infinitas. No sé. Cualquier intento de razonar eso sería una excusa inútil. El cliché de las películas de amor se aplica al lector de historietas, es el típico caso de la cosa que recién valoras cuando dejás de tener. Tenía los tacos y las revistitas en inglés, so, me pareció redundante tener las dos cosas. No los había puesto a la venta pero un chico me preguntó si los tenía y si se los vendía. Pum. Los compró y después me cayó la ficha que esos tacos me los había comprado mi viejo y con mucho esfuerzo. Le hinché las bolas AÑOS por esas revistas. Y si mal no recuerdo, primero me compró el 3, el de los últimos números y eso fue lo primero que leí. Después en una comiquería encontramos los 3 juntos en pack (y costaban fortuna) y me los regaló. Vendí eso que ahora, que ya no tengo a mi papá, extraño un poquito más. Que imbécil. Si pudiera... iría corriendo a buscar a Milhouse y le pediría mi alma de regreso.