Uno de los objetivos que me he propuesto en este espacio semanal que me han cedido hace ya unos años en Tierra Freak es reseñar comics. No cualquier tipo de comics sino aquellos que por distintos motivos no suelen ser objetivo del lector ensimismado con el material mainstream que viene del norte, mucho menos del lector ocasional. Mi idea no es recuperar para esta columna comics Indies escritos y dibujados por autores que nadie conoce, no porque no merezcan un espacio en este u otro sitio análogo, sino porque me gusta pensar que se puede encontrar un punto medio, uno en el cual podamos encontrar lecturas frescas y actuales de autores que ya cargan con cierta chapa y que, cada tanto, dedican su tiempo, esfuerzo y sapienza a proyectos que van por afuera de la oferta más popular, conocida y promocionada.
Es evidente que en este semestre que acaba de terminar estuve flojo en cuanto a alcanzar este objetivo ya que solo clavé una única entrada, el Deadly Class de Rick Remender y Wes Craig, así que para ponernos a tono y a tiro con el mismo las siguientes tres entregas de esta columna estarán dedicadas íntegramente a esta misión, y teniendo tan cerca la celebración de una nueva Crack Bang Boom me pareció coherente darle lugar, el día de hoy, a Clean Room, una serie regular de la editorial Vertigo que comenzó su andadura a fines del año pasado y que está escrita por Gail Simone, una de las invitadas de lujo que tendrá este evento en unas semanas.
El salón blanco
A pesar de que una traducción literal del título de la serie nos tiraría una “sala limpia”, el mismo es una referencia directa al salón aséptico generalmente conocido como salón blanco o cuarto blanco, una habitación especialmente diseñada para obtener bajos niveles de contaminación, en la cual los parámetros ambientales están estrictamente controlados: partículas en el aire, temperatura, humedad, flujo del aire, presión interior del aire e iluminación son manipulados de forma íntegra, lo que hace que el costo de fabricación, manutención y operación de estos lugares sea muy elevado. Dichos cuartos son utilizados, siempre que sea posible construirlos, para la fabricación de material quirúrgico plástico, y sí o sí deben ser utilizados para el desarrollo de aleaciones equiatómicas y semiconductores, aunque, por supuesto, en la serie de Gail Simone existe un cuarto remotamente parecido al que acabo de describir pero su función principal dista mucho de la ya mencionada. Por momentos el cuarto blanco de este comic nos hace acordar a la famosa sala del peligro donde entrenan los Mutantes conocidos como los X-Men, ya que en algún punto esta habitación tiene la capacidad de incorporar algún tipo de holograma que permite recrear escenarios acordes a la sesión en curso, sin embargo una de sus principales funciones es articular como una celda, una prisión, para poder así, dentro de ella, desenmascarar el mal que habita en el interior de ciertos seres, y de ser posible, acabar con su existencia.
Ojalá todo fueran tan sencillo como lo acabo de describir, y tan “limpio”… nuestra amiga Simone se va a encargar de que ninguna de esas dos palabras queden asociadas a las sesiones de las que seremos testigos, con una “ayudita” del ilustrador británico Jon Davis-Hunt y haciendo uso de una imaginación grotesca, perversa y absolutamente depravada, al punto tal que por momentos el relato será irreconocible para quienes han leído comics mainstream de esta multifacética autora. Si, si, la misma mujer que escribió esos clásicos imbatibles de Birds of Prey, Batgirl y Wonder Woman va a lograr que llegado cierto punto quieras cerrar el comic, abrir youtube y buscar algún puto video de un gatito haciendo boludeces, a ver si con eso se te quitan esas imágenes de la cabeza y podes por fin conciliar el sueño. Así de jodido y mala leche es Clean Room, así de precioso. Tan reventado es este comic que ya tiene 8 números en el mercado y nadie tuvo aún los huevos para agregarlo a la ficha de wikipedia de la guionista… sí, así de jodido es.
El Imperio Mueller
Clean Room, el debut de Gail Simone en Vertigo, da sus primeros pasos desde el punto de vista de Chloe Pierce, una periodista de un pequeño diario que vivió uno de los momentos más trágicos de su vida cuando descubrió que su prometido, Philip, se había volado la mitad del rostro de un tiro en la cocina de la casa que ambos compartían, y justo encima de la mesada de la misma estaba abierto un libro que podría pertenecer al bastardeado género de “autoayuda” escrito por Astrid Mueller, una misteriosa mujer que lidera un culto, una organización que tiene ramificaciones en varios estratos de poder pero que, oh casualidad, ha mantenido sus objetivos y sus tentáculos en las sombras. En realidad la organización es muy conocida, y necesita que el público vea con buenos ojos la labor que Astrid lleva adelante, entre otras cuestiones porque se sustenta con las “colaboraciones” que sus selectos miembros hacen mes a mes, por supuesto, pero los objetivos principales de la misma no quedan claros, y Mueller es una persona inaccesible para la mayoría de los mortales, aún cuando la base del crecimiento de su organización radica en la prédica constante de su “sistema” para encontrar un sentido a la vida.
Siendo así, luego de intentar varias veces seguir los pasos de su prometido y cometer un suicido, Chloe Pierce logra recuperarse cuando encuentra un objetivo en su vida: conocer el verdadero motivo por el cual Philip se mató y destruir a la persona que considera culpable de esta tragedia: Astrid Mueller, ni más ni menos. No pasará mucho tiempo hasta que ambas se conozcan y pongan las cartas sobre la mesa, y es ahí donde Clean Room, el comic, comienza a levantar vuelo. Y, amiguito/a, una vez que éste avión tome altura, recomiendo fervientemente que tengas tu estómago vacío y los nervios calmos, porque los caminos que vas a recorrer no son aptos para cualquiera. El terror, el horror, lo indescriptible, lo inesperado, lo tétrico, lo obsceno, lo tabú, todo estará a la orden del día en esta aventura, equilibrado en su punto justo y dispuesto de tal manera que, como sucede con los mejores relatos de este género, las pesadillas se vayan acumulando una detrás de otra, de forma cada vez más aterradoras y peligrosas, y así y todo el recorrido resulte más adictivo e hipnotizante a medida que avanzan los números. Hace apenas unas horas terminé de leer el noveno comic de esta serie y cuento los minutos para el siguiente…
No estamos solos
Parte de la magia perturbadora que rodea a esta serie es obra del dibujante de la misma, Jon Davis-Hunt, un británico que yo desconocía y que se forjó realizando preciosas portadas para la clásica 2000 AD, además de contribuir con su arte en distintas series de los Transformers para IDW Comics, trabajos que seguramente cayeron en manos de los editores de Vertigo o de la misma Simone, los cuales les dieron pie para contactarlo para esta labor para la cual, no cabe ninguna duda, está más que capacitado. Las composiciones de página que se manda el amigo Davis-Hunt son exquisitas, y por momentos me hacen acordar a algunos de los mejores proyectos que le vi a Frank Quitely (otro artista que tuvimos oportunidad de conocer en persona gracias a la Crack Bang Boom), y también me remiten a él algunos diseños de personajes, puntualmente algunos masculinos (en los femeninos hay una distancia enorme entre ambos), pero donde este portadista devenido en dibujante regular realmente se destaca es en los monstruos, claro que sí. Sus entidades, criaturas o abominaciones tienen la impostura que requieren dichos personajes, y causan los efectos más diversos, pero sobre todo producen un rechazo instantáneo producto de, en la mayoría de los casos, el asco o la necesidad de preservar nuestras almas intactas.
Lo verdaderamente genial de Clean Room es que construye una historia atrapante, dura, magnánima y repleta de golpes bajos valiéndose de recursos harto conocidos y haciendo uso de elementos que casi podríamos decir son un cliché, pero presentados de tal manera que pasan gran parte del relato siendo irreconocibles, y cuando por fin cobran forma o encuentran algún sentido es muy probable que de todos modos nos sorprendan. Simone hace del lobo con piel de cordero un ardid narrativo para reconfigurar mitos urbanos y legendarios y jugar con conceptos religiosos y antropológicos reubicándolos o asignándoles otras funciones: el mal está en todos los elementos participantes, por acción o inacción producto de la ignorancia, pero hay una amenaza mayor que proyecta su sombra encima de todo y hay un grupo de jugadores dispuestos a sacrificar sus existencias para hacerle frente, literalmente. Y en el centro de todo esto, el clean room, el lugar donde se confeccionan estrategias, se prueban teorías y se salvan vidas… o se las condena irremediablemente.