jueves, 23 de junio de 2016

Person of Interest – La Máquina infravalorada - La Columna de Logan.



Te vigilan. El gobierno tiene un sistema secreto, una máquina que te espía todos los días a toda hora. Lo sé porque la cree yo. Diseñé la máquina para detectar actos de terrorismo, pero lo ve todo. Crímenes violentos que implican a gente ordinaria, gente como vos. Crímenes que el gobierno considera irrelevantes. Ellos no iban a actuar por lo que decidí hacerlo yo. Pero necesitaba un socio, alguien capacitado para intervenir. Buscados por las autoridades, trabajamos en secreto. Nunca nos encontrarás, pero víctima o agresor, si tu número aparece, te encontraremos.



Welcome to The Machine

No es la primera vez que me refiero a esta serie, Person of Interest (PoI de ahora en adelante), en Tierra Freak: hace un poco más de 2 años, el 15 de mayo del 2014, dediqué una entrada única al cierre de temporadas de tres shows televisivos distintos, y uno de ellos era la finalización de, justamente, la 3er temporada de esta magistral serie dramática de acción que nos tuvo en vilo cinco años y se dio el gusto de recorrer un camino inmenso, enorme, en el cual supo contrastar todo tipo de ideologías y teorías sociológicas y antropológicas para abordar las problemáticas más diversas, siempre dentro de un marco conspiranoide turbio plagado de grises y teñido de drama, y jamás desatendiendo la acción, el vértigo y la adrenalina que también caracterizó a la serie, por no mencionar las medidas dosis de humor en forma de comentarios sarcásticos muy puntuales que lograron balancear el drama y descomprimir algo de la presión y responsabilidad con la que tenían que cargar los protagonistas.

En aquella entrada dos años atrás resumí no solo el leitmotiv del show sino también los pormenores que nos terminaron depositando en lo que sin duda alguna serían los momentos más altos de la serie, o sea: los capítulos finales de aquella 3er temporada. Escéptico como soy a que un producto televisivo pueda mejorar cuando estoy disfrutando de sus momentos más altos, unos meses después me relajé y bajé mis expectativas para el comienzo de la 4ta emisión de esta ficción, sopesando la resolución del conflicto planteado en el final previo a la espera de un giro trillado que nos devuelva el status quo que nuestros héroes necesitaban para continuar con su cruzada. La realidad es que nada nunca es trillado o remanido en PoI, y pocas veces podemos dar por sentado un status quo. Si algo caracteriza a este producto engendrado por Jonathan Nolan y producido por J. J. Abrams es la constante evolución y la búsqueda de nuevos paradigmas, la ruptura de marcos pre-existentes y la apuesta por soluciones viscerales para problemáticas complejas y situaciones límites. Por supuesto que el show tiene un formato duro al que responde, y no es lo suficientemente progresista o contracorriente como para no hacer uso de las partes que toda ficción semanal acusa en la confección de una trama: cada capítulo tiene la presentación del conflicto, el desarrollo del mismo, la resolución junto con el clímax y su correspondiente epílogo, y por debajo de esto, además, nuestros protagonistas siempre que pudieron intentaron continuar con la premisa inicial por la cual el excéntrico Harold Finch 
inmortalizado por el enorme Michael Emerson construyó la Machine y convocó originalmente al duro John Reese en la piel de un sólido Jim Caviezel para que le diera una mano, que es ni más ni menos que salvar vidas, ya sea protegiendo a una víctima o coartando los planes de un victimario, pero en el medio, en las dos últimas temporadas, pudimos asistir al combate teológico-tecnológico de dos dioses modernos, dos Inteligencias Artificiales con prácticamente los mismos recursos a su disposición y hasta podríamos decir que un mismo objetivo: mejorar a la humanidad. Claro está que los medios y sobre todo los sacrificios que cada uno de estos Dioses post-modernos está dispuesto a hacer para alcanzar sus objetivos es lo que los diferencia y, eventualmente, los contrapone, y los ubica a cada uno como una amenaza letal –y quizás la única- del otro.

Y además, querido lector, están los detalles, los sutiles y preciosos detalles estéticos y socio-culturales que hacen de esta una de las series más originales y mejor presentadas de los últimos años. Porque rematar un episodio y una temporada con una escena de 5 minutos en la cual suena de fondo Welcome to The Machine, tema escrito por Roger Waters e interpretado por Pink Floyd, mientras la misma “The Machine” le plantea a su creador, Harold, que quizás merece ser destruida porque no supo entender nuestra humanidad y tampoco pudo estar a la altura de lo que su amo esperaba de ella, es una delicia de la televisión moderna que apunta al espectador exquisito de paladar muy fino, te lo puedo asegurar.

THANK YOU, FOR CREATING ME

Un ejemplo de la capacidad para innovar y evolucionar lo dicta el nutrido universo de personajes que fueron confeccionando el tapiz sobre el que se desarrolló esta serie. Al equipo inicial conformado por los ya mencionados Harold Finch y John Reese se les fue sumando, con el tiempo, una variopinta gama de outsiders que en muchos casos ingresaron al show como villanos o potenciales amenazas para luego dar un batacazo coherente e inesperado y terminar formando parte del equipo que respondía a las directivas de The Machine, la Inteligencia Artificial desarrollada por el mismo Harold

Samantha "Sam" Groves, mejor conocida como “Root” y brillantemente caracterizada por Amy Acker [Angel, Alias, Dollhouse, Agents of S.H.I.E.L.D., Supernatural], era una hacker genio devenida en asesina profesional que ingresa a esta aventura como una contrapartida del mismo Harold, con una misteriosa conexión con The Machine que descolocó a nuestros protagonistas, y una agenda propia signada por directivas precisas con propósitos desconocidos, y poco a poco terminó formando parte fundamental del equipo, articulando su lugar como el único personaje que tenía una conexión analógica directa con esta Inteligencia Artificial, razón por la cual contaba con una ventaja única para la resolución de las misiones, además de un apego muy fuerte para con este “programa”. En algún punto, Root hacía las veces del corazón y el alma de The Machine, y no es casual que cuando el personaje fallece casi al final de la 5ta y última temporada, este poderoso software decida utilizar una emulación de su voz para mantener una comunicación más directa con sus agentes. Sameen Shaw, en la piel de la bellízima y muy talentosa Sarah Shahi, era una asesina ex-miembro de la agencia gubernamental conocida como Intelligence Support Activity, I.S.A., que muchas veces es mencionada como “The Activity”, y entra en el show como una víctima, uno de los números relevantes que nuestra Machine dicta a nuestros protagonistas. Una de sus características distintivas florecía por ser víctima de un “trastorno de personalidad” que la inhabilitaba para poder sentir o expresar cierto número de emociones humanas, como el miedo o la tristeza. Sin embargo, eso no la privó de poder entablar una relación muy cercana y afectuosa con Root, algo que terminó nutriendo a la serie de un toque distintivo y particular y la colocó en la mira de las comunidades homosexuales que celebran el lesbianismo, aún cuando el show prácticamente carecía de escenas eróticas y cuando dicha relación estuvo signada por los desencuentros y se mantuvo dentro de los márgenes de los comentarios sugerentes y las sutilezas.

Siguiendo con los personajes que se fueron incorporando al equipo, hay un par que funcionaron como apoyo logístico en sus primeras apariciones para, con el tiempo, terminar formando parte fundamental de este grupo: la muy querible detective Jocelyn "Joss" Carter, en la piel de una monumental Taraji P. Henson, una honesta policía que estaba decidida a limpiar el buen nombre de la institución a la que respondía y muchas veces no medía las consecuencias de sus actos, y en la otra vereda el corrupto Detective Lionel Fusco, caracterizado por Kevin Chapman, un personaje desdeñable al que le costó ganarse el “corazón” de la audiencia desde el lugar que le tocó representar, justamente aquel que pone a esta institución en la mira de la opinión pública cuando nos enteramos de los sobornos que aceptan algunos agentes, en el mejor de los casos, y en el peor de organizaciones delictivas o actos criminales orquestados por miembros de este organismo. Carter y Reese llegaron a tenerse mucho afecto, y por momentos los realizadores incluso dejaron entrever que si se dieran ciertas condiciones podría nacer una relación entre los dos, razón por la cual el deceso de la primera casi puso en jaque la participación del segundo en esta cruzada.

Otros personajes recurrentes importantes y memorables fueron la atractiva Zoe Morgan en la piel de la sexy Paige Turco, una mujer con infinidad de recursos y una habilidad innata para resolver crisis gerenciales, la cual tuvo no pocos cruces con John, muchos de los cuales terminaron en una cama. Y por supuesto no podría abandonar esta seguidilla de recuentos sin mencionar al excepcional Carl Elias, compuesto por Enrico Colantoni [Veronica Mars, Bones, Monk, Flashpoint], una de las mentes criminales más importantes de esta New York ficcional que solía tener como centro esta serie, quien tuvo como consignas iniciales eliminar a la Mafia Rusa y reagrupar y fortificar la Mafia Italiana, y terminó siendo objetivo del Samaritan, la Inteligencia Artificial que se alzó como el formidable oponente de las dos últimas temporadas, razón por lo cual tuvo que recurrir a los recursos de nuestros protagonistas para ponerse a resguardo.

Nineteen Eighty-Four

Tal es el nombre de la novela más conocida del escritor británico George Orwell, un clásico de la literatura de la segunda mitad del siglo XX que se transformó en el manual de cómo construir una buena y sólida ficción distópica. Pero no solo eso, 1984 es de las pocas novelas de ciencia ficción que trascendió el género y se terminó transformando en un clásico de la literatura, y el motivo es evidente: su actualidad es intimidante. Intimida que una obra de ficción escrita hace 70 años pueda haber sido tan certera en cuanto al desarrollo sociológico y tecnológico que íbamos a tener como humanos, ya que esta novela introdujo, entre otras cosas, el concepto del omnipresente y vigilante Gran Hermano o Hermano Mayor, este “líder” que hacía las veces de organismo de seguridad, detección y vigilancia, y como tal estaba presente en todos lados, en todo momento, y del cual era muy difícil escapar.

Rememorando a la distancia esta obra caemos en la cuenta de que son realmente muy pocos los libros o las manifestaciones culturales que terminan tomando esta magnitud en el tiempo, y cuando lo hacen, generalmente es por el peso propio de las mismas, por el legado que dejan, por la controversia que generan y los debates que accionan consecuencia de sus contenidos. ¿Cuánto le debe PoI, entonces, a una obra como 1984, y con qué herramientas cuentas para ocupar un lugar similar en la historia de la televisión moderna?

De movida, PoI hace uso de los paradigmas signados por la obra de Orwell pero avanza unos pasos más, jugando además con la problemática que nos plantea una Inteligencia Artificial, pero corriéndose kilómetros de aquellas producciones que giran alrededor de una vuelta de tuerca que emule un test de Turing enmascarado. PoI nos enfrenta a todos los problemas éticos y morales que tendríamos si nos pusiéramos a disposición de una I.A. para que la misma mejore nuestra calidad de vida. El show en ningún momento subestima al televidente, y le exige un compromiso enorme con la trama, pero sobre todo con el nivel sociológico que se maneja en los continuos debates internos que tiene Harold para con su creación, máxime teniendo en cuenta la aparición del Samaritan, y su condición de enemigo que, por momentos, solo parece una etiqueta impuesta por el mismo Harold, teniendo en cuenta que el objetivo de dicha A.I. es la eliminación de nuestra Machine. Pero, ¿y si ambas Inteligencias Artificiales se consideran a sí mismo una raza, una criatura? ¿Es recomendable entonces que se eliminen unas a otras, y se condenen con esto a la “soledad”? ¿Y si en vez de eso encuentran la forma de cooperar y aunar sus agendas? ¿Pueden hacerlo? ¿Entienden el concepto de soledad, y en consecuencia temen transitar ese estado?

Este show, que comenzó siendo un tibio policial con un componente tecnológico elevado y, por momentos, demasiado exagerado, y que se movía tímidamente de la mano de personajes sobrios con convicciones poco claras y objetivos propios de un filántropo burgués, se terminó transformando en una ficción imposible de etiquetar, que sumó elementos del género superheróico y los hizo convivir con cuestionamientos filosóficos de primer orden en un marco de ciencia ficción hiperrealista signado por los debates modernos que incluyen los alcances de una utópica libertad absoluta y las medidas que se tienen que tomar para preservar la seguridad del individuo, cuando no los cuestionamientos éticos sobre las decisiones a gran escala que se deben tomar para asegurar no solo la supervivencia del ser humano sino también una mejora cuantitativa en su calidad de vida, quizás en pos del sacrificio de muchos recursos o, quien te dice, de un sinnúmero de vidas humanas que solo cumplirían ese fin: permitir al resto de la humanidad evolucionar.

Person of Interest fue, quizás, la primer serie de televisión representativa de la época que vivimos, de los violentos cambios que estamos experimentando a velocidades inusuales y que, muchas veces, el ruido de los medios de comunicación y las redes sociales no nos permite percibir. Es el show que nos devuelve ese sentimiento de miedo hacia lo desconocido, que nos vuelve a asegurar que el gobierno pocas veces está de “nuestro lado” y generalmente trabaja a nuestras espaldas, con la eterna justificación Maquiavélica de su polémico accionar que da cuenta del objetivo final por el cual accionó, movilizó e hizo uso indiscriminado de los recursos que nosotros, los ciudadanos, dispusimos para ellos. Pero también es una serie que habla de los sentimientos más nobles que tenemos como humanos: quizás los roles de padres e hijos no fueron protagonistas de los arcos argumentales (siempre hablando de los “humanos”, la relación más fuerte que rige la totalidad de la serie es la de Harold con su Machine, su creación, su hijo), pero seguro que podemos reconocer los valores de la familia, la amistad y la pareja, y hasta los del compañerismo en el trabajo y los fuerte vínculos que nos unen con los animales domésticos (¡Bear!). Pero además, el valor por la vida humana, y la necesidad de ayudar a aquel que lo necesita, sobre todo cuando contamos con las habilidades para poder hacerlo, haciendo de la solidaridad una forma de vida y no una tendencia en Twitter cuando el norte del país se inunda. PoI es uno de esos shows que voló muy bajo por el radar popular del televidente moderno, y así y todo pudo concluir su recorrido de forma más que digna, sin decaer en ningún momento y entregando la misma calidad que lo caracterizó e hizo que depositáramos nuestra fe en él. Los vamos a extrañar, yo hace apenas unas horas vi el episodio final y ya lo estoy haciendo. Los espero la semana que viene, nuevamente aquí, en Tierra Freak.