En Tierra Freak nos gusta jactarnos de que siempre que el tiempo nos acompaña intentamos acercarles a nuestros lectores asiduos reseñas de material audiovisual relacionado con la temática del sitio que no necesariamente es de consumo masivo. Por supuesto que abundan las entradas dedicadas a shows y películas populares pero también intentamos darle un espacio a aquellas producciones que tienen un perfil menos pronunciado y que pasan por debajo del radar de la mayoría de los televidentes. En relación al género superheróico hemos presentado un par de reseñas dedicadas a películas no tan conocidas y también nos hemos detenido a analizar el recorrido de series realizadas íntegramente en el viejo continente, pero además hemos abordado shows de ciencia ficción muy interesantes que aunque más no sea por el país en el que fueron generados difícilmente hayan llamado la atención del público cautivo que responde a las grillas de shows norteamericanos. Hoy me toca abordar otra serie más que presenta una amalgama de estos dos géneros, una peculiar co-producción Australiana-Neozelandesa que generó críticas dispares pero logró capturar la atención lo suficiente como para renovar para una segunda temporada, y su nombre es Cleverman.
Mitos y Leyendas
Tengo una anécdota personal que quiero compartir con ustedes que sirve para graficar algunas cuestiones relacionadas con esta serie. Es una anécdota sencilla pero está enmarcada dentro de los sucesos que responden a la etiqueta de “creer o no creer”. Tengo un medallón que me protege, y estoy convencido tiene cierto nivel de poder, sutil pero efectivo, el cual es muy probable se haya ido desarrollando gradualmente, de hecho estoy seguro que inconscientemente fui yo el que le otorgó ese poder, y por ese motivo solo funcione con mi persona.
Hace casi una década fui adquiriendo ciertos objetos que podríamos calificar como accesorios decorativos en distintos lugares de capital federal, ninguno de los cuales se destacaba demasiado, y los cuales iba usando alternativamente. Anillos, colgantes, muñequeras, nada muy valioso y todos muy regulares, con unos ínfimos detalles de diseño porque la verdad es que me molestan los objetos de este tipo muy sobrecargados, al menos sobre mi persona. Algunos anillos los perdí, otros los abandoné, algunas muñequeras se me terminaron rompiendo, y los colgantes me terminaron cansando salvo por uno en particular, uno que evoca el rostro de cierto vocalista de una banda de Grunge que terminó cometiendo suicidio cuando promediaba la década de los ’90.
Ese único colgante fue el que inconscientemente terminé eligiendo para que me acompañara prácticamente todos los días de mi vida, sobre todo porque tenía un significado para mí, pero además porque era liviano, sutil y así y todo bastante distintivo. Pero una noche tuve una reunión con unos amigos para la cual tuve que salir vestido a las apuradas, y en el trajín de acomodarme la camisa, peinarme, cazar una campera y volar hacia el punto de encuentro olvidé ponérmelo. Varias horas después, cuando la noche había concluido y yo estaba dando pena en una parada de colectivos por mi patético estado alcohólico un par de delincuentes me asaltaron con éxito. Fue la última vez que fui víctima de un robo, aunque en ese momento no tomé consciencia de que quizás existía una conexión entre ese delito y la ausencia del insignificante colgante. Casi un año después, caminando por las calles de mi barrio a la madrugada, una vez más dos personas de sospechoso aspecto se me acercaron cruzando la calle en sentido contrario al mío para cortarme el paso. Cuando estaban a unos metros y todo parecía indicar que volvería a ser víctima de un robo, uno de ellos le dijo al otro “no, pará… este vive en el barrio, vamos”, y se abrieron para darme paso ante mi atónita mirada. Esa noche llevaba el colgante en mi cuello.
Un par de hechos más de similares características se fueron sucediendo, y cuando me quise dar cuenta siempre coincidía que terminaba zafando de una situación complicada para mi bienestar físico cuando tenía el colgante encima. La casualidad entonces se transformó en causalidad, y de ahí en adelante cuando tomé consciencia del poder que recaía en dicho colgante decidí jamás abandonar mi departamento sin llevarlo conmigo.
Una anécdota tan trillada como incomprobable es la mejor analogía que se me ocurre para poder graficar lo que sucede al experimentar las sensaciones que nos invaden al ser testigos de los 6 capítulos que componen la temporada inicial de Cleverman. La paupérrima anécdota, además, podría cerrarla mencionando que hace unas semanas el colgante se me cayó por accidente al suelo, y el golpe provocó que la superficie del mismo, laqueada, se separe de la parte metálica… una situación que pude resolver sin problemas utilizando un adhesivo transparente. ¡Vaya truchez de medallón protector que cargo conmigo, ¿no?!
Bueno, mis queridos lectores: eso es Cleverman, ni más ni menos. Una historia apenas simpática con un puñado de componentes autóctonos aborígenes de Australia que carga con una dejadez enorme en su desarrollo, un lamentable promedio regular de desempeños actorales, poca plata en maquillaje y una tríada de lugares comunes para explorar de formas no menos frescas y si muy ortodoxas, casi de manual de comic americano remanido de los ’80.
Aborígenes peludos
Resulta que en un futuro no muy lejano nuestra sociedad se entera que ha existido una raza muy similar a la nuestra que ha sobrevivido a nuestra sombra, y hace apenas unos meses salieron a la luz, solo para recibir el rechazo de la sociedad humana casi en su conjunto, un poco por temor a lo desconocido pero sobre todo porque esta nueva especie manifiesta poderes físicos que no rivalizan con los del mejor ser humano posible existente… si, si, un puntapié muy parecido al de la ya finalizada True Blood, pero en lugar de Vampiros podes ubicar a los Hairypeople, o Hairies, que podemos denominar “peludos” sin problemas, porque de todos modos es la única característica física que los hace realmente distintos al final del día: tienen mucho pelo. Mucho. Mucho pelo falso, eso sí, horrible pelo falso al nivel de ese Cosplay que comenzaste a preparar a las 11 de la mañana para estar en la convención a las 2 de la tarde, ponele.
Estos peludos, además, poseen fuerza sobrehumana y algunas habilidades más, mayormente físicas, pero en algunos casos podríamos suponer o interpretar que hay ciertos individuos puntuales dentro de su comunidad que tienen capacidades extrasensoriales. Muchos de los elementos conectados a esta especie son una adaptación libre y moderna de parte de la mitología aborigen australiana, puntualmente la que apunta al “Tiempo del Sueño”, o directamente a “El Sueño” así, a secas (Dreamtime en el idioma original), un tiempo más allá del tiempo donde los seres totémicos espirituales ancestrales formaron la creación. Si, obviamente hay elementos que utilizó Neil Gaiman de estos mitos para desarrollar la mitología que rodea a su máxima creación, Sandman, pero también ha robado Philip K. Dick de acá para su novela VALIS de 1981, Grant Morrison para un viaje que realiza un personaje de The Invisibles y hasta Terry Pratchett para desarrollar algunos conceptos en su novela The Last Continent de 1998, e inclusive John Constantine estuvo una vez en el Dreamtime, así como los protagonistas de Planetary y Beth, del comic Y: The Last Man, en ese tiempo que pasó en Australia, justamente. Y es que esta mitología no es una más del montón, para esta región es la mitología, es casi como presentar en nuestro país una versión moderna que aúne a la Pachamama con el Pombero y la Luz Mala, con la diferencia de que en Australia esta mitología es mucho más compleja y arraiga un montón de componentes sociológicos hermanados con, por ejemplo, el pensamiento lateral disparado por el consumo de estupefacientes naturales y la posibilidad de trascender a un estado superior bajo el influjo de los mismos.
Volviendo a Cleverman, la serie de la cadena ABC, el nombre de la misma se lo da un guía que esta especie tiene, un Tótem espiritual que reside en uno de ellos y se va trasladando generación tras generación. Los peludos, entonces, apenas salen a la luz son perseguidos y segregados, y el estado Australiano encuentra como única solución aislarlos y reducirlos a una única zona para de alguna forma contenerlos mientras decide qué hacer con ellos. Hacinados en un espacio reducido y carente de comodidades varias, si sos un “peludo” no podes andar boludeando fuera de ese sector, está prohibido, pero con la correcta autorización un humano sí puede ingresar a esa Zona de reclusión bajo su propio riesgo. Siendo así, podemos concordar en que la serie se desarrolla bajo la mirada de tres personajes principales: Jarrod Slade caracterizado por Iain Glen (Jorah Mormont en Game of Thrones), un empresario multimedios dueño de, entre otras cosas, una cadena de televisión de extrema derecha centrada en las noticias (una TN australiana, o una FOX NEWS yanquie) con un misterioso interés puesto en el asunto de los “peludos”, Waruu West interpretado por Rob Collins, un activista que pregona por la igualdad entre humanos y peludos y que vive en la Zona de reclusión, y finalmente Koen West en la piel de Hunter Page-Lochard, un post-adolescente hipster medio hermano de Waruu, dueño de un bar, el cual ve su futuro desvanecerse cuando comienza a tener problemas para mantener sustentable su negocio y además comienza a desarrollar ciertas habilidades que podrían posicionarlo como el próximo Cleverman, aún cuando jamás quiso formar parte de esa comunidad y en algún punto reniega de la misma –siendo él mismo un “mestizo”-, a diferencia de su medio hermano que se pasó casi toda su vida entrenándose y preparándose para tomar ese rol.
Cleverman responde a un cambio de paradigmas de la sociedad australiana, pero lamentablemente hay muchos motivos por los cuales justamente esa movida termina viéndose fraguada en la finalización y presentación de un producto raro que no termina de convencer. Por detrás de escena hay un movimiento muy fuerte de organizaciones aborígenes nativas de ese país que logró posicionar un montón de productos audiovisuales relacionados con esta problemática, en los cuales, además, tanto delante como detrás de cámaras participan centenares de miembros de esta comunidad. Algo muy parecido se intentó hacer en nuestro país con el convenio de la Ley Federal de Medios que, por supuesto, el actual gobierno de turno se está encargando de desarticular y hacer desaparecer, a la par de muchas otras diversas manifestaciones culturales y espacios acordes para desarrollar este tipo de movidas, por supuesto, como dicta la agenda, pero en lo que se refiere puntualmente a Cleverman, la falta de sutileza y la pobreza de los guiones y diálogos tira por la borda una idea que, bien explotada, podría haber dado un producto distintivo y trascendental.
No conforme con la cantidad de lugares comunes que son abordados de la forma más previsible posible, las actuaciones no están a la altura de los desafíos planteados por los guionistas. No hay un solo personaje que resulte convincente y creíble en su papel, y hay algunos momentos de actuación que casi causan vergüenza ajena. Y el maquillaje antes mencionado no es un tema menor: no termino de entender si es por una cuestión de costos o por falta de experiencia en el medio, pero en la mayoría de los casos ese exceso de pelos se ve artificial y ridículo, y lo más importante: no engaña a nadie. Lo más loco de todo es que cuando indago acerca del equipo técnico a cargo de este show me encuentro con que justamente el maquillaje fue llevado adelante por la gente de Weta Workshop, los mismos que desarrollaron similar labor para la galardonada saga The Lord of The Rings de nuestro querido Peter Jackson, motivo por el cual esta es una co-producción y no una realización enteramente australiana. Increíble e inaudito que gente con tamaña experiencia en cine fracase rotundamente en una labor, a primera vista, bastante sencilla.
Así y todo, Cleverman no es un producto desdeñable, no del todo. Detrás del chosen-one random que reniega de su destino, detrás de los recluidos cazados por las autoridades, detrás de los medios de comunicación manipulando información y torciendo la opinión pública a su antojo hay una historia con pizcas de horror y algo de ficción especulativa que logra entretener y se esfuerza por desarrollar una mitología rica y trascendental, a costa de malas elecciones en el casting y guiones acartonados. Y la dirección de cada episodio es bastante digna, así como la edición, dos elementos que terminan de cerrar un producto pobre que definitivamente no estuvo a la altura de las expectativas pero que aún tiene espacio para mejorar y repuntar. Nos volvemos a leer la semana que viene, aquí, en Tierra Freak.