jueves, 12 de junio de 2014

Mi Viejo, Fontanarrosa y el Fulbo - La Columna de Logan.



Ya lo sé, querido lector, lo sé: estamos en la primer semana mundialista, entras a Tierra Freak para huir un poco de la vorágine de información que hay sobre el tema y distenderte un poco, y el miércoles el Dr. Morholt se explaya sobre una saga fílmica relacionada con este deporte, y hoy te recibo yo con este título. Game Over. Ni siquiera el google te deja en paz, amigo. Era complicado para mí evadir el tema justo hoy, que da inicio el Mundial, pero si me seguís la corriente quizás vas a entretenerte un rato desde otro lado. Da la casualidad que el día que nuestra selección Argentina hace su entrada inicial en el torneo contra Bosnia, el próximo domingo 15 de junio, también estaremos festejando el día del padre. Y para aquellos que venimos del palo de la historieta, fútbol es equivalente al querido Negro Fontanarrosa, el Canalla más famosos del medio. Se me ocurrió que podía existir un relato que concatenara las tres cosas, y que este era el momento idóneo para presentarlo. Bienvenidos a una de mis reseñas más personales.


Es un buen tipo mi viejo…

…acusaba Piero en su disco de 1969, y al menos en mi caso, tiene toda la razón. Mi padre nació a principios de la década del 50 en el seno de una humilde familia en la ciudad de Rafaela, provincia de Santa Fe, y tiene una historia de vida intensa y repleta de vueltas. Es –y esto lo digo con toda objetividad- una de las personas más inteligentes que he conocido hasta el momento, con una capacidad de análisis envidiable y una memoria privilegiada que no duda en poner a prueba recurriendo a datos anecdóticos históricos socio-políticos precisando la fecha exacta en el que los mismos se desarrollaron, un rasgo de su generación que supieron cultivar quienes vivieron más de la mitad de sus vidas sin acceso a wikipedia, pero que en su caso particular roza lo ridículo. Amante de la historia, la ciencia, la política, la geografía y el deporte en general –pero sobre todo del fútbol-, apenas egresó de la secundaria tenía claro a donde apuntaba su pasión: el periodismo. Y vaya que contaba con herramientas y habilidades para desarrollarse dentro de esa profesión. Sin embargo, mi abuelo paterno no estaba de acuerdo con que su hijo mayor siguiera ese camino ya que temía por su estabilidad financiera –según mi abuela sus palabras exactas fueron “te vas a cagar de hambre como periodista”-, y fue así como luego de un fallido intento en la Escuela de Aviación Militar –mi viejo no toleró la estricta disciplina que se impartía en dicho establecimiento-, lo enviaron a estudiar una carrera que recién estaba comenzando a dictarse, y que tenía un potencial enorme en la región: Ingeniería en Recursos Hídricos.

La personalidad de mi viejo, obsesiva con el trabajo y las obligaciones, no solo lo transformó en un alumno modelo del establecimiento –se recibió en tiempo y forma, ubicándose entre los primeros egresados de dicha carrera en la provincia de Santa Fe, con un soberbio promedio-, hizo que se enamorara de su futura profesión, la cual aún ejerce. Algunas pasiones florecen solas, otras se cultivan.

Hincha de River y simpatizante de Colón de Santa Fe y Atlético de Rafaela (producto de la ciudad en la que estudió su carrera y la que lo vio nacer, respectivamente), hábil deportista –un rasgo que definitivamente no heredé de él- y ávido lector, el departamento que pudo adquirir unos años después que yo naciera se fue transformando poco a poco en una abadía de la literatura: mientras que mi madre adquiría y devoraba con pasión cientos de libros de autores de literatura de habla hispana, mi viejo se decantaba por enciclopedias, colecciones de clásicos, libros de historia, política, ciencia e incluso algún que otro de economía. Su colección privada podía incluir desde un Cosmos de Carl Sagan o un Breve Historia del Tiempo de Stephen Hawking hasta un Robo para la Corona de Horacio Verbitsky. Pero otra característica que se destacaba en él era su sentido del humor, el cual estaba siempre presente en todos los aspectos de su vida –familiar y laboral-, y desde ahí ingresaba, tímidamente, la historieta. También consumía mes a mes muchas publicaciones de kioscos, entre las que se destacaban algunas de Ediciones de la Urraca como la revista Humor, o el Clarín, sobre todo el del domingo, que venía acompañado de la infatigable revista VIVA y sus páginas con chistes de Quino, Caloi y Fontanarrosa. Su admiración por el Negro Fontanarrosa es, probablemente –no lo sé con precisión, es un tema que aún no tuve la oportunidad de hablar con él-, mayor que la que posa sobre otros humoristas, dado que durante años, décadas, la parte interior de la puerta de un ropero que estaba en su pieza matrimonial tenía un pequeño, único dibujo hecho por sus manos, un Inodoro Pereyra acompañado de un Mendieta y un globito de texto que acusaba el clásico remate “¡Que lo parió!”.

El Canalla Fontanarrosa.

El año 2007 fue el elegido por mi persona para cortar el cordón umbilical y partir desde la ciudad que me había visto crecer y desarrollarme como persona –Resistencia, provincia del Chaco- con destino a Capital Federal, una elección que no fue festejada por mi padre pero que de todos modos apoyó porque… soy su hijo, obviamente. También fue el año en el que nos abandonó el querido escritor, guionista y dibujante Roberto Alfredo Fontanarrosa, conocido más que nada por su labor en la historieta –y por haber creado y desarrollado personajes clásicos del medio como Boogie El Aceitoso y el gaucho Inodoro Pereyra (el renegáu) junto a su fiel amigo el perro Mendieta-, pero también por sus novelas y cuentos, y por ser un ferviente, apasionado y enfermizo admirador de este deporte que este mes nos va a tener a todos como locos: el fútbol. El Negro había nacido en 1944 en la preciosa ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, y como tal terminó siendo a temprana edad hincha de Rosario Central. Humilde, cálido, enamorado de sus amigos y con un manejo de nuestra lengua y nuestro lunfardo envidiables, supo hacernos llegar, más que nada a través de sus cuentos, la pasión que el Argentino tiene por este deporte. Dentro de su literatura, la obra por la cual la masa lo va a recordar probablemente terminará siendo el cuento 19 de diciembre de 1971, una ficción en la cual se explaya sobre el día en que Rosario Central venció a Newell's Old Boys en la semifinal del Torneo Nacional de ese año, y que fue publicado en 1982 en el libro Nada del otro Mundo. En el cuento, Fontanarrosa toma como referencia un evento real, un partido de fútbol entre los eternos rivales rosarinos que se disputó el día que da título al cuento en el Estadio Monumental del Club Atlético River Plate, con resultado final favorable de 1 a 0 para Central de la mano de la recordada palomita de Aldo Pedro Poy, misma que está descrita en el relato.

Frecuentemente visitan la librería donde trabajo extranjeros, tanto de nuestro continente como de otros, y muchos de ellos están interesados por conocer algo de nuestra literatura y acuden a mi persona para que los oriente. Luego de exponerlos a un rápido pero intenso interrogatorio –si es que la barrera idiomática no me lo impide-, si descubro que lo que en realidad están buscando es conocer un poco más del Ser Argentino y no tanto las obras o los autores más destacados de nuestra literatura, inmediatamente procedo a acercarles uno de los libros de cuentos de Fontanarrosa. Por supuesto que mi palo me tira, pero no tengo ninguna duda de que mi elección está lejos de ser errada: pocos como el Negro supieron capturar y desentrañar el porqué del apasionado fervor que moviliza a nuestro pueblo alrededor de esos 22 jugadores y esa pelota de cuero. Ensimismado sobre sus blocks de notas, tomando un café en el Bar El Cairo, el Negro daba rienda suelta a su imaginación, escuchaba a su corazón y pergeñaba historias alrededor de este deporte que no por ser ficción le eran ajenas, todo lo contrario: extrapolaba experiencias suyas y de cientos de conocidos y las moldeaba para que calaran hondo en el lector, porque era lo que él sentía cuando iba a una cancha a ver jugar al Canalla. Soy consciente que todo el último párrafo es una catarata de clichés y lugares comunes… les ofrezco mis disculpas, yo no soy Fontanarrosa.

El Fulbo.

Uno de los recuerdos de euforia exacerbada más lejanos en el tiempo que conservo de mi viejo es el día que recuperamos la democracia, en 1983, y el siguiente se remonta al 22 de junio de 1986, más específicamente al estadio Azteca en la ciudad de México, y al momento en el cual Diego Armando Maradona realiza el Gol del Siglo en un partido de cuartos de final del Mundial que se estaba disputando en el país de México, en una disputa por pasar a la siguiente fase del torneo entre nuestra selección y la de Inglaterra. En ese momento lo vi a mi viejo llorar por primera vez en mi vida. No fue un llanto prolongado y desgarrado, fueron unas pocas lágrimas de emoción que se mezclaron con un sentido abrazo del cual fui víctima. Yo estaba a 3 días de cumplir 9 años, así que tenía la edad suficiente como para percibir que lo que ahí había ocurrido era histórico e importante, tanto que había logrado quebrar a mi padre. No era la primera vez que me veía involucrado accidentalmente en un torbellino de emoción disparada por este deporte: en 1978 cumplía mi primer año de vida el mismo día que nuestra selección Argentina se imponía sobre la selección de los Países Bajos, mejor conocida como la selección Holandesa, por 3 a 1, y se quedaba con la copa de ese campeonato. Pueden imaginarse entonces el tenor de los festejos ese día… podemos imaginarlo juntos, dado que por supuesto yo no guardo el más mínimo recuerdo y solo tengo fragmentos armados a través de fotos y apoyados por el reiterado relato de lo que sucedió de boca de mis padres y mi abuela paterna. El fútbol me regaló una de las mejores efemérides que mi cumpleaños podía tener, y cuando hablo sobre el tema expongo ese preciso dato inflando el pecho con orgullo.

Es hermoso formar parte de algo, de un grupo, de una tribu, de una familia… compartir con miles de personas una pasión, sentirse acompañado por un sentimiento de emoción y triunfo con amigos, familiares, vecinos e incluso desconocidos. Hubo una época en la que me molestaba mucho la actitud de aquellas personas que desprecian este deporte y que no dudan en exponer e imponer sus tristes argumentos. Después, con el correr de los años y la llegada de cierta sabiduría a mi vida me di cuenta que sus reclamos y llantos ya no me afectaban, e incluso sentía un poco de lástima por ellos. Los entendía, siempre lo hice, pero comprendía que el sustento era pobre y débil, y que denotaba una carencia: ellos no había visto a mi viejo llorar ese día, y no podían conectarse con un deporte precioso que cargaba sobre sus hombros con millones de anécdotas, mitos y leyendas. Verlo al Diego gambetear Ingleses hasta lograr convertir el Gol del Siglo y transformarse en un barrilete cósmico al ritmo del relato de Víctor Hugo Morales es una escena con la misma carga épica que la que disfrutamos este último domingo cuando Grenn y 4 guardias de la noche se plantaron para defender la puerta de un Gigante en una misión claramente suicida. Cuando vivís el fútbol de esa manera apasionada e incondicional, nada de lo que los miopes de siempre acoten puede afectar tu experiencia. Y no por eso voy a dejar de ser crítico con este deporte, con el show que lo rodea, la plata que mueve y la corrupción que lo envuelve, pero puedo separar la paja del trigo y seguir disfrutando del mismo hasta romper en llanto, como me pasó hace apenas una semanas cuando festejaba el campeonato 35 de River Plate.

Mi viejo pudo trasladarme muchas cosas a lo largo de los años: códigos que acompañan una línea de comportamiento que uno debería sostener ante la vida pero además la pasión por la lectura, tanto en la literatura como en la historieta, y el amor por el fulbo. El Negro Fontanarrosa supo hacerme entender que no solo no estaba solo en esto, esas emociones y experiencias que había tenido muchas veces palidecían ante las vividas por otros: si yo había sufrido había hinchas que la habían pasado peor, si yo me banqué alguna crisis con alguna novia culpa de este deporte otros incluso llegaron al divorcio, si mi festejo fue una fiesta loca interminable que tuvo como costo una resaca… a otros se les fue la vida en la emoción, literalmente. Fue un sincronizado trabajo de equipo entre mi padre y el Negro, y esta reseña es mi forma de devolverles, a ambos, ese regalo divino. ¡Vamos Argentina, carajo! ¡Que viva el Negro Fontanarrosa, la puta madre! ¡Aguante mi viejo, loco!
¡Feliz día anticipado, Pa!

Los vuelvo a encontrar la semana que viene, aquí, en Tierra Freak.