lunes, 11 de febrero de 2013

¿El tamaño importa? - La Payada de Kid Koala.

Son innumerables los debates que se dan sobre el tema: ¿el tamaño influye en el placer? Algunas personas aseguran que sí y otras piensan que no es un requisito necesario. ¿Cuándo empieza a doler? 

El mercado de los comics se mantuvo ajeno a estas dudas existenciales por mucho tiempo. Las revistas eran eso, revistas. Y los vaivenes económicos y los malabares editoriales sumaban o restaban (esto último, mucho más frecuente) páginas, hasta que en algún momento el recorte de papel se plantó en 32, aunque hubo ensayos con menor cuenta como las muy recomendables Casanova de Matt Fraction y los hermanos Gabriel Bá y Fabio Moon; o Fell de Warren Ellis y Ben Templesmith, muy bien recibidas por la crítica pero que no lograron imponer el formato.



Actualmente en el mercado yanqui, y es esa industria en la que se enfoca esta nota, el precio de un comic de 32 páginas, de las cuales 20, 21 son de historieta y el resto se reparte entre avisos, recap pages y tal vez una página de correo, oscila entre los 3 y 4 dólares. Hay excepciones, las más notorias son los números aniversario de personajes clásicos (Stop: tuve que corregir y poner “personajes” en vez de “series” porque en DC y Marvel todas las series tuvieron no menos de 2 o 3 números 1 desde 2000 para acá). La controvertida Amazing Spider-Man #700, de 104 páginas tiene un precio de tapa de 8 dólares, no es un gran ahorro en verdad.


Los TPBs (tradepaperbacks) eran recopilaciones de sagas, números continuados que se volvieron difíciles o caros de conseguir. Esta necesidad se planteó recién cuando las historias dejaron de contarse de a 22 paginas y necesitabas leer varias revistas consecutivas para “entender” la historia. Hasta los ‘90s la narración del comic había incorporado elementos más complejos sin dejar de cumplir con una historia por mes. Sí, las sagas podían durar varios capítulos, pero cada uno contaba una historia y avanzaba los subplots que luego de germinar varios meses reemplazarían el relato principal. Lo importante era, que no importaba el número que comprabas, ibas a poder leer una historia con principio, nudo y final. La Legion derrotaba a los Daxamitas, pero si te intrigaba leer el próximo número porque te cebaste con Darkseid en el siglo XXX, era opcional. Antes un TPB era una cierta garantía de calidad. Era una señal clara de que había mucha gente que quería leer eso, y ESO tenía que estar disponible, fuera la guerra Kree-Skrull, Watchmen o Born Again de Daredevil. Historias dentro de cada serie mensual que destacaban por calidad y/o demanda.

El primer intento en hacer una reimpresión seria, en libros de cada serie, de forma barata y orden cronológico fue la linea Essential de Marvel, cuyas primeras ediciones se largaron en 1996. Bodoques rústicos de entre 500 a 600 páginas que garantizaban una buena sentada de días y noches para leer el Spider-Man de Lee y Ditko o Romita Sr o los X-Men de Claremont, Dave Cockrum y John Byrne (con muy buen tino, la editorial decidió arrancar con los mutantes por la Giant Size X-Men 1 y Uncanny X-Men 94). A DC se le “despertó” la lamparita tan sólo DIEZ AÑOS después, con su linea
Showcase Pressents, que por cuestiones de contrato y pago de royalties se ve acotada a la producción editorial anterior a mitad de los 70s.



En nuestro país, lo más parecido a libros de material yanqui eran los clásicos reentapados de Zinco o Forum, los famosos tacos, eran las revistas individuales reunidas por una tapa de cartón con la famosa leyenda “contiene los números X al X de esta colección”. Encontrar estos en algún kiosco de diarios en los primeros noventas era como descubrir tesoros piratas sin clavar pala. La gloria se hacía con pasta celulosa y tenía precio, no en doblones españoles sino en pesetas. El libro de la muerte de Superman fue todo un boom y cuando Perfil y su línea de historietas se tornaban un triste recuerdo, la mexicana Vid irrumpió tímidamente en el mercado local con la publicación de “Las grandes batallas de los X-Men”, con historias de Roy Thomas y Neal Adams; Claremont, Byrne y Jim Lee. En mi memoria esos fueron los primeros tomos o libros en kioscos argentinos. Respondían a las características que tenían los TPBs por entonces: libros que recopilaban historias de alto impacto o buena factura artística. De ahí, al cofre de Preacher pasaron años luz.

Cuando Brian Michael Bendis y Mark Bagley se toman 6 meses en contar lo que Stan Lee te contó hace 40 años en 20 páginas... Eso es el principio del relato descomprimido. Y lo que empezó tímidamente para facilitar al lector la lectura de historias jodidas de comprar se volvió una necesidad. En gran parte para intentar otro canal de venta alternativo a las comiquerías, otro poco por convencimiento de los escritores, y también porque un libro necesita X cantidad de páginas, las historias ahora “necesitaban” de 4 a 6 números para contarse. Arranca entonces, en la pasada década, la nueva era del TPB: recopilar TODO. La novedad mensual de forma casi inmediata y el material clásico para ser descubierto por nuevos lectores. So... El TPB dejó de señalar qué historias eran especiales y cuales no. No es que necesariamente debía hacerlo, pero lo hacía hasta cierto punto.

¿La respuesta? Por parte de DC, los Absolute edition. La edición definitiva. Libros de verdad. Con lomo y tapa dura; papel grueso; caja contenedora; material extra que pueden ser diseños, sketches, el guión original; una linea de merca y las cenizas de Perón para que te las snifees juntas. El famoso formato de coffe table llevado al comic para las historias que realmente se lo merecen y para que las editoriales se queden con tu dinero. ¿Ma qué cuatro dólares?! Alan Moore, Alex Ross, Frank Miller, Neil Gaiman... Y también Jeph Loeb y Jeff Sott Campbell. Ah, y en formato MÁS GRANDE. ¿Pequeño detalle? También, más pesados. ¡No son libros para poner bibliotecas de corazón débil y colesterol alto! Pero si te gustan grandes y gordos, esta es para vos.

Comenzó un fetichismo raro. DC con sus Absolute y Marvel con sus Omnibus, menos lujosos, pero igual de desbordantes, algunos con 900 páginas, 4 kilos y un pancito. Llegamos aquí, al por qué de esta nota: Marvel anunció su nueva línea “Mighty Marvel” y el ariete será Wolverine, the adamantium collection. Es, básicamente, una mezcla de Absolute Edition con el criterio de compilar material importante del personaje. ¡Miren las fotos! Físicamente es más o menos lo que uno se imagina que le dio Dios a Moisés en el monte Sinaí. “This is heavy!”, diría Marty McFly.

El libro saldrá a la venta a mediados de año y contendrá material indispensable de Hugh Jackman (Weapon X de Barry Windsor Smith, la mini de Claremont y Frank Miller, Origin de Paul Jenkins y Adam Kubert) y berreteadas inexplicables como cosas de Larry Hama o Mark Millar. Lo de Jason Aaron que está muy bueno no va a estar, pero sí ponen Wolverine and The X-Men (?). Más grande, más pesado, más lindo y difícil de leer.

¿Importan tanto las historias como el material que contienen? Sí. Hasta cierto punto. Los Artist’s Edition de IDW recopilan material copado y reproducen las páginas del dibujante exactamente como son, a un tamaño bastante considerable. Ciertamente es muy lindo tener esos libros en la biblioteca, y hojearlos o recorrer los extras es un placer. Lo que la industria de la música no consigue emular, la industria del comic lo tiene bien armado: la gente está dispuesta a pagar más por una buena edición. No todos, pero sí los suficientes para que el negocio multiplique sus frutos.  

¿En qué momento deja de ser un placer leer Promethea de Moore y J. H. Williams III? Supongo que en el momento en el que se te acalambran las manos y rodillas de tener un libraco por el que un peón de construcción te cobraría 30 pesos la hora para cargar.
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