Si tengo una cuenta pendiente en estos casi tres años escribiendo las columnas semanales para Tierra Freak, la misma es con la producción mainstream local para la televisión de aire. Lo cierto es que son pocos los productos que alcanzan una calidad que ameriten una entrada desde mi punto de vista, sobre todo teniendo en cuenta el interés del lector promedio que navega por el sitio. Hubo algunas producciones recientes en los últimos tres años que por motivos de agenda no fueron reseñadas en su momento, y como no quiero que eso vuelva a suceder esta vez aprovecho una no del todo feliz coincidencia y abordo una miniserie que comenzó hace apenas tres semanas. La entrada de hoy iba a estar dedicada a dos producciones: Historia de un Clan, una realización de Underground Producciones para TE.LE.FE. que retrata las peripecias del caso que fue conocido como el Clan Puccio, y Signos, una miniserie co-producida por Pol-ka Producciones y Turner Broadcasting System, realizada para ser emitida tanto en Canal 13 como en la cadena TNT en su versión latina, protagonizada por Julio Chávez. Decidí no incluir una crítica de la segunda porque luego de ver, con esfuerzo, sus tres primeros capítulos mi opinión iba a ser mayormente negativa, y ante esta disyuntiva preferí dedicarle más espacio a aquella producción que sí fue de mi completo agrado.
Lo de “no del todo feliz” coincidencia se da porque ambos mal llamados “unitarios” son emitidos el mismo día, a la misma hora, por sus respectivos canales de aire, planteando así una competencia estúpida entre dos productos acotados (por la escasa cantidad de capítulos, no así por la plata invertida para producirlos) que se suponen dueños de una calidad que se encuentra a cuenta-gotas en la grilla local, y sometiendo con esta decisión al televidente que aún apuesta por verlos “en vivo” a tener que elegir entre uno u otro. Y después algunos realizadores de lengua muy suelta y con mucha espalda se preguntan, casi sarcásticamente, porqué el argentino promedio no apuesta más por las producciones de ficción locales y se ha vuelto tan adicto a las series extranjeras y a la piratería. Bueno, Juan José, acá tenés uno de los motivos, ¿ves?
Una Familia muy normal
Aún con el enorme historial de crímenes tristemente célebres (perdón por el robo, Edu) que tiene nuestro país, es complicado encontrar un caso más interesante y llamativo que involucre a una familia “modelo” como el del Clan Puccio. Tendríamos que remontarnos hasta el caso Schoklender de principios de los ‘80, quizás, donde los mansitos Sergio y Pablo Schoklender asesinaron a sus padres en un piso del barrio de Belgrano de Capital Federal, o movernos hacia la ciudad de La Plata casi una década después, y retomar la hazaña (?) que terminó transformándolo en ídolo de muchos hombres con pocos huevos al odontólogo Ricardo Barreda, que se hartó de las mujeres con las que convivía, tomó una escopeta sarasqueta y asesinó sin miramientos a su esposa, su suegra y sus dos hijas. Y si tomamos distancia de las familias y nos concentramos en asesinos seriales que buscan sus víctimas dentro de su entorno se me viene a la cabeza la figura de Yiya Murano, la envenenadora de Monserrat que se cobró la vida de 3 víctimas de su entorno. Lo que tiene de sorprendente la historia del Clan Puccio es que combina muchos de estos elementos en un solo caso: una única familia colaborando –por acción o premeditada inacción- para planificar y ejecutar secuestros extorsivos, utilizando el mismo domicilio familiar como aguantadero de las víctimas hasta cobrar el rescate, para luego quitarles las vidas y deshacerse de los cadáveres.
Creo que, en mayor o menor medida, el caso es conocido por todos los lectores, sobre todo teniendo en cuenta la sobre-exposición que tuvo este año producto del estreno del film El Clan de Pablo Trapero protagonizado por Guillermo Francella y Juan Pedro Lanzani, sumado al libro del periodista Rodolfo Palacios, que también salió este año y lleva por título “El Clan Puccio”, pero nunca está demás para el desprevenido que en un tupperware facilitarle un resumen: el caso del Clan Puccio se desarrolló entre 1982 y 1985 e involucra a Arquímides Puccio, como mínimo, y a dos de sus hijos varones, uno de ellos de nombre Alejandro, quien por esos días era un renombrado jugador de Rugby del Club Atlético San Isidro y llegó a formar parte de la selección argentina de este deporte, Los Pumas. Arquímides estaba casado con Epifanía Ángeles Calvo, y la pareja tuvo cinco hijos, Silvia Inés, Daniel Arquímedes, Guillermo J., Adriana Claudia y el ya mencionado Alejandro.
Las pericias policiales y el juicio posterior a los hechos demostraron que Arquímides fue la mente detrás del secuestro extorsivo de cuatro empresarios y el posterior asesinato de tres de ellos, y se presume que, como mínimo, dos de sus hijos varones lo ayudaron en la empresa, además de dos amigos y un Coronel retirado.
Negocios de Familia
La miniserie semanal de 11 capítulos que comenzó a emitirse por TE.LE.FE. el pasado miércoles 9 de septiembre es una realización de Underground Producciones, una empresa que nace del alejamiento de Sebastián Ortega y Pablo Culell de Ideas del Sur (la productora del Marce de la gente) luego de haber sido los encargados de producir Los Roldán, Costumbres Argentinas y, además, una de las glorias de nuestra televisión, un clásico instantáneo que, si aún no lo viste, te pido por favor lo hagas porque te estás perdiendo de un producto atípico para lo que estamos acostumbrados a consumir en las señales de aire televisivas de nuestro país: Tumberos. En el 2006 entonces comienzan a abrirse paso por sus propios medios y desarrollan las miniseries Lo que el tiempo nos dejó, Historia clínica y La celebración además de las exitosas telenovelas Lalola, Los exitosos Pells, Graduados y la reciente Viudas e hijos del Rock & Roll.
Historia de un Clan es, si la memoria no me falla, el primer intento de esta productora por presentar una “ficción” inspirada en un hecho real puntual, un caso polémico, fuerte y de hondo contenido socio-político que mantuvo en vilo a la sociedad durante semanas y disparó todo tipo de planteos, dudas y cuestionamientos sobre el lugar que habitamos como individuos y como miembros de un todo, y lo frágiles que son los lazos que nos unen como comunidad cuando nos enteramos que nuestro querible vecino de al lado, almacenero él quizás, o dueño de un bar, por qué no, secuestra a otros queribles vecinos de la alta alcurnia del barrio y luego de cobrar la recompensa los mata a balazos.
El riesgo que corrió Underground Producciones al llevar adelante esta empresa estimo superó lo que ellos mismos habían calculado, teniendo en cuenta el film de Trapero, pero supieron jugar muy bien las fichas y llegaron a un acuerdo con las autoridades del canal (TE.LE.FE.) y con los productores de la película para retrasar el estreno de la miniserie unas semanas después del arribo del largometraje a las salas de cine así ambos productos no entraban en una injusta y desigual competencia que no iba a beneficiar a ninguno. Amén de la buena intención de cada parte, no hay que olvidarse, además, que el mismo TE.LE.FE. es también uno de los productores del film de Pablito, por supuesto, así que tiene intereses metidos en ambas realizaciones. Cof cof.
Historia de un Clan nos narra la intimidad de la familia Puccio en esos días, haciendo un fuerte hincapié en la cabeza de la misma, por supuesto, Arquímedes, y para eso se aseguraron de contar con un actor de la trayectoria de Alejandro Awada [El Inventor de Juegos (2014), Verdades Verdaderas (2011), la voz del Ratón Pérez en la película homónima de animación del 2006 que tuvo una secuela en el 2009], que junto a Cecilia Roth, el "Chino" Darín y Nazareno Casero dan vida a los personajes principales, Epifanía Calvo de Puccio, Alejandro "Alex" Puccio y Daniel "Maguila" Puccio, respectivamente. El elenco sobre el que girará el drama se completa con María Soldi componiendo a la hermana mayor, Silvia Puccio, Rita Pauls poniéndole la piel a una deliciosa y sexy Adriana Puccio, Justina Bustos interpretando a Mónica, la novia de Alejandro, Pablo Cedrón como Laborda, Gustavo Garzón como Díaz y la sorpresa del casting: Tristán en un papel dramático, el Coronel Franco, amigo de la familia y parte fundamental de la “empresa”.
Vuelven los ‘80
La reseña y crítica que ejerzo sobre la miniserie es a partir de la emisión de los dos primeros episodios, los cuales abordan la planificación y ejecución del secuestro de la primer víctima, Federico (en la vida real el nombre de la primer víctima es Ricardo Manoukian, 23 años), un reciente amigo de Alejandro Puccio proveniente de una familia de plata que, por admiración hacia los logros de “Alex” en el Rugby los había incorporado a él y a su novia a su círculo social. El final del 2º capítulo encuentra a la banda con la disyuntiva de qué hacer con la víctima una vez cobrado el rescate, con la presunción y sospecha de que la misma puede haber reconocido a “Alex” cuando le estaba dando de comer. La dirección de ambos capítulos corren por cuenta de Seba Ortega, y tiendo a creer que el resto de los episodios también serán de su autoría en este apartado, lo cual es de agradecer dado que se hace evidente que la tiene más que clara para narrar una historia de este calibre.
La presencia y el despliegue de Awada marcan el ritmo y el tenor de la serie, como tiene que ser, y su aura es influyente incluso en su ausencia, delimitando los niveles de perturbación y oscuridad en el resto de los personajes pero sobre todo en su hijo favorito, el caracterizado por el Chino Darín. En poco menos de 20 minutos, Awada nos presenta el Arquímides que muchos de nosotros imaginamos, un personaje soberbio y resentido pero dueño de una incontinencia verbal devenida, la mayoría de las veces, en consejos baratos sacados de un libro grosero de aforismos, pero también en bajadas de línea retrógradas que lo revelan como parte de la sociedad que no solo estuvo involucrada en el accionar más deplorable dentro del “proceso de reorganización nacional”, probablemente fue uno de los ideólogos desde su humilde lugar. Pero lo más rico que nos ofrece Awada desde su caracterización son los niveles de perversión que alcanza con su propia familia: juega a psicopatear a sus hijos varones para obtener de ellos lo que necesita y mantiene una relación casi incestuosa con al menos una de sus hijas, la más joven y atractiva. La depravación, para colmo, no se acaba ahí: es como si el accionar del padre habilitara a los hijos, de manera sutil, a que planten bandera en el mismo terreno, y así en estos primeros dos capítulos tenemos un par de situaciones entre ellos que se nos figuran, cuanto mínimo, raras, donde el manoseo y la sugestión se sitúan demasiado al límite de lo convencional. Por encima de todo esto, Arquímides no se cansa de dejar en claro que el bienestar y la salud de su familia es prioridad en la empresa que está por llevar adelante, y siendo así, al menos desde la ficción, prefiere dejar al componente femenino en la niebla, sin ofrecer explicaciones del movimiento que se genera producto del secuestro y cautiverio… tampoco parece que las “chicas” guarden un especial interés en conocer los detalles, dan por sentado que son asuntos de los hombres, y ya. Así entonces Arquímides puede reunirse en el sótano de su casa con el Coronel y sus amigos, planificar los operativos y, a la vez, ser servido por su mujer sin que la misma le objete una coma e incluso hasta colabore indirectamente con la empresa preparando comida y disponiendo de la bebida para los “invitados”.
Fuera de la figura de Arquímedes, los otros tres personajes del Clan que tuvieron sus grandes momentos son Alejandro y sus dos hermanas. Alex, por supuesto, por su accionar como jugador de Rugby, su intensa relación con su novia, Mónica, que parece apuntar a la formación de una familia con pibes incluidos, pero sobre todo por las dudas que guarda para con el nuevo emprendimiento que su padre está llevando adelante, y el nivel de participación que tiene en el mismo. Además de haberse roto el orto en el Gym construyendo un Alejandro físicamente imponente, el Chino Darín da muestras de poder componer un personaje ambivalente que convive con el continuo choque entre sus principios y el legado familiar. Una de sus hermanas, Silvia, la mayor, mantiene una extraña relación de amistad con una monja, y se me figura mucho más cerca de alguno de los pensamientos del padre, mirando al resto de su familia desde cierta altura y hasta con una pizca de resquemor moral, y la otra, Adriana, juega el rol de una Lolita de Nabokov de los ’80, siempre vestida de manera provocativa, patinando por todos lados, transgrediendo ciertas normas pero dentro de los límites que el padre establece, y jugando un delicioso papel de seductora-boba que en realidad está mucho más al tanto de lo que sucede a su alrededor de lo que todos presuponen, y consciente de esta situación usa las herramientas que el entorno le provee para obtener una clara ventaja de cada de cada uno de los participantes de este drama.
El personaje que, por el momento, no termina de explotar es el que compone Cecilia Roth, la esposa de Arquímides: una mujer serena, ceremonial, devota y sumisa, que por momentos parece formar parte de la columna vertebral de la familia y oficiar como sostén y apoyo, pero al instante es completamente dejada de lado en situaciones críticas o cuanto menos llamativas. Al igual que el resto de las mujeres no parece tener conocimiento del emprendimiento que está llevando adelante su marido, y sin embargo es la encargada de preparar cada una de las comidas que la víctima secuestrada necesita. Se hace evidente, por la forma en la que está siendo narrada la miniserie, que esconde más de lo que se le ha mostrado aún el televidente, pero lo visto no fue suficiente para lograr una empatía con el espectador.
Cuando se lee el caso real con profundidad, mismo que pudo ser reconstruido por las pericias policiales y la declaración de los testigos sobrevivientes (vecinos y la única sobreviviente, la empresaria Nélida Bollini de Prado), uno entiende que acá Ortega y compañía pusieron mucho del imaginario propio para reconstruir no solo diálogos sino también relaciones, para poder construir una situación verosímil donde una familia clase media tipo pueda convivir en su día a día a sabiendas del horror del cual estaban siendo partícipes. Los Puccio eran eso: unos emprendedores de clase media-alta viviendo en una zona paqueta de San Isidro mirando siempre hacia arriba, envidiando lo ajeno y tomando las riendas del asunto cuando la situación del país los había puesto económicamente en jaque. Las víctimas elegidas, tal y como podemos corroborar por los magníficos cuasi-monólogos del personaje de Awada eran seleccionadas no solo por su necesario nivel socio-económico sino también por un dejo de remordimiento y un auto-impuesto sentimiento de revancha, y al televidente esto le queda más que claro.
Un capítulo aparte amerita la ambientación de la serie. No quiero ni comenzar a imaginarme el esfuerzo de producción que requiere transformar cada locación exterior e interior en algo que esté en concordancia con los años en los que se sucedieron estos hechos: desde 1982 hasta 1985. Y no soy de los que se empecina en buscar detalles evidentes que revelen el truco, pero presto mucha atención de los fondos, los objetos utilizados y la decoración de los interiores, y no solo es casi imposible encontrar un error, omisión u olvido sino que se disfruta gratamente ver el empeño que han puesto en este punto. De la mano de este detalle vienen también algunas tomas que son un deleite, y que para poder llevarlas adelante, una vez más, se hace evidente que requirieron un esfuerzo de producción mayor al que estamos acostumbrados, como por ejemplo toda la escena del intento de suicidio de “Alex” en el primer episodio o el zarpadísimo plano cenital del sexo oral que este personaje le da a su novia mientras ambos navegan a la deriva en un bote.