lunes, 26 de marzo de 2012

Superhéroes: Mitología Moderna - Última Parte - El Retorno de los Dioses - Por Christian Bronstein.

Ésta es la sexta parte de Mitología Moderna, para ver las notas anteriores pueden dirigirse acá:

Primera Parte - Mitos y Viñetas.
Segunda Parte - El Aquetipo del Héroe.
Tercera Parte - El Nacimiento del Superhombre.
Cuarta Parte - Superman Héroe Solar.

Quinta Parte - El Mito del Superhéroe.
Sexta Parte - Batman, el Héroe en la Sombra.

Agradezco infinitamente a Christian Bronstein por estas siete entregas variadas, que mantienen una unidad y criterio de lectura. Leer mucho y aplicarlo a gustos y/o hobbies, como este caso, los superhéroes, logra resultados sorprendentes, para reflexionar y debatir.
Gracias, una vez más, y sabés que tenés las puertas abiertas de TF para cuando gustes.

Sin más, les dejo la última parte.



La psicología analítica nos ha enseñado que los mitos son las historias del alma. Si queremos comprender la psique occidental, tenemos que estudiar sus mitos.


                Patrick Harpur, El Fuego Secreto de los Filósofos.



Desde la antigüedad más remota la humanidad ha contemplado el mundo como poblado de dioses: figuras sobrehumanas que personifican fuerzas o atributos universales. Esas manifestaciones del folklore universal que la modernidad ha llamado “mitos” constituyen sus historias vivientes, el registro numinoso de sus hechos. Pero para la mentalidad tradicional, el mito no era concebido como una expresión artística del pensamiento o el sentimiento humano ni como una fabula ni como un género de la literatura oral. Como señaló el psicólogo analítico Wolfgang Giegerich: “el hombre no se había vuelto aún un hombre psicológico, no hay sitio para la creencia o la fe en lo que los mitos cuentan. El mito era inmediatamente la verdad de la naturaleza y la vida, era el conocimiento de la naturaleza.” En tanto el hombre primordial no consideraba a su psique como separada de la naturaleza, el mito no era considerado una creación humana y subjetiva, era objetivamente la voz de la naturaleza expresándose a través de los hombres.
En ese sentido debemos entender las poéticas palabras de Joseph Campbell: “Los mitos del hombre han prosperado por todo el mundo habitado, en toda época y bajo toda circunstancia; han sido la fuente de inspiración viva de lo que sea que haya surgido a partir de las actividades del cuerpo y de la mente humana. No sería excesivo afirmar que el mito es la abertura secreta a través de la cual las energías inagotables del cosmos se vierten sobre las manifestaciones culturales del ser humano. Religiones, filosofías, artes, las formas sociales del hombre primitivo e histórico, los descubrimientos fundamentales de la ciencia y de la tecnología, las mismas imágenes oníricas que inflaman nuestro sueño, se forman a partir del círculo básico y mágico del mito (…) Porque los símbolos de la mitología no son fabricados, no pueden encargarse, inventarse o suprimirse permanentemente. Son productos espontáneos de la psique y cada uno lleva dentro de sí mismo la fuerza germinal de su fuente.”

No fue hasta la invención de la escritura que las mitologías orales comenzaron a “registrarse” y sistematizarse, convirtiéndose en obras narrativas definidas, propias de un autor. Los mitos siguieron recreándose a partir de la épica y el teatro, pero su status de “verdad” objetiva fue siendo gradualmente sustituido por la filosofía racional. La introducción del nuevo medio de comunicación basado en el ordenamiento y la abstracción (la escritura), favoreció el surgimiento paulatino de una nueva forma de pensar: el Logos. La escritura daría lugar a la lógica, las matemáticas y la ciencia empírica, desplazando poco a poco al mito como sistema de significación colectiva.
Para nuestra antropología clásica, los mitos y el sentido de los mitos, terminaron cuando la mentalidad mítica de las culturas orales fue reemplazada por la mentalidad racional de las culturas basadas en la escritura. Sin embargo, como hemos visto, desde el punto de vista de la psicología junguiana, existe en estos relatos míticos un valor simbólico – no literal – que constituye  un alimento indispensable para la cultura. A través de sus imaginativas fantasías, como Jung descubrió, el mito está expresando metafóricamente las realidades arquetipales de la psique, así como las dramáticas relaciones arquetipales que son significativas para la cultura y el momento histórico en que estos mitos emergen. Es la existencia de los arquetipos lo que hace que las fantasías más inverosímiles del mito sean sin embargo significativas para nuestra consciencia, ya que el arquetipo convierte a todo mito y a toda mitología en símbolos de una realidad interior, metáforas de una realidad psíquica.


De este modo, como explicó Campbell, estos sistemas míticos de significación colectiva que antes se manifestaban en la consciencia, al ser reemplazados por la forma lógica de ver el mundo, no fueron, de hecho, anulados, sino que siguieron manifestándose en el inconsciente, que es su matriz y su fuente, tomando forma en los sueños del ser humano, y manifestándose en su vida consciente a través de su expresión estética y simbólica: el arte. El surgimiento de conceptos seculares tales como “poesía”, “tragedia” y “ficción” serían metáforas sociales aceptables para seguir expresando y recreando simbólicamente los motivos arquetipales del inconsciente de una forma que fuera admisible para el literalismo de la consciencia racional, al que tan difícil le es comprender y aceptar las realidades simbólicas de la psique.


Fundamentalmente, lo que la psicología junguiana había descubierto era que los míticos relatos de los dioses no se habían extinguido con el racionalismo. Los mismos temas numinosos que conformaban los mitos del pasado, despreciados por el pensamiento occidental como fabulas pre-cientificas o falsedades de tiempos primitivos, estaban vivos en la psique. Vivian, con nuevas formas, como las estructuras simbólicas fundamentales de lo inconsciente. Los arquetipos, las pautas simbólicas de la psique humana, habían estado presentes en toda la historia de la conciencia, configurando nuestra imaginación y nuestras visiones del mundo desde la profundidad de la psique colectiva. En otras palabras, los dioses no habían muerto, se habían trasladado al inconsciente. Porque expresado en lenguaje mítico (simbólico), los arquetipos son dioses, son los dioses mismos (las estructuras numinosas dominantes) de nuestra imaginación.
Desde el punto de vista de la psicología arquetipal, un “dios” es simbólicamente, una perspectiva mítica, una actitud hacia la vida y un conjunto de ideas. “Los dioses están dentro – señala agudamente el psicólogo analítico James Hillman – y están dentro de nuestros actos, ideas y sentimientos…Están ahí en las precisas maneras en que uno siente y piensa y experimenta sus humores y síntomas. Aquí está Apolo, aquí mismo, haciéndonos distantes y deseando formar ingeniosas ideas claras, distintas; aquí está el viejo Saturno, aprisionado en sistemas de juicio paranoides, maniobras defensivas, conclusiones melancólicas; aquí está Marte, teniendo que enrojecer el rostro y matar a fin de establecer un punto; y aquí está la ninfa del bosque Dafne-Diana, retirándose hacia el follaje, el camuflaje de la inocencia, suicida a través de la naturalidad.”


El historiador y ensayista junguiano Patrick Harpur volvió sobre esta idea al referirse al modo en que los arquetipos han funcionado históricamente configurando la imaginación humana: “Para nosotros es difícil creer en la realidad de los dio¬ses, héroes y heroínas del mito porque damos muy poco crédito a la realidad metafórica. Al llamar a los dioses “arquetipos” Jung confiaba en volverlos aceptables para la mentalidad científica. De este modo, corría el riesgo de hacernos olvidar que los dioses no se manifiestan en abstracciones. Llegan a nosotros en imáge¬nes concretas de sueños e imaginaciones, como personas o símbolos personificados.” Todo lo que sabemos, dirá Jung “es que sin ellos parecemos incapaces de ima¬ginar… Si nosotros los inventamos, lo hacemos según los modelos que ellos nos dictan”.


En sus Olimpos posmodernos, los superhéroes o nuevos dioses kyrbinianos, reencarnan a los inagotables arquetipos de lo inconsciente en una nueva y compleja mitología. Pues es en los imaginarios e inagotables territorios de la fantasía en donde la psique revela simbólicamente su multifacética naturaleza arquetipal. Jung dijo: “Si usted está en busca del alma, vaya en primer lugar a las imágenes de su fantasía, pues así es como la psique se presenta directamente”. Nuestras ficciones fantásticas no son recreaciones conscientes de los mitos clásicos ni relatos posmodernos que beben de la nostalgia de las viejas mitologías, son de hecho nuestros mitos, están hablando de nuestro mundo interior colectivo, son expresiones vitales del alma de nuestra cultura. Los mundos simbólicos de la ficción fantástica, lo más cercano a los sueños que nuestra imaginación consciente es capaz de producir, son el reino en el que los arquetipos se representan ante nuestra consciencia de manera más clara, en el que los dioses asumen personalidades y expresan sus dramáticas relaciones en todo su esplendor numinoso. A través de la fantasía, los arquetipos emergen.


En todas las mitologías patriarcales, que tienen al héroe y al soberano como centro de la cultura, los dioses son héroes deificados, héroes que han sido elevados a una condición divina, y habitan, en su consagrada majestad, sobre el reino secular de los hombres. Con una nueva lógica, nuevos valores, pero manteniendo el fecundo y prolífico politeísmo de la psique, las nuevas formas arquetipales de los dioses están presentes en la polifacética mitología de los superhéroes. Nuestros superhéroes no son otra cosa que los héroes divinizados de la última mitología de Occidente. Apolo aún se eleva, brillante con el Sol, y esparce la justicia desde las alturas celestiales, o protege nuestra galaxia con la “llama verde” de su luminosa voluntad. Hades sigue reinando sobre su inframundo, oscuro y solitario, desde las entradas cavernosas de la tierra, esparciendo la venganza de las Erinias sobre calles sombrías y sin esperanza. Thor aún golpea con su trueno y desintegra con un rayo las sombras enemigas de la noche. Hefesto sigue creando maravillosos artefactos, y vuela sobre los cielos en una armadura invulnerable: su poder divino se ha convertido en el inagotable poder de la tecnología. Poseidón es aún es el señor de los océanos, y su imperio se extiende por los siete mares. La sabiduría y la fortaleza femenina de Atenea vive ahora en una poderosa guerrera amazona. Váli, el del arco perfecto, aún dispara sus miles de flechas. Ares y los poderosos titanes habitan en la furia brutal y en la violencia telúrica e incontenible de un científico mutado por rayos gamma. Hermes sigue siendo el más veloz de entre los dioses…

Estos llamativos ejemplos ilustran menos como las divinidades de las antiguas mitologías de Occidente viven disfrazadas en nuestras fantasías posmodernas antes que como nuestra imaginación colectiva trabaja desde lo profundo reimaginando y reelaborando sus símbolos arquetipales. Si algo nos enseñó la psicología junguiana ha sido a no confundir los símbolos con los arquetipos. Porque los dioses que podemos imaginar y representarnos no son los arquetipos en sí mismos, sino sus imágenes. Imágenes numinosas, representaciones culturales de las estructuras arquetipales de la psique fraguadas en el espíritu de nuestro tiempo sobre el espíritu de todos los tiempos que nos precedieron. Son, de hecho, la imagen viva de nuestra psique, en el sentido más profundo de esta expresión.

A lo largo de los artículos precedentes hemos intentado introducir una mirada sobre los relatos de superhéroes que sea capaz de tender un puente entre estos y todas mitologías de la antigüedad. La psicología arquetipal nos provee de una llave hermenéutica que nos permite explorar nuestras fantasías imaginativas desde un punto de vista más profundo y más amplio, ayudándonos a tender ese puente hacia el otro lado. Porque es ese puente el que vincula los sueños y las fantasías fascinantes de nuestra imaginación postmoderna con los sueños y las fantasías que fascinaron la imaginación de todas las humanidades que nos precedieron. Es el puente que nos une al reconocimiento de la importancia simbólica que estos sueños y fantasías han tenido y tienen todavía hoy para nosotros. En otras palabras, es el puente que nos une a nuestra propia alma.

Bibliografía:
Patrick Harpur, El Fuego Secreto de los Filósofos (2006).
James Hillman, Puer Papers (1979).
Joseph Campbell, El Héroe de las Mil Caras (1949).
Wolfgang Giegerich, Dialectis & Analytical Psychology (2005).

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