Tranquilo, mi efervescente lector, no te alteres. No le erraste al link ni te direccionó a otro lado algún maligno spyware infiltrado en tu P.C., no. Esto es, efectivamente, Tierra Freak, y estás por leer una reseña sobre un festival de música, SÍ. Ojo: el sitio nunca fue ajeno al tema, prueba de eso son mi reseña de Gerard Way, el vocalista de la disuelta My Chemical Romance, y la review del extinto Koala sobre la música y la historieta. La pregunta es, entonces, ¿porqué decido yo transformarme en un corresponsal del festival Lollapalooza Argentina para este sitio? Porque entiendo a Tierra Freak como un lugar donde el lector puede encontrarse con reseñas sobre la oferta alternativa que ofrece nuestra agenda cultural moderna, y si bien el resto de los redactores y yo nos hemos manejado siempre dentro de un espectro que incluye el Cine, la Televisión, la historieta, la animación y el espíritu lúdico evocado por los juegos –de mesa, videojuegos, etc.-, el mote alternativo del festival Lollapalooza y el hecho de que fuera la 1ra vez que se festejaba en este país me parecieron motivos suficientes para poder compartir mis impresiones sobre el mismo con ustedes. Aquí van.
Perry Farrel: el puto amo
Hagamos un poco de historia, vayamos a los libros. A fines de los ’80 el rock estaba casi muerto, en coma, y no pudo salir de ese estado hasta entrados los ’90, sumado a esto desde la década del ’60 no existía -en U.S.A.- un festival con peso y rebote que convocara a las bandas emergentes de esta nueva corriente que el rock estaba regurgitando. Es así como Perry Farrell, vocalista y líder de Jane’s Addiction, en el ’91 decide organizar el primer festival multitudinario de rock alternativo, y utilizando una palabra que escucha en un capítulo de Los Tres Chiflados lo denomina Lollapalooza. Con enorme entusiasmo y poniendo a prueba su carisma y su capacidad de convocatoria, y con una manito de sus amigos Trent Reznor, Henry Rollins y Siouxie, el 18 de julio de ese año se presentan en vivo bandas como Jane's Addiction (obviamente), Siouxsie & The Banshees, Living Colour, Nine Inch Nails, Fishbone, y como muestra de lo extremo y radical del evento incluso estaba el polémico Ice T y los Body Count. El festival fue un éxito y se repetiría ininterrumpidamente todos los años hasta 1997, y el desfile de bandas que pasarían por el mismo, sumado a la catarata de anécdotas que generarían transformarían las aventuras de Farrell y sus amigos en una saga épica del rock de esa década, con un impacto cultural tan grande que incluso Matt Groening terminaría dedicándole un histórico capítulo en Los Simpsons. Una pequeña y resumida lista de algunas de las bandas más convocantes que participaron del festival en este 1er período estaría conformada por Metallica, Rancid, Rage Against the Machine, The Prodigy, Tool, Korn, Hole, Cypress Hill, Patti Smith, Moby, The Smashing Pumpkins, Beastie Boys, Green Day, Primus, Alice in Chains, Stone Temple Pilots y, cómo no, los Red Hot Chili Peppers y Soundgarden, quienes también estuvieron en esta primera edición argentina. La historia del festival sigue, es larga, jugosa y repleta de alcohol, rock y groupies en pelotas con merca en sus tetas, pero lo que nos interesa a nosotros hoy es que en su triunfal retorno como organizador del festival, Farrel comenzó a pergeñar la idea de expandir el mismo hacia las latitudes inferiores de América ubicadas bajo la línea del ecuador terrestre, y finalmente en el 2011 pudo concretar el Lollapaloza Chile, que se montó en el Parque O'Higgins en Santiago de Chile y tuvo a los The Killers acompañados por los 311, The Flaming Lips, Thirty Seconds to Mars, Kanye West, Cypress Hill, Deftones, Sublime with Rome, Fatboy Slim y, cómo no, a los Jane's Addiction. En el 2012 se sumó Brasil, y desde ese año hasta el presente se han realizado sin interrupción 3 ediciones anuales del festival, una en cada locación. Y ahora nos sumamos nosotros a dicha lista, muy a pesar de lo que diga actualmente la ficha de wiki sobre este evento.
Oleeee-olé-olé-olé Lolaaaa-(pa)lu-zaaaa (?)
El festival se realizó los días 1 y 2 del presente mes, pero las entradas se pusieron a la venta meses atrás, exactamente el 4 de noviembre a las 23:59 hs, poniendo en práctica un novedoso sistema por etapas, ideal para los fanatiquitos enfermos y a un precio insignificante teniendo en cuenta la cantidad de bandas que se presentarían. Esa madrugada el pase por ambos días costó solo $500, y lo más loco de todo es que el line-up era aún un misterio. Una vez agotadas las mismas comenzó la preventa de $700 por ambos días, que al finalizar dio pase a la de $900 y posterior a esta la de $1200. También se puso en venta un pase VIP de $2.900 por los dos días que te habilitaba a ingresar a una terraza exclusiva con lugares para descansar cómodamente y comida y bebida a gusto y piaccere, con atención personalizada a cargo de un staff reunido para tal fin y actividades orquestadas por los sponsors del evento.
¿Por qué menciono todo esto? Para marcar la diferencia abismal que existe entre este festival y el resto de los eventos similares que se organizan anualmente en esta ciudad, como por ejemplo el Pepsi Music o el Quilmes Rock. Y si la comparación muriera ahí, ya sería mucho, pero sigue: el evento se realizó en el Hipódromo de San Isidro, una zona de fácil acceso que incluso contó con un servicio de transporte diferencial que se podía tomar desde distintos puntos de Capital Federal. Una vez dentro, para aquellos que aún tienen algo de alma rockera movilizando sus células, el espíritu del festival te inundaba hasta desbordarte, y no podías evitar emocionarte con todo lo que te rodeaba. Si te tomabas un tiempo para recorrer el predio y no salías disparado hasta toparte con la valla frontal de uno de los 4 escenarios para escuchar a la banda de turno, podías reparar en que el mismo contaba con todo lo necesario para que pudieras pasar un buen momento, dispuesto de forma clara y visible y a distancias razonables (todavía me duelen las piernas de caminar los ¿300, 400 metros? que separaban un escenario de otro en el Pepsi Music del año pasado en Costanera Sur), a tal punto que si lograbas dar con el centro de todo era posible incluso visualizar los 4 escenarios casi sin inconvenientes. La energía que emanaba del ambiente era sumamente positiva, y la misma era generada por una conjunción de elementos: la música, como protagonista principal de esta película, con un grilla afilada que comenzó ambos días al mediodía y no paró hasta arrimarnos a la medianoche, pero además la gente y su convivencia con el espacio, la infraestructura y decoración utilizada para montar cada escenario y el resto de las locaciones, que exista un Lollapalooza Kids –primero los niños, no se olviden de Cromañon, vieja-, y que tengas bien a mano una enorme carpa donde poder adquirir comida y bebida, y kiosquitos para el vicio cancerígeno. Cuando deambulaba como un zombie, sin rumbo, absorto en mis pensamientos mientras degustaba un cigarrillo de un box nuevo que me canjeó una pulposa promotora de ojazos verdes por mi paquete de puchos abierto apenas puse un pie en el pasto, y veía parejas y grupos de amigos tirados en el pasto muy tranquilos (muy, muy tranquilos algunos, ¿no? muuuuuuuuuy tranquilos) disfrutando del solcito y a la vez visualizando alguno de los recitales en una de las gigantescas pantallas de leds que fueron dispuestas para tal fin, reflexionaba que este era, quizás, para mí, el Woodstock del '69 que mi generación estuvo esperando durante décadas. Y sonreía.
Battle of Bands
Para interiorizarme un poco de lo que sucedía detrás del escenario y tener alguna anécdota indiscreta para contar a los lectores, me encargué de dialogar con un amigo que es baterista de una de las bandas argentinas que tuvo el privilegio de participar de este festival –Dietrich-, y cuando lo encontré no podía aguantarse la felicidad que le brotaba del pecho: había compartido camarines y un abundante y variado buffet con el resto de los artistas internacionales, y pudo disfrutar de un spa dispuesto exclusivamente para los músicos, y si lo hubiera necesitado, de una sesión de masajes antes del show, para descontracturar un poco lo’ nervio’, ¿vió?. Estuvo más que conforme con como los trató la organización del festival y con el sonido y la convocatoria que tuvieron cuando les tocó presentarse. La anécdota indiscreta lamentablemente deberé reservármela para no atentar contra el cierre del sitio y la búsqueda y captura de mi amigo por parte de las fuerzas de la Ley.
No son todas flores las que el público presente les tiraba a los organizadores del evento. Una crítica que escuché repetidas veces entre algunos amigos y conocidos con los que tuve contacto fue “el line-up está hecho para el orto”, y el motivo de la misma estaba disparado porque, aun con 4 escenarios y casi 12 horas ininterrumpidas de show, fueron 50 las bandas convocadas, 25 de ellas internacionales, y cada una tocaba, en promedio, 50 minutos, y al armar la grilla algunas presentaciones se pisaban con otras. El sentido común indica que, con estos números, eso iba a suceder, incluso con bandas internacionales con una trayectoria enorme por detrás, como New Order o Nine Inch Nails. Quejarse por esta situación era no utilizar el sentido común, huirle a la lógica y suponer que nuestros gustos podrían haber generado un organigrama mucho más equilibrado y ecuánime. En este país somos todos técnicos de fulbo, se sabe. Si el plato fuerte del evento es el cierre, entonces podemos percibir un criterio que apuntaba a que el rock emergente actual estaría en mayor medida representado el primer día, con Arcade Fire finalizando el show y con las presentaciones de Phoenix, Capital Cities, Cage The Elephant, Wolfgang Gartner, Nação Zumbi, Jake Bugg, Lorde e Imagine Dragons –aunque en esa misma fecha también estuvieron los ya mencionados New Order y Nine Inch Nailes, que pertenecen a la Old School, y sumado a ellos Julian Casablancas, que si bien viene promocionando su carrera solista es otro viejo conocido de todos-, mientras que el día dos lo cerrarían Soundgarden, Pixies y los Red Hot Chili Peppers, y antes de ellos se presentaría, por ejemplo, Johnny Marr, el guitarrista de The Smiths en los ’80, claramente bandas que pertenecen a corrientes que tuvieron su apogeo hace, como mínimo, dos décadas. Igual que lo que sucedió en la primer fecha, de todos modos tuvimos a AFI, Vampire Weekend, Savages, Ellie Goulding, Axwell, Baauer (no Jack, no… con dos “a” se escribe, maestro) y las chichas de Krewella, acompañado a los viejos dinosaurios del rock.
Con mis 36 años bordeando la fecha de vencimiento, está claro cuál iba a ser mi mayor interés en este festival, evidentemente no fui al mismo deseoso de ver la performance de Lorde, pero no por eso me privé estúpidamente de escuchar todo y a todos los que pude, y dejarme sorprender por la presentación de Imagine Dragons, por ejemplo, que no solo lograron capturar mi atención y admirarlos en pocos minutos, sino que encima casi al final del show, con un muy buen olfato para con el país en el que se estaban presentando y el año mundialista que estamos viviendo, clavaron el clásico de Blur, “Song 2", y se metieron el predio completo en el bolsillo. Un claro gesto demagógico sustentado por lo que a todos nos importa, la música, y en eso los banco. Y hubo más: los Capital Cities embebidos en su funky maravilloso, agitando al público para que baile con una coreografía y clavando versiones propias de "Stayin' Alive" de los Bee Gees y "Holiday" de Madonna; Julian Casablancas con una clara actitud rocker presentándose con su banda solista y molestando a todos los presentes con un sonido crudo, sucio y reventado, tan reventado que incluso muchos supusimos que había problemas de sonido… y no, así quería sonar él; Matt Schultz, el vocalista de Cage The Elephant, lanzándose al público y generando con esa acción el primer pogo masivo del festival.
El cierre del día uno, como mencioné más arriba, estuvo a cargo de los canadienses Arcade Fire, la banda de la cual todo el mundo habla, tan ecléctica como abrumadora, con un ejército de músicos en escena preparados para poder ofrecer un abanico de climas y sensaciones y dispuestos a entregar una verdadera rock-party. El cierre estuvo a la altura de la banda y del evento, con una explosión de papelitos desde el escenario exteriorizando de forma empírica la sensación de fiesta que fluía en el ambiente. Antes de ellos, el combate definitivo del festival, y quizás una de las elecciones más complicadas de mi parte: New Order realizaba su presentación mientras la banda de Trent Reznor hacía lo suyo con sus compañeros a unos cientos de metros de distancia. ¿A quién pude disfrutar en vivo? Jejeje… to be continued (?) Solo les diré que con los británicos la gente estalló con "Bizarre Love Triangle" y lo volvió a hacer con "Blue Monday", pero el momento realmente emotivo se dio con el cierre del show y uno de los tres covers de Joy Division que interpretaron: "Love Will Tear Us Apart", con emotivas fotos de Ian Curtis proyectadas en uno de los leds gigantes, mientras que Nine Inch Nails demostró la madurez de las más de dos décadas que cargan sobre sus espaldas con un set list levemente distinto del que venían armando en recitales previos, acomodado inteligentemente para el público local y los tiempos del festival, con segmentos de extrema violencia de la mano de "Wish" (tema en el cual a Reznor se le fue el micrófono a la mierda) , "Survivalism" y "March of the Pigs", y el necesario bajón que dictan "Piggy" y, como no, “Hurt”, la balada que esperaban muchos de los presentes, y que a pesar de para el inconsciente colectivo HOY el tema le pertenezca a Johnny Cash… bueno, no, es de ellos. xD
La vieja guardia
Si el comienzo del festival fue intenso, la forma en la que fue armada la grilla dictaba que el 2do día podría ser demasiado para mi viejo corazón. La batería combinada de Pixies-Soundagrden-RHCP (tres bandas que, por distintos motivos, nunca había escuchado en vivo) seguro terminaría haciendo estallar mi pecho de emoción, y puedo decirles que, si bien esta reseña es prueba de que aún estoy vivo, creo que morí y resucite no menos del 15 veces a lo largo del día. Antes del prolongado cierre Johnny Marr fue una de las sorpresas del día, dedicándole a un tema al Kun Agüero y clavando algunos covers de The Smiths, como por ejemplo "Stop Me if you think You've Heard this one Before", "Bigmouth Strikes Again" o "How Soon is Now". Pero unos minutos antes de las 19:00 pautadas, la banda de Frank Black que gira por primera vez con la marplatense Paz Lenchantín, Pixies, comenzaba un recital inolvidable, feroz y tan emotivo que por momentos nos hizo olvidar de la ausencia de Kim Deal. Hubo ausencias que algunos podrían anticipar y a otros les dolió, pero también hubo momentos tan intensos que creí que iba a llorar, como cuando interpretaron “Hey”, el clásico del disco Doolittle (1989) que dio origen a una de mis reseñas del año pasado, o "Monkey Gone to Heaven”, "Something Against You" y "Crackity Jones". Y la verdad es que, si bien extraño a Kim y me resulta chocante no escuchar su voz, el gordo Black se encarga de paliar esa ausencia con su presencia abrumadora, prendiéndole fuego al escenario por momentos, y la misma Lenchantín es un músico del carajo que en vivo cumple con sobras. Fue un reencuentro con una energía y una etapa de mi vida que me estremeció, y la emoción en el remate con "Where Is My Mind?" casi estuvo a punto de quebrarme.
Con la satisfacción de haber asistido a un momento histórico en la cronología de recitales de mi vida personal, me dirigí al escenario donde haría su 1er presentación en Argentina Soundgarden, quizás la banda más esperada de todo el festival por este motivo. El set list de la banda de Chris Cornell fue, a mi entender, impecable, coqueteando más que nada entre los discos King Animal (2012) y Superunknown (1994), que era lo que el fan esperaba y pretendía: una recorrido histórico por ese disco que marcó a toda una generación grunge con temas como "Like Suicide" "Spoonman”, "Superunknown", y, cómo no, una de las baladas más importantes de la década de los ’90, “Black Hole Sun”, un himno omnipresente que no pierde vigencia con los años y que arrastra una carga nostálgica tan grande que solo con este tema esta banda podría haber pasado a la historia. Cornell, como siempre, dio muestras de ser uno de los frontman mas efectivos del rock de los últimos 30 años, con una voz envidiable que goza de buena salud y un registro tan grande que te da ganas de cagarlo a trompadas limpias en la puta cara por lo mal parado que nos deja a todos los giles que pretendemos acompañar sus canciones con nuestra reventada y desafinada voz amateur. Que hijo de remil puta que es este tipo, en serio. Un mal parido, pero lo amo. Y como era de esperarse, se excusó debidamente por la prolongada ausencia en estas tierras, y prometió que no volvería a suceder… y teniendo en cuenta que él es la 3er vez que nos visita (las dos anteriores fue como solista, pero clava covers de Soundgarden, Audioslave e incluso Temple of the Dog), no tenemos porqué desconfiar de su palabra. Y espero que así sea, porque aún habiendo asistido a un recital increíble, emotivo y único… quiero más.
El Cierre del festival y de este día dedicado casi exclusivamente a bandas con una gran trayectoria sobre sus espaldas iba a estar dado por la 6ta visita a nuestro país de los Californianos Red Hot Chili Peppers, y en contraposición con lo que he leído y escuchado en las últimas horas sobre esta presentación, teniendo en cuenta el contexto, uno no podía pedir mejor recital por parte de ellos. Con una puesta en escena que está dos escalones por encima del promedio, generada en parte por la combinación de una dirección de cámaras fresca y atenta al clima de cada tema, sumado a una batería de efectos visuales aplicados sobre las imágenes que tomaban las cámaras, todo esto amalgamado con elaboradísimas animaciones que terminaban transformando cada tema en un video-clip generado en vivo, los Peppers demostraron estar a la altura de las circunstancias. Me explayo: venís cansado de estar viviendo 2 días intentos que requieren mucho del cuerpo y la energía de cada uno, estás agotado, las piernas te están matando, tenés hambre, sed y en tu cabeza solo se figura tu cama, ya viste a los Pixies, a Soundgarden, a Johnny Marr, la entrada de hoy ya se pagó sola, te querés ir.
Pero no te vas, es el último esfuerzo, son los Peppers, a ver qué onda… Y la banda deduzco que un poco lo sabe, y por eso entra tranquila, casi pidiendo permiso, con algún que otro gesto demagógico (Anthony Kiedis entra al escenario con una bufanda con los colores de argentina anudada en la cabeza) pero sutil, y en cuestión de minutos son ellos los que te dan la energía necesaria para terminar esta fiesta muy feliz. Desde el escenario, con pequeños detalles, con integrantes que descollan personalidad y carisma (o al menos tres de ellos, los tres que importan: Kiedis, Chad Smith y Flea) y con un repertorio de canciones preciosas que están tatuadas a fuego lento en nuestro inconsciente, y que pueden exaltarnos hasta hacernos gritar y saltar como monos o calar en lo más profundo de nuestra alma sensible y lastimada, logran que nos olvidemos de todo y vivamos ese momento con intensidad, y que el único temor que asome sobre nuestras mentes es que este recital en algún momento va a terminar.
Por supuesto, con una aplanadora de banda como los son estos Californianos, repletos de hits pero también con una discografía extensa, muchos podrán quejarse por la selección de temas, algunos señalarán que, una vez más, evitaron el disco maldito que grabaron con Dave Navarro, One Hot Minute (1995), pero haciendo justicia con las omisiones también evitaron su álbum debut homónimo del ’84 y Freaky Styley (1985), y en contraposición con esto clavaron 6 temas de sus dos últimos discos, los menos festejados por estas latitudes. Nada de esto realmente importa cuando los ves a Kiedis y Flea hacer chistes entre ellos sobre testículos, cuando te das cuenta que casi todos los temas están amarrados con separadores -la gran mayoría de ellos con pequeños solos de batería de Chad-, cuando los ves musicalizar el “oleee, olé, olé, olé” de la gente, o cuando sos testigo preferencial de esa preciosa animación que acompañó a “Californication” y que le dio un clima único y generó un momento casi tan intento como el de "Otherside" y "Under the Bridge". La presentación de la banda fue tan intensa que incluso me hizo olvidar que el pendejo irrespetuoso este, Josh Klinghoffer, reemplazó alguno de los solos originales de John Frusciante, que abandonó la banda en el 2009, después de haber grabado con ellos Stadium Arcadium (2006) y antes de su último disco.
El balance una vez finalizado el festival es, entonces, altamente positivo, y desde mi lado espero que las 80.000 personas que asistieron al mismo y el ímpetu y la energía que le puso el público al evento sean suficientes para que de ahora en adelante este país forma parte de la grilla anual del Lollapalooza, como ya sucede con los países vecinos Brasil y Chile, como también espero leerlos de nuevo la semana que viene, aquí, en Tierra Freak.