jueves, 8 de noviembre de 2018

Felicidad: la modesta exaltación de Connelly y Mancini - La Columna de Logan.



Rabdomantes Ediciones es una editorial Rosarina que, por suerte, no nos es ajena en el sitio. Y gracias al esfuerzo mancomunado de su cara visible, motor/músculo, ideólogo de toda la línea y hormiga atómica obrera, César Libardi, año a año nos sigue presentando novedades que no pasan desapercibidas y dejan de asombrarnos, y contra viento y marea resiste tempestades económicas cada vez más atenuantes para seguir forjando un camino de divulgación cultural en su afán de entretener a miles de lectores con su cada vez más rico catálogo. En la última Crack Bang Boom, esta vez asociados con Ediciones 975, el emprendimiento editorial de Mariano Cordera, presentaron la última de sus novedades: Felicidad, un libro escrito por Damián Connelly y dibujado por Pedro Mancini, el cual me doy el gusto de reseñar el día de la fecha



Lo bueno viene en frasco chico


Lo primero que nos llama la atención de Felicidad, además del llamativo dibujo de su portada, es el tamaño: 15,5 cm x 21,5 cm, algo pequeño teniendo en cuenta que el grueso de la producción nacional se alinea detrás del clásico 17 cm x 24 cm. Es un tamaño muy querible, y hasta cierto punto simpático. Es muy fácil de transportar a cualquier lado y muy sencillo de proteger en los viajes dentro de un bolso o mochila. Otra cosa llamativa es que trae sobre-cubierta, algo que también es atípico en nuestra industria. Este detalle no menor, primero, le otorga a la obra una impronta categórica acerca de la importancia de su contenido, y segundo nos da la oportunidad de disfrutar de la realización de dos portadas por parte de Mancini, una de ellas, la que protagoniza la sobre-cubierta, en forma de desplegable que utiliza la tapa, la contra-tapa y una de las solapas. Creo que vale la pena dedicarle unas líneas a estos detalles porque a mi entender, en general el público, cuando opina sobre historietas el día de hoy, tiene el mal hábito de desmerecer o despreciar este tipo de consideraciones que los autores y editores tienen para con sus futuros clientes, y la realidad es que si yo voy a desembolsar $200, $250 o $300 en un libro de historietas, todas estas cosas suman en positivo y hacen que me lleve una sensación de que mi dinero estuvo muy bien invertido.

Luego la obra podrá gustarme o no pero nadie podrá decirme que desde la parte editorial no hicieron todo lo humanamente posible para que la experiencia de adquirir y consumir esta historieta sea lo más grata posible. En términos más mundanos, uno siente que es plata bien gastada. Y el libro, con todo esto, llama la atención incluso antes de ser leído, desde su exposición. A las pruebas me remito: el 50% de las fotos de “botines” adquiridos en la reciente Crack Bang Boom a las que tuve acceso desde mi perfil de Facebook, de amigos, colegas y autores de historietas que pudieron asistir al evento, tenían un ejemplar de Felicidad entre sus adquisiciones.


Y acá hay que hacer, entonces, una mención especial a quién estuvo a cargo del diseño del libro, Luis Santamarina, ya que su labor es intachable e impecable. Si Felicidad te resulta querible por todos estos detalles, esta persona fue la responsable. ÉL y Juliana Fantino, quien una vez más estuvo a cargo de la corrección de los textos, una labor tan poco celebrada y tan necesaria en este medio. Aplausos para ambos.

Para los que pudieron anticiparse a la compra de la obra con la pre-venta ofrecida por los editores, se entregaba con la misma un fanzine, también obra de los mismos autores, llamado “La Triste Historia de Vicente Lobos”, el cual funciona como prólogo de Felicidad pero puede ser leído de forma independiente. Ambas obras se complementan pero no son excluyentes una de la otra. Le recomiendo a todo aquel que no pudo hacerse de una copia de esta pequeña delicia que encuentre la manera de poder acceder a ella. 

Otro aspecto llamativo de la obra que se puede apreciar ojeando la misma sin necesidad de sumergirse aún de lleno en la excitante aventura de leerla en su totalidad es el manejo del clima provisto por el uso del color con el cual decidió trabajar Mancini, una sutil y muy cuidada paleta de colores monocromática verde (o al menos a mí se me figura verde, otros quizás podrán opinar que es azul) que protagoniza la mayoría de las páginas y viñetas, y que solo abandona en momentos muy puntuales para dar lugar a situaciones que no viene al caso spoilear en esta entrada.

Juguemos a que la paleta es verde, entonces. La decisión no se me figura arbitraria para nada, dado el contenido de la historia. El verde no es un color primario, es un color artificial que se obtiene mezclando otros dos que sí lo son. Primarios, digo. Pero el verde está íntimamente relacionado con la naturaleza, con la vida, y si bien desde su origen no se lo puede etiquetar como principal o primario, sí lo es desde su simbolismo y su psicología. El verde es un color elemental que está asociado con caminos hechos o por hacer, con recorridos permitidos por la ley y la sociedad: la luz verde del semáforo, la green card norteamericana que articula como un permiso de residencia y trabajo por tiempo ilimitado para los extranjeros. Verdes eran, históricamente, los pizarrones de los colegios donde los docentes desparramaban su sabiduría, era el inmenso espacio de comunicación escrita entre alumnos y maestros.


Todo lo verde está permitido dentro de los cánones sociales, y suele ser agradable, armonioso y pasivo. Un espacio verde es un lugar cuidado que da la sensación de protección y desintoxicación. Lo sano suele estar asociado al verde, en alimentación e incluso también en medicina. La clásica aspirina, una pastilla casi universal que durante años, décadas, fue consumida por la sociedad con fines antiinflamatorios y analgésicos, estuvo históricamente relacionada con un color verde azulado, pero verde al fin. Y ya que menciono la medicina, en muchos hospitales y centros de salud el color elegido para la vestimenta del personal es el verde, no solo por su efecto tranquilizador sino porque cuando la sangre entra en contacto con el mismo pasa de roja a marrón, y así impresiona menos.
El verde también suele estar asociado con conceptos como la neutralidad, la tolerancia y la confianza. A algunos les parecerá irónico que dado el simbolismo asociado con este color haya sido elegido por los movimientos pro-abortistas, pero para muchos de nosotros tiene sentido: el reclamo por una Ley que contemple ciertas instancias de aborto es una mirada hacia el futuro, hacia una sociedad un poco más tolerante con ciertas dolencias y pesares con las que convive diariamente un sector disminuido que no suele tener voz.

Cuando nos adentramos en este micro-universo generado por Connelly y Mancini en Felicidad, mucho del simbolismo del verde está puesto en juego en la trama, y si sabemos leer entre líneas en algunos casos el color articula como un soporte de una idea y en otros es sarcasmo puro. O quizás solo es una lectura, la mía, tan subjetiva como la de ustedes.

El árbol del Dr. Rimbauer


Lo que no es subjetivo para nada es el descubrimiento (¿o la creación?) de Alan Rimbauer, un farmacéutico que, ante la adversidad de la pérdida de su amada Lorena en un trágico incendio, encontró la forma de poder dar vida a un extraordinario árbol, un Yggdrasil moderno con una característica única e invaluable: sus frutos otorgan felicidad.

La vida de Rimbauer, entonces, que se nos torna un poco gris, aburrida y casi desprovista de condimentos (salvo por los frutos que otorga el ya mencionado árbol, claro), y que transcurre sin sobresaltos en una pequeña localidad costera denominada "Catalina del Mar”, se verá alterada cuando su camino se cruce con el de tres niños que intentan llevar adelante sus complicadas existencias compartiendo ciertos juegos en las inmediaciones del poblado. Los frutos mágicos del árbol de Rimbauer que confieren una sensación de felicidad serán, claramente, el eje disparador por el cual nos adentraremos en un puñado de aventuras sorprendentes que modificarán el status-quo de absolutamente todos los involucrados, y nos permitirá reflexionar acerca de la importancia de la felicidad en nuestras vidas.

El prólogo de Mariano Cordera nos anticipa un poco algunas de estas posibles reflexiones que nos permite la obra, las cuales de todos modos no se verificarán hasta que la misma sea consumida, por supuesto, pero algunas analogías se pueden adivinar tanto con esta pequeña descripción que estoy ofreciendo en esta entrada como también con la que se puede encontrar en la web, que funciona como avance de la aventura que nos tocará vivir.


Hubiera sido muy decepcionante para mí al leer esta historieta encontrarme con un ensayo sobre la felicidad, su significado y la importancia de la misma en la existencia humana, o alguna estupidez rimbombante del tipo “fijate con que poco viven los animales y en tanto y en cuanto tengan amor, son felices”, ¿no? Por suerte Connelly y Mancini no se quedan en esa y abren mucho el juego para permitirnos ir un poco más allá. La soledad es también una protagonista indiscutida del libro, o en todo caso la forma en la que nuestra sociedad se obsesiona con la misma y la intenta combatir desde todos los frentes. Y si hablamos de obsesiones, bueno, claramente la búsqueda de la felicidad es casi una prioridad en la vida moderna. No importa si no llegas a fin de mes mientras seas feliz, carajo mierda.


Y si bien no lo hace explícitamente, Felicidad, la historieta, comulga con un montón de corrientes derivadas de la mejor ciencia ficción, las cuales promulgan que una felicidad artificiosa sigue siendo felicidad al fin. ¿Y qué si un fármaco me permite ser feliz durante un tiempo? ¿Y qué si ese fármaco que me permite ser feliz no es legal? ¿Cuál sería el problema si mi felicidad proviniera de las horas en las que paso conectado a una realidad virtual en la cual me relaciono con otros en un entorno que sí me acepta como soy (como soy en ese mundo) e incluso me admira y me festeja? ¿Es más feliz aquel que acusa ser feliz escondiéndose detrás de la máscara de un padre de familia con trabajo estable, casa y auto? ¿Porqué la sociedad a uno lo condena y etiqueta como una persona disfuncional y al otro lo celebra y lo expone como ejemplo de lo que se espera de un contribuyente? ¿Si ambos trabajan y pagan impuestos, entonces ambos son funcionales y felices? ¿El voto de los dos vale lo mismo? ¿El padre funcional no se droga para ser feliz, de vez en cuando? ¿Es más feliz cuando está con su familia o cuando por fin logra huir al amparo de sus amigos?

Pero como comentaba más arriba, estas preguntas (y otras) podrían salir de la lectura de Felicidad, si la historieta fuera un ensayo sobre el tema. Como no lo es, como antes de ser un ensayo es una aventura, y una muy divertida por cierto, con un montón de gags visuales que realmente causan gracia, los interrogantes pueden surgir o no. Depende de uno. Y si no surgen no pasa nada. Lo importante es que Felicidad te movilice, y lo hace.
 
Y además sorprende. Sobre todo por Connelly. Digo, si conoces un poco la carrera de este guionista, Felicidad no estaba dentro de las proyecciones que podías hacer de sus obras futuras. Seguro que no. No de las mías, al menos, y tengo mucho leído de Damián. Pero lo hizo, escribió una historia así, de este tipo, y pasó el desafío airoso. Con creces. Todo el tiempo crees que sabes hacia donde va a ir la historia y una y otra vez Damián te hace equivocar. Impredecible es una etiqueta que sintetiza mucho lo que sucede con Felicidad. Claro que para que la experiencia sea completa, le dio una manito Mancini, y eso nunca es poco. Verán, yo me enamoré de Pedro cuando leí No soy Hordak, de Loco Rabia, y encima lo leí prestado, ni siquiera pagué por ese libro. ¡Que pedazo de hijo de mil puta que soy! Pero luego lo compré, un poco me redimí. Así funciona esto, igual. Ya había leído Alien Triste y Ultradeformer de él, y un par de cositas más por aquí y por allá, pero con No soy Hordak me ganó el corazón. Ese dibujo tan sintético y expresivo, ese personaje tan derrotado y repleto de miserias, y tan incómodamente parecido a uno, ahí fue cuando dije: “bueno, Pedrito, soy tu Fan, cagaste”.
Y en Felicidad, Mancini lleva su arte un escalón más arriba. La extrañeza de algunos diseños de personajes muy pronto se amiga con el lector y se hace familiar, pero nunca deja de hacerlo sentir incómodo. Con apenas unos pocos trazos muy delineados, y en solo un par de viñetas, Rimbauer pasa del dolor al goce, y el gris que divide los estados entonces nunca es negro, es gris. Sus planos, sus encuadres, la estructura de las páginas, todo está ubicado en función de una narrativa clara que te tiene la misma facilidad para acomodarte un uppercut en la mandíbula como para maravillarte y emocionarte. ¡Con tan pocos recursos, pero tan bien utilizados!

Se hace evidente que acá la dupla funciona. Parece mentira que sea la primera vez que estos dos autores trabajen juntos. Y no se parece en nada a las obras previas que tengo leídas de ambos. En nada. Y siendo así, ganamos todos. Todos somos felices, un poco, con Felicidad. Al menos mientras duran sus 72 páginas. Después… Rabdomantes y Ediciones 975 no se hacen responsable del después, solo del durante. Felicidad: más efectivo que una tableta de 20 mg de Prozac, y más barato.
Nos volvemos a leer muy pronto, aquí, en Tierra Freak. 6 años ya, loco. Y todavía vuelven. Están locos ustedes. No aprenden más.