Hace una semana un amigo del interior del país cayó de visita en la ciudad, en la gran ciudad, y pudimos compartir un par de noches de tragos, anécdotas y nostalgia e intercambiar algunas ideas sobre nuestro magro presente para proyectar o visualizar, en conjunto o por separado, los pasos a seguir de acá en adelante. Producto de esas noches mi amigo me hizo concientizar de un poco promisorio futuro relacionado con lo que para muchos es un consumo casi diario, habitual, y que poco a poco ha ido reemplazando otras actividades: la visualización de películas o series de T.V. gracias al beneplácito de la existencia de internet. La batalla más comentada y debatida hace unos años –no muchos, 3 o 4- tenía su foco en lo legal versus lo “ilegal”, en las tarifas de los cables versus los costos de una buen caño de banda ancha, en los precios de las entradas de cine versus el insignificante valor de los DVDs truchos que venden manteros y kiosqueros amigos, pero hoy muchos de esos debates han finalizado casi sin que nos diéramos cuenta, y gran parte de la culpa la tienen la aparición y rápida expansión de señales streaming que ofrecen también una tarifa mensual y utilizan internet para ofrecer un fastuoso y suculento menú de opciones multimedia, una interminable e inabordable lista de películas, series de televisión, documentales y recitales en vivo, entre otros productos. Sin duda alguna la señal que se alza por encima de todas y se transformó hoy en parte de nuestra cultura, con más de 60 millones de subscriptores en todo el mundo, es Netflix, y su cuasi-monopolio podría llegar a poner en jaque toda una red de intercambio de archivos “ilegales” que funciona por debajo del radar del navegante poco diestro. ¿Cómo es esto? Y, mas o menos, así.