Así como la década del ’90 comenzó el martes 24 de septiembre de 1991 con la salida al mercado del disco Nevermind de Nirvana, el nuevo siglo se inauguró también un martes, la mañana del 11 de septiembre del 2001, cuando los vuelos comerciales American Airlines Flight 11 y United Airlines Flight 175 se estrellaron contra las Torres Gemelas del complejo World Trade Center de la ciudad de New York, en un ataque terrorista combinado que acabó con la vida de casi 3.000 personas. Este suceso histórico moderno rivaliza en importancia con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 (mismo que marcó el final de la guerra fría), y tuvo consecuencias que hoy, 13 años después, todavía estamos sufriendo. Dicho esto, hubo infinidad de material de archivo y en formato documental, literario y de ficción multimedia que años después de una u otra forma hizo referencia al 9/11 directa o indirectamente, pero a mi entender ninguno tuvo tanto espacio y tiempo como para poder hacernos llegar a nosotros, los espectadores (en este caso televidentes), la magnitud de lo ocurrido y las secuelas que dicho ataque dejó en la sociedad norteamericana y sobre todo en los habitantes de New York como la serie que tengo el placer y el privilegio de reseñar hoy. Rescue Me, durante 7 años y 93 episodios fue, a mi entender, un buque insignia sobre este nuevo siglo que estábamos estrenando, aún cuando nunca fue un fenómeno de masas como Lost ni tampoco objetivo de elogiosas y exageradas críticas por parte de la prensa especializada como Breaking Bad. Sin embargo, la maestría que demostraron los realizadores de este show al combinar tan diversos y exóticos ingredientes generando reacciones en cadena que potencialmente podían destruir su propio producto, jugando con los límites y los extremos en todas las áreas que la serie abordaba, la posiciona entre uno de los mejores shows que dio la televisión U.S.A. a mediados de la década pasada, y el que mejor supo llevar el estigma del 9/11 sin abusar del mismo y tocando las teclas correctas. Por eso, hoy, 11 de septiembre, me cabe invitarlos a que, de la mano del genio de Denis Leary y con un whiskacho de por medio nos adentremos en los pormenores de este formidable show.