viernes, 29 de agosto de 2014

The Manhattan Projects - La Columna de Logan.



No es la primera vez que, en Tierra Freak, escribimos sobre las bondades de la editorial Image, y deduzco que seguiremos haciéndolo por bastante tiempo. Para los desmemoriados, hemos presentado una reseña sobre los 100 números de Invincible de Robert Kirkman, quien también tiene su archi-conocida The Walkind Dead en esa editorial, nos explayamos en artículos sobre la Morning Glories de Nick Spencer y Joe Eisma y recientemente sobre la Sex Criminals de Matt Fraction y Chip Zdarsky, y también levantamos una reseña sobre el Millarverso de Mark Millar, autor que tiene hoy Starlight y Jupiter's Legacy en dicha editorial. Evidentemente, hoy Image ofrece un marco en el cual los autores no solo se sienten cómodos, tienen carta blanca para explotar todo su potencial y presentar productos disímiles que no necesiten ajustarse a ningún paradigma editorial, y eso claramente desemboca en obras que muchas veces comienzan volando bajo (el caso de Morning Glories) pero que terminan explotando y transformándose en verdaderas joyas de este medio. El único motivo por el cual Image no clava 7 u 8 comics en el Top 10 de ventas mes a mes se corresponde con la estupidez reinante del lector promedio yanquie que prefiere seguir apostando por personajes gastados y sobre-explotados que tienen más de 50 años de publicación y con los cuales pocas cosas se pueden decir en la historieta. Ojo: pasa en la historieta y también en el cine y la televisión, allá y acá. Ejemplos sobran. Pero por suerte, de todos modos Image sigue su curso, los números le cierran y muchos de estos proyectos venden lo suficiente para que la serie se sostenga lo que el autor considere necesario. Hoy, aprovechando el reciente estreno de la producción televisiva de WGN America, Manhattan, la cual gira alrededor del Manhattan Project yanquie de 1943, vamos a explayarnos sobre la obra de Jonathan Hickman, la cual justamente se llama The Manhattan Projects.


What if…?

Para el lector avezado, que me explaye sobre Hickman es un embole, y lo último que quiero es aburrir a alguien. Los marvelitas lo tienen más que ubicado, para bien o para mal, sobre todo por su paso en los Fantastic Four, FF, Thor, Avengers, New Avengers o Secret Warriors, pero también tiene una larga relación con Image, con proyectos como Pax Romana, East of West, Transhuman o The Red Wing, donde laburó con Nick Pitarra, el dibujante del comic que hoy toca reseñar. 

Hickman tiene un apego enorme por las tramas conspirativas, con un fuerte contenido político y una relectura de la historia, y aquí, en The Manhattan Projects, puso toda la carne al asador, al punto tal que me arriesgaría a decir que, junto con Pax Romana, son sus dos mejores obras, al menos de lo que yo tuve la oportunidad de leer. No en vano convocó al ignoto Nick Pitarra para esta travesía, un tipo muy detallista y con un manejo de la narración extraordinario, que por momentos nos hace acordar mucho al enorme Frank Quitely. Juntos armaron esta obra que viene volando pelucas desde marzo del 2012, y que ya lleva más de 20 números publicados y no parece tener un pronto final.

Mala Ciencia

¿Qué hubiera pasado si el famoso y archiconocido Manhattan Project, el proyecto que desarrolló el gobierno norteamericano durante la 2da Guerra Mundial para desarrollar la 1er bomba atómica, en realidad hubiera sido una tapadera para ocultar una investigación mucho más jodida y perversa, y que derivó en asombrosos y e increíbles descubrimientos?

Esa pregunta es el puntapié inicial desde donde parte The Manhattan Projects, y Hickman hace uso de esa premisa para armar un arco argumental gigantesco, donde no tenemos un único protagonista sino que, número a número, el peso de la narración va recayendo en distintos personajes, y mientras vamos y venimos en el tiempo somos testigos del punto de vista de cada individuo relevante sobre sucesos y descubrimientos increíbles que en la mayoría de los casos rayan lo absurdo pero que, en el contexto de esta historia, tienen sentido. De hecho, el mayor mérito que Hickman tiene en este comic es lograr conservar la verosimilitud del relato aún cuando lo que nos está contando raya lo ridículo. ¿Cómo lo logra? Bueno, hace uso de un puñado de herramientas esenciales para este objetivo. La primera y más importante es un conocimiento profundo de la historia norteamericana, la de esos años (fines de los ’30, y principios de los ’40) pero también las de décadas previas y lo que sucedió un puñado de años después a consecuencia de los avances logrados en el presente de esta aventura. Incorporar protagonistas indiscutidos de la historia relacionados con la física, las matemáticas y demás profesiones académicas “duras” relacionadas con la ciencia sirve para que aquellos que conocemos algo del tema tengamos no solo un anclaje importante sino también podamos divertirnos leyendo diálogos y reacciones de tipos que ni en nuestros más delirantes sueños podríamos imaginar ver en esas situaciones. Y lo mejor de todo es que Hickman no se contuvo e incorporó personajes provenientes de todas las naciones importantes involucradas en ese conflicto, o que en esos años tenían cierto apego por la investigación científica, de tal forma que si abrimos la ficha de wiki de la 
Teoría cuántica de campos, por ejemplo, encontraremos personalidades que de una u otra forma se relacionan con esta trama. Otra cosa de la que no se privó el guionista fue de utilizar terminologías y teorías relacionadas con la ciencia, el método científico y las investigaciones de esos años, algunas que hoy forman parte del saber popular y otras que entran dentro de la categoría de mitos, todas ellas aunadas siempre en un relato conciso y coherente, y con la correspondiente bajada a tierra para no transformar el comic en un embole nerd que solo disfrutaría Sheldon Cooper. Porque convengamos que con lo que vengo describiendo, más de uno seguro no piensa darle la más mínima oportunidad solo por las temáticas que la historia va a rozar, sospechando que este pasquín tiene un gran potencial para reemplazar el más potente de los somníferos… no es así: el objetivo de Hickman, ante todo, es el de entretener, y además presentarnos una parodia de aquellos años y de la cantidad de información que se manejó posterior al final de la guerra sobre los avances de la ciencia logrados en pos de ganar la contienda, y con eso en mente, cada notable personaje histórico introducido viene acompañado de alguna morbosa o peculiar característica que lo hace interesante y llamativo: alcohólicos, drogadictos, depresivos, narcisistas, dueños de múltiples personalidades, psicópatas, paranoicos o simplemente amantes del gatillo fácil, todos y cada uno tienen algo que los identifica más allá de lo que podemos llegar a conocer nosotros de ellos por lo que la historia oficial nos ha contado. Hickman se anima a mojarle la oreja al mismísimo Alan Moore y armar una fabulosa League of Extraordinary Gentlemen de la ciencia que cuenta entre sus miembros con animales como Oppenheimer, Einstein, Feynman, Fermi e incluso la perra Laika, pero que, en pos de sus profesiones, dejan a un lado cualquier vestigio de ética y moral y no vacilan en ir hasta las últimas consecuencias para lograr sus objetivos, pasando por encima de la cabeza de cualquiera ya que lo que está en juego no solo es ganar una guerra, también es asegurarse de tener el control sobre la libertad del mundo a futuro.

La causalidad de la Guerra

Esta maravillosa ucronía repleta de elementos clásicos de la ciencia ficción no podría haberse puesto en marcha si no contara con el increíble talento de Nick Pitarra y su espléndida narrativa. El enorme trabajo puesto en los diseños caricaturescos de los personajes sumado al extremo detalle con que cuenta cada viñeta son los dos elementos que potencian y elevan el relato por encima de la media, justo arriba –pero no muy lejos- del soberbio laburo de diagramación de página, en el que seguramente tiene mucho que ver también el guionista ya que está realizado claramente con funciones narrativas. Lo mismo sucede con el uso del color, mismo que en determinadas escenas es imprescindible tenerlo en cuenta para comprender correctamente lo que estamos viendo, pero ahí ya la responsabilidad cae en manos de Cris Peter, Rachelle Rosenberg y Jordie Bellaire. Renglón aparte ameritan las llamativas portadas de cada comic, dueñas de un diseño absolutamente minimalista que vuelve loco al diseñador gráfico más curtido, y no solo dotan a la serie de una característica única incluso antes de interiorizarse con el contenido de cada número, son un grito de guerra y una plantada de bandera de Hickman y compañía a un medio que está recuperando viejas y nocivas tendencias de marketing de los ’90 que muchos de nosotros creímos que no tendríamos que volver a tolerar.

Volviendo a Pitarra, es de agradecer que ni él ni Hickman se hayan casado con una estructura rígida de diagramación –algo que quizás, a primera vista, el relato pedía a agritos, para enfatizar ese clima de comic de mitad del siglo pasado-, razón por la cual cuando la trama lo requiere, nos podemos encontrar con enormes viñetas repletas de información y que de todos modos no se nos figuran ni saturadas ni sobrecargadas. La fluidez del relato viene acompañada de un enorme talento para resolver las expresiones de cada personaje, y también de un uso mesurado y adecuado de la violencia, que nunca falta pero cuando aparece tiene la misma sutileza que el resto de la narración, la sordidez y morbosidad de algunas escenas jamás están dictadas por un violento cambio de registros por parte de Pitarra, que nunca pierde de vista que esto, en definitiva, es una comedia/parodia antes que cualquier otra cosa. Si nunca antes habían leído un comic dibujado por este excepcional artista, The Manhattan Projects es una muy buena oportunidad para que conozcan un talento poco común y que no abunda en la industria mainstream yanquie.

Espero que hayan disfrutado de esta reseña, y los espero la semana que viene, aquí, en Tierra Freak.
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