A principios de la década de 1880 el escocés Robert Louis Stevenson escribe una historia por capítulos en una revista para chicos que luego será publicada en forma de libro con el nombre de “La Isla del Tesoro”.
Por ella y su enorme éxito (y todas sus adaptaciones a distintos formatos de la cultura pop) es que nos formamos la imagen mental de lo que para todos es un pirata: el clásico “con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo, el viejo truhan, capitán de un barco que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera” como canta Joaquín Sabina.
Y si bien la verdadera historia de los piratas que rondaron los mares del mundo no es para nada glamorosa, el cine, las historietas y la televisión nos han hecho creer que sí lo era.
En esa misma onda empezó hace unas cuantas semanas una nueva serie de televisión yanqui de la cadena STARZ (y que en Latinoamérica la transmite MovieCity) llamada “Black Sails” con la etiqueta de ser la nueva producción de Michael Bay.
La serie cuenta la historia del famoso Capitán Flint, su tripulación y la vida pirata; 20 años antes de los hechos narrados en “La Isla del Tesoro”.
Es así que nos encontramos con personajes de la novela de Stevenson mezclados con famosos piratas históricos, conviviendo en la isla de Nueva Providencia, lugar de estadía y reventa de los materiales conseguidos en sus pillajes.
Entonces podemos ver a un joven e idealista Billy Bones desconfiando de un John Silver con todos sus miembros intactos e interactuando con Jack Rackham o Anne Bonny, mientras se hacen referencias al momento de quiebre en la vida de cualquier “buen pirata”.
Porque la acción toma lugar cuando los gobiernos de la mayoría de los países los declaran "hostis humani generis" (enemigos de toda la humanidad) y los protagonistas responden declarando la guerra contra el mundo.
Pero antes de seguir hablando específicamente sobre esta nueva serie, voy a seguir con un concepto que vertí en un Gabinete anterior: hay que tener en cuenta que toda expresión artística es un reflejo del tiempo-espacio en que se realiza y descontextualizarla es un error grave que hay que evitar.
Y estos tiempos que corren tienen una característica básica en lo que a productos culturales respecta y es que dichas producciones son comerciales y se mueven según la lógica del mercado.
Todos hemos sido testigos de la reproducción masiva (casi digna de un conejo) de novelas con intrigas histórico-religiosas en cualquier librería desde el éxito de ventas de “El Código Da Vinci” de Dan Brown.
Del mismo modo hemos sufrido la proliferación de productos fantásticos para adolescentes gracias al éxito de la saga “Crepúsculo” de Stephenie Meyer y su llegada a la pantalla grande.
Por lo tanto, y teniendo en cuenta el éxito mundial de “Game Of Thrones”, otra serie que se ve por un canal premium como es HBO, no es de extrañar que muchos nuevos productos televisivos tengan en sus tramas intriga política, una buena cantidad de sexo (muchas veces injustificado) y sangre a borbotones, como para seguir demostrando que si un producto funciona, lo más simple es copiar sus características.
Por lo tanto tampoco debe extrañarnos que esta nueva serie se distancie del otro producto con piratas que funcionó (y muy, muy bien) en el mercado cinematográfico de la mano de la compañía del ratón Mickey.
Porque a diferencia de la saga de “Pirates of the Caribbean” y su caricaturesco Jack Sparrow, en “Black Sails” los personajes tienen sexo, son violentos, las heridas sangran mucho y los piratas conspiran políticamente sea tanto para la elección de sus capitanes como para mejorar su lugar de poder a nivel mundial.
Porque a diferencia de la saga de “Pirates of the Caribbean” y su caricaturesco Jack Sparrow, en “Black Sails” los personajes tienen sexo, son violentos, las heridas sangran mucho y los piratas conspiran políticamente sea tanto para la elección de sus capitanes como para mejorar su lugar de poder a nivel mundial.
“¿Intriga política y piratas?” pueden preguntarse incrédulos con justa razón.
Y la respuesta es “Sí, intriga política”. Lo cual no estaría mal porque los piratas y corsarios fueron un factor de poder muy importante en la geopolítica de los siglos XVII y XVIII, ya que fueron utilizados por gobiernos como fuerza de choque clandestina en la carrera para ver qué reino europeo gobernaba el “nuevo continente” y abandonados a su suerte cuando ganaron demasiado poder y fueron “incontrolables”.
De esto mismo trata la parte menos “aventurera y para toda la familia” de las películas de Disney protagonizadas por Johnny Deep y también es de lo que trata la nueva “Black Sails”, el problema de aquellos que eligieron una vida en altamar (o fue la única que les quedaba porque eran renegados en tierra firme) cuando los poderosos los dejan de lado en sus planes de conquista mundial y se dan cuenta que sólo eran peones en un juego de ajedrez que también se juega en tierra, cuando ellos siempre pensaron que eran alfiles o torres.
Es por eso que en esta nueva serie de piratas vemos a un Capitán Flint totalmente obsesionado con encontrar y tomar posesión del “Urca de Lima”, el galeón más importante de toda la flota española que se supone lleva un tesoro por valor de 5 millones de dólares en carga y dinero.
“Pero ¿conseguir buenos tesoros no es lo que quiere el pirata clásico? ¿Qué tiene que ver con la intriga política?” se podría preguntar cualquier lector avispado. Y la respuesta es que el plan del Capitán Flint es usar esa fortuna para generar una nación pirata, un reino donde los navegantes de bandera negra no dependan más de los gobiernos traicioneros de la tierra firme.
Es por eso que hace alianza con la familia Guthrie, Richard y Eleanor, padre e hija, que manejan el comercio y el contrabando en las Bahamas para luego entrar las mercancías al continente.
Y entonces hay que hablar de la Isla Nueva Providencia, lugar donde Eleanor tiene su base de comercio y que sirve de puerto de anclaje de los piratas de la región que venden lo robado y compran lo necesario para seguir robando.
En esta isla es donde pasan mayormente sus días los piratas (sep, son hombres de mar, pero no están todo el tiempo navegando según parece) viviendo en tiendas y disfrutando de las prostitutas y el ron, pero también pergeñando y jugando un juego de intriga política con un nivel tan bajo que haría que Francis Underwood (el protagonista de House Of Cards) terminara siendo elegido Amo Supremo del Universo Entero en sólo 15 minutos.
Porque en eso es donde falla la serie.
Porque podemos entender que en los reinos de Westeros haya traiciones y enredadas jugadas políticas para hacerse con el poder en un gran “juego de tronos”, pero cuando vemos a piratas intentar hacer algo parecido nos chocamos con una pared de descreimiento bastante dura generada, en su mayoría, por la imagen mental que tiene el público de lo que es un pirata.
¿Qué tanto poder político puede tener el capitán de un barco cuya tripulación puede amotinarse en cualquier momento y tirarlo por la borda sólo con la excusa de que se acabó la comida o que hace rato que no van a tierra firme para visitar a sus prostitutas preferidas?
¿Qué unión de fuerzas con otros capitanes puede lograr cuando lo único que importa es ser el que mayor tesoro consiga?
¿Qué tanto puede confiar en aquellos comerciantes que viven de sus mercancías robadas si ellos en realidad están siempre con una pata en el mundo pirata, pero tienen la otra en el continente y por eso los tratan con desprecio?
Entonces, para poder encajar de nuevo en su lugar la verosimilitud del “pirata” como construcción mental, la serie debe tener una dosis obligada de sexo (muchas veces injustificado), violencia (muchas veces en demasía) y sangre por capítulo casi como si fuese una fórmula matemática.
Pero como este es el espacio-tiempo en el que vivimos y el producto fue generado para el público que lo habita, los espectadores la están apoyando lo suficiente como para que la productora ya haya firmado contrato para una segunda temporada sólo porque “en la ComicCon de San Diego el público la recibió muy bien”, en palabras de sus productores.
Eso sí, no hay nadie que los obligue a hacerlo a punta de sable. Están avisados.