Si se trata de televisión de ficción, esta es la semana de House of Cards, qué duda cabe. Y es que la multi-premiada producción de Netflix alcanzó su 3er temporada en estos días, y fiel al estilo que la señal de streaming multimedia mantuvo con esta y otras tantas producciones propias, desde el comienzo, podemos acceder a la totalidad de los 13 episodios que la componen ya mismo, sin esperar semana tras semana como sucede con los canales convencionales, derrumbando con esto, una vez más, los estándares a los que la caja boba nos tiene acostumbrados, y avanzando unos pasos más hacia el futuro del consumidor multi-mediático masivo. Hay una realidad que se percibe en el aire cuando se habla de esta serie, y es que definitivamente no genera el fanatismo y el caudal de televidentes o prelados que sí logran otros shows dramáticos de calidad similar, y la culpa de esto la tiene, seguramente, el eje argumental que mantiene unida todas las piezas de este show, que toca ser la política, que siempre es bienvenida para las charlas intrascendentes de ascensor o para el bardeo diario en las redes sociales, pero que logra ahuyentar a la masa cuando es abordada desde la ficción. Hoy en Tierra Freak voy a darles fuertes motivos para que se unan a la causa de Frank Underwood y apuesten un par de fichas a este show que podría estar cambiando la forma de hacer televisión sin que nos demos cuenta.
Netflix juega pesado
El primer motivo, aunque no el principal, es Netflix, por supuesto, y sus producciones originales. Solo en el apartado de drama contamos con dos golazos de media cancha que fueron recibidos con aplausos tanto por los televidentes como por la crítica, la hoy reseñada House of Cards y Orange Is the New Black, y no conforme con eso le devolvió la vida a una genial sitcom injustamente cancelada por la FOX en su momento, Arrested Development, e hicieron lo mismo con The Killing y con la serie animada Star Wars: The Clone Wars. Además cuenta en su grilla original con la serie de terror Hemlock Grove y con el drama épico-histórico Marco Polo, pero no conformes con eso cerraron un millonario trato con Marvel Studios para formar parte del universo expandido del Marvel Cinematic Universe y tener, en exclusiva, los lanzamientos de Daredevil, Jessica Jones, Luke Cage e Iron Fist junto con la mini-serie The Defenders.
Pero lo que realmente importa de esta empresa es el cambio que propone para el mercado y para los consumidores, la forma que tiene de demostrarlo y la nueva manera de hacer negocios que explota con éxito indiscutido. Netflix le hace jaque al rating, a las pautas publicitarias clásicas, a las franjas horarias y los prime times y a un montón de mañas y vicios más del siglo pasado que deberían haber quedado en el olvido en lo que va de estas dos décadas y que a pesar de la llegada de internet y de la sana convivencia entre este medio y la televisión siguen formando parte integral de la mayoría de las cadenas televisivas, replicando año a año, década a década, un modelo de negocio retrógrado y oxidado que estupidiza día a día al televidente promedio. Netflix, con sucesos como House of Cards, demuestra que ya no es necesario imitar viejas tendencias para lograr producir no solo un show de calidad, sino también conseguir el rebote necesario en los medios para que el mismo termine siendo nominado a premios importantes. Es un primer paso, pequeño, pero importante, para conectar con ese click que el medio está necesitando para evolucionar a un estado superior en el cual cada usuario tenga un completo control de su tiempo, y haga uso del mismo de la forma más inteligente posible, incluyendo por supuesto el espacio de ocio que todos nos merecemos, y eligiendo el momento que más nos convenga para dedicarlo al consumo de shows televisivos. Quizás hoy el impacto de empresas como Netflix en la vida diaria de todo ser no puede ser cuantificado y medido con precisión, pero en un futuro no muy lejano sí podremos hacerlo y recordaremos estos días de zappings furiosos y horarios pautados con nostalgia.
Everything is about sex. Except sex.
Sex is about power
El título de este párrafo bien podría ser una frase original de Frank Underwood, pero no, supuestamente es de Oscar Wilde, pero de todos modos sirve como ventana para ilustrar el pensamiento de un personaje que, por sí solo, amerita ser otro de los motivos –el más importante- por los cuales deberían ver House of Cards. Francis "Frank" J. Underwood es un congresista demócrata de Carolina del Sur personificado por Kevin Spacey, actor que no necesita presentación alguna, y es no solo la punta de lanza de la serie, es el alma, el espíritu, el director, el ejecutor y el guía en todo este fascinante viaje. El infinito carisma que tiene Frank solo es comparable con sus ansias de poder, y su intimidante inteligencia y su verborrágica e hipnotizadora labia están puestas al servicio de su agenda, la cual planifica y ejecuta cual ajedrecista, con poco margen para el error. Infalible, imbatible, determinado, ególatra, rencoroso, astuto, hipócrita, sarcástico, obsesivo, gamer… son palabras que van pintando como pinceladas la personalidad de este asombroso político que conserva tantos rasgos comunes a tantas personalidades conocidas de esta profesión que parece salido de una cámara de clonación donde insertaron la mejor cepa del último siglo de política. Underwood es el político nacido del inconsciente colectivo: un corrupto hijo de mil puta que solo vive para escalar y ocupar un espacio de poder cada vez mayor, que se rodea de leales perros que darían la vida por él, que solo se sienta a negociar cuando sabe que puede agarrarte de las bolas y que ha perdido toda capacidad de empatizar con cualquier situación emocional crítica de sus votantes, mismos que desprecia y subestima, ya que considera que, entre otras cosas, la democracia está sobrevalorada. Frank carece de códigos, ética o moral, cada paso que da, cada palabra que dice, de forma pública o privada, tiene un objetivo a corto o largo plazo, es quizás uno de los personajes más políticamente incorrectos que se vio alguna vez en un show televisivo, y quizás por eso uno de los más atractivos. El guión de House of Cards es, por supuesto, sublime, pero esas filosas líneas de diálogo y esa especial comunión que el televidente tiene con Frank gracias a los comentarios que él mismo le dedica cada tanto no serían nada si no fuera por una magnífica caracterización de Spacey, que pone un fuerte énfasis en los gestos y los tonos pero sobre todo en las miradas. Luego de haber consumido un puñado de capítulos de la serie el espectador puede saber al instante lo que Frank está sintiendo en los tensos momentos de crisis, no solo porque termina pensando como él, contagiado por la sinergia que ejerce una mente brillante en completo funcionamiento, sino también por el tipo de mirada que Spacey, con la altura que te da ser uno de los mejores actores de tu generación, nos devuelve. Que nadie se engañe: House of Cards es 75% Frank, 25% el resto de las cosas geniales que este show tiene para ofrecer. Punto.
Hunt… or be Hunted
Ahora sí, este título es una cita directa de Frank, que, en su forma completa, dicta: “hay una sola regla: cazar o ser cazado”. Por eso yo sigo soltero, amigos lectores (?)
Nah, más allá del estúpido chiste, puse esta cita como título porque me pareció muy ilustrativo del espíritu del show, incluso por afuera de la sombra que proyecta el personaje de Spacey. Y es que la serie cuenta con un elenco realmente envidiable compuesto por una galería de complejos y atractivos personajes muy bien caracterizados que, junto a una trama muy aceitada, fresca y repleta de referencias al mundo real arman un universo propio rico y ofrecen otra de las excusas para que vean la serie: la rosca política que tiene House of Cards es deliciosamente atractiva. El show es, ciertamente, un partido de ajedrez, donde de un lado están Frank y su mujer, Claire Underwood, en la impecable piel de una siempre elegante Robin Wright, y del otro una enorme galería de personajes ambiciosos y codiciosos que pujan por ocupar
un lugar relevante en el entramado político de la serie, de forma íntegra o lateralmente, y que podrán ser aliados o opositores de la pareja de un capítulo a otro. Llegado cierto punto de la serie, la única constante que tendremos en cuanto a las relaciones será la que une a Frank y Claire, de ahí para abajo todo puede cambiar y mutar a otro estado. El erotismo también está presente en House of Cards, pero de forma sutil e inteligente, con el acento puesto en el orgasmo femenino, dado que un puñado de las escenas de sexo se reducen a un primer plano del rostro femenino cuando ese personaje alcanza el clímax. Mesas de negociaciones, turbias alianzas, espionaje orquestado, encargos de crímenes, al show no le falta un solo elemento que no haya formado parte de la historia política –conocida y mítica- de U.S.A., e incluso podemos encontrar casos que guardan, en sus detalles, una pasmosa similitud con eventos que ocurrieron en nuestro país, razón por la cual les apunto el último motivo por el cual deberían ver la serie.
De Obama a Aníbal Fernández
Hace un par de días coincidíamos con un gran amigo en que sin lugar a dudas Los Simpsons es la serie yanquie que más representa la sociedad argentina, y el feedback que existe entre la misma y el público de este país es enorme, e incluso podríamos arriesgar que logra superar a lo que sucede en el país del norte, teniendo en cuenta el abuso que hacen tanto TE.LE.FE. cómo FOX L.A. de las repeticiones de capítulos viejos. Con House of Cards el fenómeno se da por otro lado: uno de los motivos por los que deberías ver este show es que hay ciertos casos puntuales que tienen su paralelo en la nefasta y muchas veces reciente historia política de nuestro país. Hay un caso puntual, el del voto no positivo de Julio Cobos el 17 de julio del 2008 por el desempate en el tema de las retenciones móviles, que tiene su paralelo de forma casi calcada en House of Cards, pero también hay otros detalles más sutiles y menos obvios donde uno puede hacer una relectura de lo sucedido desde una situación análoga acontecida en nuestras tierras.
El show, como casi todos deben saber, está producido por el genial David Fincher, quien también dirigió los 2 primeros capítulos, y es una adaptación libre de la novela homónima de Michael Dobbs, un político, escritor, periodista y doctorado en estudios nucleares que en su momento fue quien le comunicó a Margaret Thatcher que se había convertido en primera ministra. Dobbs tuvo una relación muy cercana con la dama de hierro, hasta que la misma llegó a un punto culmine y derivó en una pelea que lo motivó para comenzar a escribir la novela, volcando dentro de la misma toda su experiencia como asesor en el partido conservador. No es de extrañarse que hoy, cuando Fincher y su equipo decidan el rumbo que tomará la serie, comiencen a indagar en los casos más controversiales de las historias políticas de países con cierto peso en el mapa mundial, y a nadie debería sombrarle que Argentina sea uno de los que llama la atención en este punto, teniendo como antecedentes haber gozado de los beneficios de tener 5 presidentes en una semana, haber asistido al asesinato impune del hijo de un presidente en servicio o vivir hoy el sospechoso suicidio de un fiscal que estaba a punto de acusar a la presidenta (si, puse presidenta, loco, ¿y?) de haber estado involucrada en maniobras que pusieron una letanía en la resolución de un atentado en nuestras tierras. Hace casi una década que nuestro país vive de forma sintomática la rosca política, y como nunca hoy el debate está en boca de todos, de la mano de un bipartidismo que genera odios y pasiones con intensidades similares. Si la temática no nos puede ser ajena en la vida real porque de una u otra forma nos termina atravesando y afectando, ¿qué mejor que sentarse a disfrutar de una ficción donde vemos las causas y consecuencias del juego más entretenido y peligroso que tiene el ser humano, el de la política?