Todos los que habitamos esta TierraFreak somos tipos raros. Gente que gusta de la fantasía, que disfruta del jugar y que, a pesar de que ahora esté un poco más aceptado por el resto de la sociedad, casi siempre cuando habla con pasión de lo que la entusiasma recibe como respuesta gestos de extrañeza.
Claro que ahora se puede hablar de Game of Thrones en la oficina y que tus compañeros no sólo sepan de lo que hablás sino que aparte tengan teorías propias de cómo va a terminar la canción de hielo y fuego. Como también ahora no es tan demente disfrutar de una historia basada en un apocalipsis zombie porque muchos ven The Walking Dead.
Es decir que ciertamente la fantasía, de a poco, va recuperando el terreno comido por la Nada y tanto Atreyu como Bastián parece que están ganando.
Muchos podrán argumentar que el éxito de Game Of Thrones es en realidad la temática adulta que tiene, la intriga política y los desnudos. De la misma manera muchos podrán decir que lo que los atrae de The Walking Dead son las relaciones entre los personajes, las decisiones que tienen que tomar frente a una situación desesperada y que el setting podría ser tranquilamente el de unos refugiados en una guerra y sería lo mismo.
Y acá es donde el nerdo se diferencia. Porque también podemos disfrutar de la intriga política de Westeros o de las interacciones sociales de un grupo de refugiados, pero seguimos sorprendiéndonos, y nuestro corazón late más rápido, cada vez que vemos un dragón levantar vuelo o un no-muerto avanzar a paso lento y seguro en busca de su presa.
Y es que en realidad esa sorpresa, ese asombro, esa conmoción; son las reacciones de percibir las cosas a través del filtro de la imaginación, el creer que todo eso puede ser real como lo pensábamos cuando éramos más chicos. Es el ver al pequeño cordero dentro del dibujo de la caja con tres agujeritos.
Quizás por eso la obra del francés Antoine de Saint-Exupéry sea tan famosa y haya sido tantas veces adaptada a distintos formatos. Porque “El Principito” no deja de ser un pedido de la niñez que todos tenemos dentro para que no la olvidemos.
Y la película de Mark Osborne, el mismo director de "Kung Fu Panda”, que se estrena el 20 de agosto en los principales cines de la Argentina, adapta de manera soberbia el espíritu de la obra dándole pinceladas propias para hacerla un poco más asequible al público actual.
Es así que quien protagoniza la historia no es el aviador como en el cuento corto editado en 1943, sino una nena que vive en un mundo donde lo más importante es la productividad que las personas tengan y cuya madre ya tiene planeado al minuto todo lo que tiene que hacer para que pueda entrar al colegio más prestigioso de la ciudad. Ese que le permitirá ser una persona altamente productiva.
Todos los calculadísimos planes de la madre se verán trastocados cuando las dos se muden al lado de la casa del aviador, un personaje totalmente excéntrico para los estándares de los grises y aburridos vecinos del lugar.
Y es cuando esta nena entra en el patio de su vecino, así como Alicia lo hace a través del agujero del conejo, que se abre para ella, gracias al libro que el Aviador escribió de su encuentro con el Principito, un mundo lleno de música, colores y principalmente diversión e imaginación. Esas cosas que no deberían faltarle nunca a ningún nene.
Cualquiera que haya leído el libro se sorprenderá para bien de los agregados que Osborne incluyó en esta adaptación, pero a la vez es muy difícil no emocionarse con las imágenes que se nos muestran ni bien se enciende la pantalla: el dibujo de la boa-sombrero del mismo Antoine de Saint-Exupéry animada en forma magistral.
Pero una de las cosas más interesantes que tiene esta película es la combinación de animaciones, entre las que tenemos, la que se usa para animar los dibujos, la que se usa para contarnos la historia del aviador y el Principito y la que nos cuenta la historia de la nena, su madre y ese mundo gris.
Y la combinación de animación por computadora y por stop motion como herramienta para movernos entre narraciones es simplemente perfecta, así como lo es la espectacular música de Hanz Zimmer que acompaña el relato y logra momentos de emoción plena, haciendo de esta película un indispensable para cualquiera que todavía tenga ganas de asombrarse y emocionarse como cuando era chico.
Muchas veces me han leído comentar lo difícil que es adaptar historias a otros medios diferentes, sea de las historietas al cine o de los videojuegos a la literatura o de la literatura a la televisión y lo prejuicioso que soy con aquellos que intentan esta conversión de formatos porque siempre queda algo afuera, algo que se pierde en la traducción.