jueves, 28 de mayo de 2015

Crónicas de un obseso del cine - La Columna de Logan.


Del creador de la entrada sobre acumuladores, que no era más que una pincelada del manojo de obsesiones mañosas que he “acumulado” con los años, llega a las pantallas de tu monitor, celular, tablet o análogo otro capítulo en la vida de quien escribe esta columna, esta vez rescatando las taras que me reservo para cuando voy a ver una película al cine, para evaluar el grado de enfermedad que tengo y también poder comparar cuántas comparto con ustedes, y así todos nos sentimos un poco menos solos. A saber…


Amor, me quedo hasta el final.

Gracias, Marvel Studios, por haber impuesto una odiosa tendencia para la población vulgar, y haberme dado la excusa perfecta para seguir ejerciendo una manía que conservo desde que tengo memoria: quedarme hasta el final de los créditos de cualquier película es, para mí, vivir la experiencia completa del cine. Y no la limito solo a las películas que veo en este medio, también conservo esta tara cuando consumo films en la soledad de mi hogar, o acompañado de mi pareja, familia o amigos. Los créditos son, para mí, un momento de reflexión en caliente, donde la charla está permitida -pero no muy alta, porque también quiero escuchar la banda de sonido-, e incluso, si me dejan, ir leyendo los mismos, porque puedo llegar a descubrir algún detalle interesante. Muchas de las producciones actuales intercalan con el inicio de los créditos un “detrás de escena”, al menos hasta la mitad de los mismos, que ameniza el momento y otorga un bonus que plantea una experiencia más interesante para la masa, y hoy por hoy todos aquellos que pedimos a gritos -internos y silenciosos, cobardes- que no nos rompan las pelotas con mover nuestros ortos hasta no ver los logos de las productoras al final de los mismos podemos utilizar –una, dos, y hasta tres veces- el comodín de “quizás hay una escena al final” para convencer a quienes nos acompañan de que se unan a esta nefasta experiencia con nosotros, pero gente como yo no le huye a la realidad con mentiras, no nos quedamos hasta el último segundo de un film mintiéndonos y esperando lo mismo… sencillamente queremos consumir hasta el último milímetro de cinta, y ya. Somos unos “golosos” del cine y nos gusta empalagarnos con el mismo, somos de los que comemos fideos con tuco y le terminamos pasando el pan al plato tantas veces que se lo podría confundir con una vajilla limpia, y aplicamos esta normativa a la experiencia como espectador.

Además, amigo, amiga, ¿cual es el apuro, eh? Estás cómodamente sentado en una butaca, disfrutando de música ambiente y con la posibilidad de poder comentar la película que acabas de ver… ¿Qué onda, el tiempo te corre? ¿Te van a cobrar demás en el estacionamiento si llegas 5 minutos después que el resto de la gente? ¿Tu vejiga va a estallar en los próximos minutos? ¿Tu mujer te hace un escándalo si llegas 10 minutos más tarde? ¿Te transformas en una rata atada a una calabaza si te vemos después de la medianoche?

-Amor, ¿vamos yendo…?

-Pero… están los créditos… puede haber una escena post-créditos, nunca se sabe…

-¡Es una película nort-vietnamita de la post-guerra de fines de los ’70, en blanco y negro, y la mitad de lo que estás leyendo son kanjis que no entendés!

-¡¡¡NUNCA SE SABE!!!

Reloj, no marques las horas.


¡Por mis bolas me van a ver entrar tarde –de nuevo- a una función de cine culpa de ajenos! ¡Por mis bolas! Parte de mi poco apego a las salidas grupales para ir a ver una película están directamente relacionadas con la impuntualidad de los otros que termina provocando malestar en todo el grupo, y sobre todo en mi persona. La realidad es que, en términos generales, el ser humano es una persona de naturaleza egoísta, y no suele inclinarse a pensar en los demás. Cuando se establece una salida en función de un evento, como por ejemplo una película en un cine, donde el comienzo de la misma no está dentro del control del grupo sino en manos de ajenos, lo mínimo que cada integrante de lo’ vago’ debería hacer es sentirse responsable por el resto, y poner su parte siendo puntual. Esto, por supuesto, no sucede en el 90% de los casos, y eh sido víctima de adrenalínicas esperas hasta el último minuto sobre todo desde que vivo en esta ciudad, Capital Federal, donde temprano me di cuenta que la puntualidad no es un atributo del cual el porteño promedio pueda sentirse orgulloso de poseer. Si nos quejamos del precio de las entradas, bueno… puedo agregarle a esa queja el agravante de que, encima, los que son impuntuales me están dando a entender que mi plata, claramente, no vale, porque me impiden vivir la experiencia cinematográfica de forma completa, plena y de manera placentera. Me predisponen mal para, justamente, el comienzo del film, un momento en el cual debería estar con las expectativas bien puestas y enfocado en lo que estoy por disfrutar. Ni hablar de que me transforman, a mí y al resto del grupo, en esos insoportables pelotudos a cuerdas que entran cuando el film ya comenzó, se cruzan delante tuyo con su mejor cara de naipe, y hasta incluso llegan a tirarte, como quien no quiere la cosa, algún comestible encima, cuando no unas gotas de gaseosa. Por suerte cuando los años fueron pasando tomé todos los recaudos necesarios para no tener que tolerar volver a vivir este tipo de situaciones: me volví una mierda de persona que deja a quien sea detrás y entra al cine solo cuando el tiempo apremia. Yo sería el peor Marine de la tierra, claramente.

Mala Fama.

La que mis “amigos” me hicieron, claramente. Explayémonos sobre el sonido ambiente durante la proyección de una película. A mí realmente no me molesta en absoluto las charlas por lo bajo, y mucho menos las exclamaciones producto de alguna escena disparada por la pantalla, las risas, y los gritos. Y sí: la mala fama que me hicieron parte de la premisa de que soy una persona “ruidosa” cuando estoy viendo una película. Yo grito, exclamo y me río de manera pronunciada solo cuando el film lo amerita, ni más ni menos, y la experiencia me indica que nunca soy el único, además. Entonces, ¿cual es el problema, nuevamente? No soy de los que “hablan” durante un film, ni siquiera suelo destacar algún detalle que supongo solo yo pude percibir, aunque sí suelo mirar hacia los costados con una mirada cómplice cuando entiendo que tanto yo como mis amigos acabamos de ver un easter egg que probablemente pocos en la sala lo detectaron, pero no mucho más. De hecho, que todo el mundo se ría a cada rato en una comedia que a mí mucha gracia no me está causando, por ejemplo, me ameniza la experiencia: me indica que quizás yo no la estoy disfrutando a pleno porque estoy cansado o tuve un mal día, pero que no necesariamente la producción sea mala, y eso hace que el disfrute suba un punto, o dos. La experiencia del cine es colectiva, y tiene ese sabor especial y único de poder vivirla rodeado de completos extraños, pero que en ese momento son parte del “todo”, igual que uno, los cuales seremos interpelados por lo que la pantalla nos ofrezca. Algunas pocas veces esto nos va a patear en contra –cuando la respuesta del resto de la gente sea excesiva y sobrecargue la experiencia, o cuando comiencen a enunciar puteadas e insultos hacia lo que están viendo, mientras nosotros no paramos de maravillarnos con cada minuto-, pero en general el público acompaña la función con buena predisposición. Por supuesto, nunca falta el infeliz que olvidó silenciar su celular, o el pelotudo que necesita ir al baño cada ½ hora, y cuando no una pareja de sub-normales que cree estar en el living de su dpto. y no deja de darle a la labia, pero, una vez más, en mi experiencia, esas son excepciones, no la regla.

Lo de los aplausos al final de una película es una situación que no termino de procesar, y debo confesar, con cierto recelo, que soy uno más de los tarados que se ha subido a ese tren, sin terminar de entender el sentido. Es una tendencia claramente heredada del teatro o de esas exclusivas avant premiere realizadas en una sala donde se encuentran como espectadores algunos de los realizadores de la cinta que se acaba de proyectar, los cuales serán los receptores de esta popular señal de reconocimiento… pero de ahí a hacerlo cada vez que una película finaliza, como muestra de aprobación de la misma, esto es algo que, creo, se fue de las manos, y a nadie particularmente parece incomodarle ni resultarle extraño. Deduzco forma parte, una vez más, de darle un cierre emocionante como espectador a esta experiencia colectiva… la emoción que nos embarga en ese momento nos podría impulsar a querer abrazar a todos los que fueron testigos de esta producción, pero como son demasiados y no somos “íntimos”, mejor pinta un buen aplauso (?).

Si la leo, la veo.


Hubo una época, allá promediando los ’90, donde la calidad de un canal de cable dedicado exclusivamente a películas estaba dictada por dos factores: la potencia de sus estrenos y el hecho de que la totalidad de su grilla de films extranjeros (o sea, el 99% de su programación) presentara películas subtituladas, contrastando con los viejos canales en clave Space que aún seguían emitiendo producciones dobladas al castellano. No pasó mucho tiempo hasta que los canales de cable dedicados a series se prendieran de esta hermosa tendencia, y es así como recibimos el nuevo siglo transitando un momento casi idílico en la televisión por cable, donde el subtítulo lideraba la casi totalidad de las emisiones de material proveniente de otros países.


Yo vengo de esa vieja escuela, y sigo sin tener hijos propios, y llevé esta situación al ridículo. A mí dame todas las producciones en su idioma original, te lo pido por favor… dame subtítulos. Incluso los del BAFICI, que tenés que tener la vista de Superman para poder leerlos. No me importa. Y no, no me claves una The Raid (2011) doblada al inglés porque me voy a dar cuenta, amigo… aparte existe algo que se llama “internet”, ya sé que es de Indonesia, no yanquie. Comprendo perfectamente el dilema que viven los padres con los pibes, por supuesto, y me preocupo por escuchar sus argumentos y no criticar sus acciones, además de entender –por boca de ellos- que hoy por hoy, no todos los doblajes son pésimos, y Disney, sobre todo, le pone mucha garra a los mismos.

Pero yo no tengo pibes, solo tengo una gatita que no habla castellano todavía. Ambos preferimos el idioma original, y lo vamos a elegir siempre. En películas adultas y también en producciones infantiles. Si la distribuidora me trae un estreno para cines de PIXAR sin subtítulos, solo dobala… se perdió de vender al menos una entrada: la mía. Allá ellos.

Jueves o hay tabla.


Una de las razones por las que me vine a vivir a Capital Federal fue porque, allá lejos y hace tiempo, hace casi una década atrás, en la ciudad en la que vivía antes no siempre los cines estrenaban las películas en simultáneo con el resto del país. Y yo la pasaba mal, muy mal. Aún al día de hoy la paso mal cuando, por razones que claramente me superan, y que generalmente están relacionadas con trabajo –prácticamente el único motivo por el que, conscientemente, podría privarme de ir a una función de estreno de una película que vengo esperando hace meses-, no puedo ser partícipe de esa parva de afortunados que ven la película el mismo día que se estrena. La satisfacción que me produce, además, saber que muchas veces incluso la estrenan acá una semana antes que en U.S.A. no tiene forma de poder ser expuesta en palabras. Y la realidad me indica que nada tiene que ver internet con esta tara: no soy de los que regresan el viernes a la madrugada a sus casas y se dedican enfáticamente a spoilear el estreno a diestra y siniestra, haciendo un uso intensivo y poco ético de las redes sociales, nada más lejos de la realidad. A lo sumo entro a un par de grupos virtuales que transito y comento el film en el hilo correspondiente, utilizando las herramientas adecuadas para no cagarle a nadie la experiencia. No, la tara, una vez más, pasa por otro lado: la expectativa que generó ese estreno es tanta que no entra dentro del pecho, y tiene que ser evacuada lo antes posible. Tan sencillo como eso. Es una masturbación de meses que ya va siendo hora de que culmine, y cuanto antes mejor porque la espera y la prolongación están transformando la experiencia otrora placentera en una situación dolorosa.

I'll be back.


Regresar a una sala de cine a disfrutar de una película que ya viste en ese medio es una tendencia en aumento en una sociedad completamente advocada al consumo masivo, pero algunos, como yo, la entendemos como una segunda –o tercer- oportunidad de poder consumir un producto que consideramos más que digno, en el mejor formato en el que mejor lo vamos a poder disfrutar. Por lo mismo nos volcamos a las salas de cine cuando ponen en cartelera clásicos indiscutidos que cargan sobre sus espaldas dos, tres o hasta cuatro décadas, ya que incluso muchos de nosotros no pudimos hincarle el diente en ese formato cuando se estrenaron por las edades que tenemos. Pero me queda claro que sigue siendo una tendencia poco festejada por la masa –y sobre todo por las parejas, algunas…- y que, en todo caso, está más aceptada y asimilada entre los pibes, y, por decantación natural, sus padres. De hecho, no son pocos los amigos que tengo que van a ver la película doblada al castellano con sus hijos, y luego subtitulada con sus amigos, algo que sin duda alguna aplaudo de pie. Yo particularmente tengo un mecanismo armado con mi memoria que casi raya el pacto tácito, en el cual al introducirme en la experiencia de ver por segunda vez un film en el cine pongo mi mente en blanco y prácticamente olvido la totalidad de la trama en cuestión, una treta que me funciona a la perfección para entregarme sin condicionamientos al disfrute de esa producción como si fuera la primera vez… la excepción a este acuerdo se da cuando asisto a la función de estos clásicos inmortales, los cuales probablemente ya tenga grabados en mi cadena de ADN de tantas veces que la vi en televisión o en el monitor de mi p.c.

Coming Soon.


Si hablamos de la experiencia completa de “ir al cine”, no puedo dejar afuera el ver los avances de los próximos estrenos. Está claro que los años y el acceso a la tecnología que tenemos hoy derivaron en una completa falta de sorpresa hacia muchos aspectos del cine que este medio antes nos brindaba, y eso incluye la proyección de los trailers antes de cada función, mismos que seguramente, si nos interesa el tema, ya hemos consumido por nuestros propios medios. Pero sigue siendo, al menos para mí, emocionante poder verlos en la pantalla gigante, y resulta decepcionante ver el poco tacto que tuvieron los encargados de la sala y la proyección cuando los mismos no se condicen con el tono de la película que vamos a ver. ¡¡¡¿Por qué imaginan que me voy a emocionar al ver el pálido avance de la última de Peretti o la adaptación de la novela de Cielo Latini, Abzurdah, si estoy por disfrutar de Mad Max: Fury Road (2015) ?!!! Porque, viste… si al menos la China Suárez pelara tetas en el trailer, pero nop.

En contraposición con esa total falta de tacto, ver los avances de Ant-Man (2015), Batman v Superman: Dawn of Justice (2016) y Tomorrowland (2015), todos subtitulados, cuando fui al pre-estreno de Avengers: Age of Ultron (2015) fue, como dirían los españoles, una verdadera gozada, y me genero la adrenalina necesaria para que mi predisposición para la función fuera la óptima. Aplausos para el Hoyts del Abasto esa noche.

El tamaño importa… pero no siempre.

En este párrafo pretendo meterme con la tara de otros, porque a veces me toca de rebote y no siempre me siento cómodo y con el humor necesario como para contrarrestar face to face. Aquí, en Capital Federal, donde un puñado de afortunados –quienes viven acá, por supuesto- tienen la suerte y el privilegio de poder acceder a las instalaciones del IMAX, llevan la experiencia del estreno pochoclero al extremo, e incluyen en la misma IMAX y 3D, o hay tabla. Yo particularmente creo que el IMAX está altamente sobrevaluado, máxime cuando la producción que vamos a ver no fue filmada expresamente con cámaras para IMAX. Dicho de forma sencilla: me queda claro que sentenciar la frase IMAX y 3D o hay tabla es de caretas, punto. He visto decenas de películas en IMAX y en 3D que no fueron realizadas para semejante complejo, y la verdad es que no se disfrutan ni un ápice más que si ves la misma producción en una muy buena sala de cine de las que pueden ofrecer cadenas como Hoyts o Multiplex, por mencionar un par. De hecho, hay salas de la cadena Multiplex ubicadas en el barrio de Belgrano que tienen butacas mucho más cómodas que las del IMAX, así que si hablamos de “experiencia”, y la comodidad suma, ahí IMAX resta. Si, para colmo, le sumo el agravante de que, para mí, llegar al IMAX me puede representar hora y media de bondi –y el regreso, a la madrugada, podría extenderse a dos horas-, teniendo en cuenta que al día siguiente “la vida sigue”, y es un Viernes más del montón, y yo por suerte laburo… sorry, amigo, pero a mí en esa me perdiste antes de empezar. Por supuesto, lo de la distancia y que sea un muerto de hambre que viaja en bondi es una situación personal pero que no invalida los otros puntos. La presunción de ir al IMAX para un estreno la entiendo como chapear con aire… en todo caso, si te la querés dar de winner, báncate un Hoyts Premium para vos y tu mina, Campeón, que con una pizza y una birra son casi 5 gambas, y ahí hablamos.

Pochoclo o Shawarma, esa es la cuestión.

La oferta de estrenos cinematográficos a la que tenemos acceso hoy supera las predicciones del más optimista veinte o treinta años atrás, y el precio de las entradas –sobre todo en aquellos cines que forman parte de las grandes cadenas- hace prohibitivo para la clase media poder incorporar esta salida como algo habitual, digno de poder repetirse dos o tres veces por semana. Estamos a años luz de experiencias como la que tenía mi madre cuando era apenas una niña, cuando ella y su hermana menor ingresaban a una sala de cine no menos de cuatro veces por semana, dado que el valor de la entrada era incluso inferior al de una botella de algún refrigerio que adquirían junto con la misma al ingresar a la sala. Dicho esto, para los que intentamos mantener al menos una regularidad “semanal”, teniendo en cuenta que se estrenan, en promedio, 3 películas por semana, se nos genera la disyuntiva de tener que elegir a que producciones le vamos a apostar, máxime teniendo en cuenta que hay algunos estrenos que no van a estar en cartel más de dos semanas. Cuando se trata de cine, para mí la elección resulta sencilla: elijo el pochoclo. Si el precio de la entrada es exorbitante, la culpa de esto, en parte, se debe a los monstruosos números –medidos en millones de dólares- que son necesarios invertir para que estas fastuosas producciones sobre-cargadas de efectos especiales lleguen a buen puerto, sumado al cachet millonario de alguno de los actores involucrados en el film. Si voy a sangrar por lugares anti-natura cada vez que compro una entrada, prefiero hacerlo disfrutando del potencial visual que tiene hoy para ofrecerme el cine de acción, fantasía o ciencia ficción, y teniendo en cuenta que también disfruto bastante de la experiencia del “3D” (a diferencia de mucha gente, me lleva 15 segundos acostumbrarme al 3D, y amén de que no todas las super-producciones que suman este formato son dignas del mismo, la gran mayoría al menos te genera 4 o 5 sobresaltos con algún objeto punzante lanzado hacia tu rostro en un momento crítico), me cuesta poco y nada optar por las opciones mas pochocleras de la cartelera. Las excepciones se dan cuando decido correrme un poco de las cadenas comerciales de cines, y acercarme, por ejemplo, al Espacio INCAA en el Cine Gaumont o en el Artecinema, que tienen precios mucho más accesibles y una oferta que a veces no se encuentra en otros complejos. Pero a lo que seguro ya no le pongo fichas, en el cine, es a las comedias americanas o británicas… perdí la cuenta de la última vez que fui a ver a un cine una película que responda a estos géneros proveniente de esos países. Generalmente si la propuesta me seduce las espero en su correspondiente formato digital para consumo casero, y estoy convencido de que las disfruto al mismo nivel que si las hubiera visto en el cine. Otras excepciones se dan con la presencia de ciertos festivales, como el Rojo Sangre o el BAFICI, mismos que, amén de ofrecer, también, una grilla sobre-cargada de propuestas, con el inconveniente de adquirir entradas para las más populares, tienen un costo de la entrada muy generoso, a veces rayando lo ridículo, en pos de sumar la mayor cantidad de adeptos todos los días en todas las funciones posibles. ¿Me gusta leerme y entenderme como un habido consumidor del cine más comercial y costoso que la industria da? Hace unos años este planteo me hubiera generado una crisis interna, pero la realidad es que, hoy por hoy, el cine pochoclero subió un par de escalones en la narrativa, y yo particularmente tengo la necesidad de estar al día con cierto tipo de cine y estrenos para, por ejemplo, poder presentarles a ustedes críticas y reseñas que abarquen esos géneros que son afines al sitio. Y me siento muy contento de poder hacerlo, y muy cómodo con mis elecciones. El problema, en todo caso, se generará en el momento en el que mi hobby me exija salir de mi “zona de confort cinematográfica”, pero mientras eso no suceda, nos seguiremos leyendo todas las semanas, aquí, en Tierra Freak.