jueves, 4 de febrero de 2016

Deadly Class – Liga de Asesinos - La Columna de Logan.




Me gusta pensar que febrero es, para muchos entre los que me incluyo, un espacio de “vacaciones”, un mes de transición donde nos tomamos las obligaciones con algo de desdén y relajo, y le dedicamos un tiempo un poco más prolongado al disfrute del ocio, sea en el formato que sea. Dicho esto, me parece que estas épocas son idóneas para retomar las lecturas intensivas de historietas y libros, y también para dedicarle más tiempo al goce de comenzar a ver alguna serie de T.V., organizar una maratón de películas o forzar reuniones más continuas con tus amigos para probar algún nuevo juego de mesa. Y aquí estamos, en Tierra Freak, una vez más, para oficiar como guía de lectura para que le claves los dientes a una obra que nunca hemos reseñado dentro del sitio pero que estaba pidiendo pista hace rato: Deadly Class, el polémico comic de Image creado por Rick Remender y Wes Craig que ya alcanzado el número 19.


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Los habitués del sitio seguro estarán pensando “oh, por el amor de todo lo que es sagrado y puro en este mundo, ¡otro fucking comic de Image!”. Sí, mi estimadísimo lector, no es mi culpa que esta editorial otrora independiente tenga hoy un catálogo y una oferta que desborda calidad y frescura por todos lados, y la verdad es que, lejos de quejarnos, deberíamos festejar este hecho, porque gracias a empresas como esta podemos afirmar que la salud del comic americano mainstream es de buena tirando a muy buena, y los títulos que son dignos de leer se nos van acumulando en el listado.

Desde la distancia, Deadly Class tiene algunos puntos en común con otra joyita de esta editorial que reseñé hace casi 2 años, Morning Glories, la genial obra de Nick Spencer y Joe Eisma, pero no, tranquilos que prácticamente lo único que conecta ambas series es la existencia de un “colegio secundario” atípico, y nada más. Y esta vez, al menos, las comillas no sobran… El que sí podemos decir que comienza a ser ya una figurita repetida en mi historial de entradas es el guionista, Rick Remender (a quien yo me pasé casi un año de mi vida llamando “Remember”, ¿no?), el cual ya tuvo su espacio aquí cuando recomendé su impactante Low en agosto del año pasado, serie regular que también edita Image, como no, la cual quedó clavada en su décimo número aparecido el 
pasado mes de septiembre, misma que es de creer regresa en estos días con el 11. Remender está prendido fuego, más bien, y no conforme con estas dos series tiene también abiertas solo en esta editorial Tokyo Ghost y Black Science, y hasta hace no mucho estaba al frente del nuevo Capi America para Marvel, entre otras cosas.

El co-creador encargado del arte en esta serie, el canadiense Wes Craig, tiene un recorrido por la industria abultado pero no muy llamativo, clavando fill-ins acá y allá, en Marvel, D.C. e Image, pero donde verdaderamente logró encontrar su centro para poder expandirse a las anchas demostrando todo su potencial es en este mismísimo comic que hoy me toca reseñar.

El crimen no paga


Deadly Class parte de la premisa de seguir los pasos de un desahuciado Marcus López Arguello, un nicaragüense radicado en U.S.A. que, cuando la serie comienza, está transitando sus 16 años y viviendo en la calle producto de haber perdido a sus padres en un accidente atípico: una esquizofrénica se suicidó lanzándose desde un puente y su cuerpo aterrizó sobre la pareja que trajo al mundo al buenazo de Marcus, delante de sus ojos… pero este muchacho en vez de arrodillarse ante los cuerpos inertes de sus progenitores, gritar al cielo de bronca y jurar venganza combatiendo el crimen disfrazado de murciélago, creció inmerso en una depresión galopante, lleno de rencor hacia la humanidad, con una ansiedad inmanejable y convencido de que nada tiene sentido y tarde o temprano la muerte nos alcanza a todos. Además, culpa de la tragedia que arruinó su vida al presidente de ese momento, Ronald Reagan, dado que fue él quien quitó los fondos reservados a los institutos de salud que otorgaban tratamiento a, por ejemplo, la mujer que acabó con la vida de sus padres. Ah, por cierto: la historia está ambientada, al menos al comienzo, en la San Francisco de 1987.

Durante los años que separaron esta tragedia del presente ochentoso desde donde arranca la serie, la vida de Marcus no hizo más que empeorar, y en el camino conoció todo tipo de miserias y excesos, probó todo tipo de drogas y soportó varios flagelos en su cuerpo a raíz de las cicatrices que carga sobre el lomo, todas preciosa anécdotas cotidianas que no hicieron más que endurecer su carácter pero petrificar su alma, transformándolo en una persona casi carente de empatía con los que lo rodean, sin ningún objetivo claro en la vida y sin un rumbo determinado. Y así, a la buena de Dios, es como se ve involucrado en un acto delictivo, y la policía en cuestión de segundos lo tilda como uno de los sospechosos y lo comienza a perseguir por calles atiborradas de personas festejando el Día de los Muertos, y logra zafar de una situación que sólo podía culminar con el retorno al encierro de un centro correccional de menores gracias a la interesada ayuda de Saya, una sexy adolescente asiática toda tatuada con altas habilidades para el combate cuerpo a cuerpo y con una maestría manejando motos de alta cilindrada a velocidades imposibles. Saya termina llevando a Marcus a un encuentro con el Maestro Lin, otro asiático que introduce al protagonista en la Escuela Kings Dominion de las Artes Mortíferas.

Break the Cycle

Es así como Marcus se entera de la existencia de esta agrupación milenaria que tuvo sus inicios en la China antigua pero que hoy por hoy actúa en todo el mundo, y que se dedica a entrenar a los mejores asesinos del mundo bajo un estricto código de conducta que va de la mano con ciertas reglas que ameritan ser cumplidas si uno pretende permanecer dentro de este círculo y seguir vivo. Marcus, bastante más rápido de lo pensado, revela sus intenciones para con el presidente actual, y el Maestro Lin es uno de los pocos que no considera las mismas un completo delirio. El ofrecimiento que le hacen es sencillo: si Marcus accede a obedecer a rajatabla los reglamentos de la institución y se esfuerza por comprender la teoría y cumple con cada uno de los ejercicios y pruebas que los “maestros” le irán poniendo delante, para cuando esté preparado y egrese como un asesino profesional la organización le proveerá de la infraestructura e inteligencia necesarias para llevar a cabo su venganza, haciendo uso incluso de las conexiones que tienen en las altas esferas de poder. No hay una explicación tácita de este pacto pero queda claro que el arreglo es ese, y por otro lado la realidad de Marcus distaba mucho de ser sana para su cuerpo y su alma, y si algo tiene el protagonista es que no es un estúpido, está pasando por una mala racha y no puede salir del pozo de depresión en el que se encuentra, pero comprende perfectamente las ventajas de formar parte del todo.


Sin embargo, cuando todo podía pintar para transformarse en un clásico comic pasatista emulando el tipo de aventuras de Mangas de colegios jodidos donde todos son potenciales Bad-Asses, al mejor estilo IkkiTōusen, Remender pega un volantazo promediando el primer arco y cuando nos queremos dar cuenta estamos viviendo una Road-Movie donde los protagonistas se pasan casi dos comics completos pasados de ácido, Fear and Loathing in Las Vegas style. Siguiendo con las similitudes con las historias orientales, dentro del pequeño grupo de forajidos que abandona la escuela en busca de aventuras se comienza a desarrollar un triángulo amoroso con Marcus en el centro, como si se tratara de una versión occidental de Macross, pero en este caso el mismo va a tener consecuencias nefastas para los implicados, con repercusiones y cicatrices que se terminarán ramificando hacia el resto de la serie.

Las secuencias de Marcus completamente pasado de ácido son una magistral muestra de narrativa moderna del tremendo Wes Craig y su colorista Lee Loughridge, los cuales le imprimieron un clima, un ritmo y una psicodelia como pocas veces se ve en un comic mainstream, haciendo uso de todo tipo de recursos narrativos y valiéndose de herramientas clásicas y modernas para ilustrar este tipo de situaciones, con objetos antropomórficos incluidos. Pero el mérito de esta pareja no se limita solo a estos capítulos, Craig es un digno representante de la mejor historieta canadiense, y podemos rastrear en él desde el arte de Pia Guerra y Yanick Paquette hasta la narrativa de autores underground como Michel Rabagliati e incluso detalles de Gregory Gallant, mejor conocido como Seth, y algunos diseños de personajes nos remiten al popular Bryan Lee O'Malley, como no. No por nada Remender lo eligió para este trabajo: los momentos tensos y densos son regularmente atravesados por situaciones adrenalínicas muy dinámicas, y cuando la calma finalmente se deposita en el guión, Craig se divierte como un enano en zancos con la composición de la página, sin permitirse nunca una propuesta aburrida o tradicional. 

Deadly Class es una tremenda obra generacional, que aborda la violencia que inunda nuestra sociedad desde los ángulos más diversos, y hace un esfuerzo enorme por romper los paradigmas de este tipo de historias, y no por eso se priva de edulcorar el relato con múltiples referencias culturales y hacer un uso original y fresco de algunos lugares comunes. Si estabas buscando un comic mala leche con personajes carismáticos y bien narrado, esta debería ser tu elección. Nos leemos la semana próxima, aquí, en Tierra Freak.