miércoles, 1 de marzo de 2017

Arrival - Un regreso al Cine Arte - El Gabinete del Dr. Morholt.



Que el cine es arte parece ser una obviedad más que una afirmación.

Que el cine es un industria y como tal tiene que producir nuevos productos para seguir subsitiendo también es una afirmación, pero no tanto una obviedad hasta que alguien lo plantea.

Y por eso el cine es algo tan complejo de analizar.


Porque si fuese un arte como la pintura, o la escultura, o el dibujo, o hasta como la literatura, uno podría pensar en una manera más idílica de que se realicen las obras: un financista (o mecenas) apoya económicamente al artista para que éste se dedique solamente a su arte y no tenga que pensar en cómo ingeniárselas para subsistir.

Digo, ese mismo modelo ha sucedido antes en la historia y ha funcionado de maravillas.

Pero el cine es diferente, principalmente porque detrás de una película hay muchísimas más personas que los que normalmente tenemos idea (sea porque los vemos en pantalla o porque conocemos sus nombres).

Es más, parte de lo disruptivo de las escenas post-créditos que puso de moda Marvel (aparte de generar espectativa para películas futuras) es que para verlas tenemos que quedarnos a precenciar toda esa lista interminable de nombres a la que, seguramente, jamás le prestamos atención.

Porque, seamos honestos, muy pocas veces nuestra atención se queda en esos nombres que suben por la pantalla ya que hay cosas más importantes que atender, sea buscar el celular para ver la hora o si alguien nos dejó un mensaje, fijarse si tenemos todo con lo que entramos a la sala o simplemente salir corriendo al baño para relajar los esfínteres.

Cualquier cosa es más importante que ver quiénes fueron los responsables de eso que acabamos de ver, de esa obra de arte que, en el mejor de los casos, acabamos de disfrutar.

Y lo loco de todo esto es que cuando leemos un libro sabemos quién lo escribió porque está en la portada, o cuando vemos una pintura, sabemos quién la realizó porque (normalmente) está firmada, pero con el cine es distinto. Con el cine nos quedamos tranquilos viendo solamente los nombres que aparecen al principio, por orden de jerarquía, y que son los que importan.

¡Qué tanto! ¡Si hay veces que hasta lo único que interesa es quién interpreta al protagonista y se deja de lado al mismísimo director!

¿Cuántas veces escuchamos decir “la nueva película de Darín” o “el nuevo éxito de Tom Hanks”?

Quizás sea por eso que muchas veces nos olvidamos que el cine es arte.

Sí. Seguramente es por eso y no porque vivimos en una sociedad de consumo, en donde los productos tienen que consumirse lo más rápido posible para poder consumir el siguiente y así seguir el ciclo ad-náuseam.
Quizás eso explique el renovado éxito del formato serie, donde no importa lo que pasa, sino la promesa de lo que va a pasar. Donde lo importante es el efectismo y el desarrollo en el tiempo de la trama con su consecuente estiramiento.

¡Pero momento!

Comencé hablando del cine como arte y luego de la sociedad de consumo ¿dónde fue que me desvié?

En realidad en ningún lado.

Y es que salvo que vivas en China, India, Corea del Norte o seas un estudiante de alguna carrera de cine, seguramente la mayoría del cine que veas/consumas va a ser de Hollywood.

Y hace rato que las películas de Hollywood son sólo un producto para ser consumido y antes de poder siquiera internalizarlas (y ni hablar de analizarlas), pasar a la siguiente.

¡Por suerte todavía los trailers los pasan antes de la película y no después!

Pero en el medio de toda esta industria que mueve millones, en el medio de la sociedad de consumo estadounidense, en el medio del Star-System que tanto sabe explotar Hollywood, a veces... muy pocas veces, hay un pequeño atisbo de volver al cine arte. Al cine que te deja pensando. Al cine que mueve cosas adentro nuestro. Al cine que quizás tengas que debatir con tus amigos y el cual te da ganas de volver a ver.

Todo eso que pasa con una obra de arte. Porque al ver, por ejemplo, el Guernica de Picasso uno se pone a pensar, cosas adentro nuestro se mueven y seguro tengamos ganas de debatirlo o compartirlo con amigos.

Y Arrival, del director Denis Villeneuve y con Eric Heisserer adaptando la historia original de Ted Chiang, es ese destello artístico que desde The Revenant de Alejandro Iñárritu no se veía en la oferta Hollywoodense.

Porque más allá de la historia en sí misma que ya es genialmente asombrosa, lo interesante de Arrival es que usa el lenguaje del cine de una forma poco convencional y en esa disrupción es que es un experimento fabuloso.

Porque cuando el cine nos muestra algo más que un reflejo de la realidad cotidiana a la que estamos acostumbrados es que se acerca a esa concepción artística de la que parece haberse alejado.

Y sí, estoy afirmando que películas como Captain America: Civil War o la última Transformers, por sólo dar dos ejemplos de éxito comercial, siguen siendo reflejos de nuestra realidad cotidiana, con toques fantásticos, pero que serían exactamente igual si nos llegaran en cualquier otro formato. No explotan el lenguaje cinematográfico porque no les interesa hacerlo.

Y parte de que las películas no hagan uso y abuso de la cinematografía también es culpa nuestra como espectadores.

Porque no pedimos más, porque nos conformamos con lo poco que nos ofrecen, porque  parece que nos gusta que nos den todo regurgitado (o por lo menos lo necesitamos para seguir consumiendo), porque ya no tenemos el ojo crítico que podían tener los espectadores de la nouvelle vague o de cualquier otra vanguardia cinematográfica.

Ya no nos interesan las vanguardias, ya no nos interesan a tal punto que hasta nos mofamos del Dogma 95 porque fracasó desde sus inicios al no tener éxito comercial.

Y a tal punto el problema es nuestro que las películas antes de ser estrenadas pasan por focus groups que deciden si necesitan o no modificaciones, si necesitan o no ser más simples para llegar al mayor público... como cualquier otro producto de consumo masivo. ¡Porque lo son!

Pero es ahí, en esos momentos donde un grupo de gente promedio decide si una creación es buena o mala, cuando el arte da un paso al costado.

Y ese es el problema principal del cine. Que no se pone de acuerdo entre ser arte o ser industria.

A tal punto es un problema que hasta en lo maravillosa que es Arrival hay unos 3 o 4 minutos finales donde se nos tiene que explicar la trama como si fuesemos niños de 9 o 10 años por las dudas sea muy complicada para el espectador promedio (cosa que me hizo acordar mucho a lo sobreexplicada que es la remake Vanilla Sky de Cameron Crowe, a diferencia de la original Abre Los Ojos de Alejandro Amenábar).

Pero bueno, es entendible porque no se puede pelear contra muchos flancos a la vez.

Arrival ya es demasiado disruptiva en muchas otras cuestiones. Y un gran ejemplo de cómo debería ser el cine... arte.