miércoles, 3 de septiembre de 2014

Terrorismo de Estado a la yanki - El Gabinete del Dr. Morholt.



Hay conceptos con los que nos familiarizamos porque se repiten sin cesar, y quizás no sabemos muy bien de qué se tratan realmente. Tal es el caso de “MEME”, el cual seguro cuando lo acaban de leer les recordó a sitios web como 9Gag, 4Chan y demás cuestiones que tienen que ver con internet y no con la teoría que Richard Dawkins desarrolló en su libro “El Gen Egoísta”.


Pues bien, con el término “Distopía” (y su derivado “distópico”) pasa algo parecido. Para poder aclarar los tantos y dejar de llamar “distopía” a cualquier relato donde el futuro no sea de nuestro agrado, déjenme comenzar con la idea de “utopía”, conceptualizada por Tomás Moro para describir una sociedad imaginaria totalmente idealizada.

Distopía, entonces, es lo contrario a utopía (que justamente con eso juega el título de la más bella serie de latelevisión mundial hasta el momento), es decir que se debería usar para describir una sociedad imaginaria, ficticia, en donde uno no debería desear vivir. El concepto es tan viejo que lo acuño un filósofo inglés allá por mediados del 1800.

Pero ¿a qué viene esta introducción? Fácil, a que en el mercado del entretenimiento (sea este mediante libros, cine, televisión o historietas) es muy común el uso y el desarrollo de este concepto.

Cualquiera puede pensar enseguida en “1984” de George Orwell si pensó en literatura o en “Judge Dredd” de Wagner y Ezquerra si pensó en historieta, y esas obras son perfectos ejemplos de lo que es una distopía.

El problema con ciertas distopías es que, muchas veces, se muestran como disparador de una historia que terminará cambiando, para mejorar esa organización social indeseable (cosa que justo en los dos ejemplos que di, no pasa y por eso son buenos ejemplos de distopías).

En el mercado audiovisual estadounidense actualmente hay varios ejemplos de esta clase de historias, muchas de las cuales he reseñado como “Dominion”, “The 100”, la saga de películas “Divergente”, la saga de “Hunger Games”, la muy recientemente estrenada  “Maze Runner” y un largo etcétera.

Si bien para mí siempre es preferible que existan historias con tintes fantásticos, el problema con muchas de las nombradas es que usan lo distópico sólo como disparador y para demostrar cómo es posible que los protagonistas/héroes puedan cambiar esa sociedad en base a conceptos que nosotros los espectadores creemos los correctos (y específicamente los espectadores del gran país del norte, obvio), reafirmando la idea de que lo actual no debería ser cambiado, que el sistema en que vivimos ahora está perfecto y no hace falta buscar alternativas.

Es entones que se dejan de lado el desarrollar historias de personas más reales. Esas que habitan sociedades espantosas que no pueden cambiar mucho su situación y que deben aceptar que, como un sistema social no se cambia del día a la noche, sino que son procesos que llevan mucho tiempo, esfuerzo y organización; lo único que pueden hacer es cambiar ellos para mostrarle a los cercanos que el cambio es posible. Trabajo de hormiga o “a Dios rogando y con el mazo dando” como decía mi abuela.

Y con ese espíritu es que se estrenó hace unas semanas “The Purge: Anarchy” (y quizás pasó desapercibida porque la traducción del título fue “12 horas para sobrevivir”), continuación de “The Purge” película estrenada en 2013, protagonizada por Ethan Hawke y Lena Headey (sep, Cersei de GoT) y producida por Michael “Badabadabum” Bay.

La premisa del universo de “The Purge” es por demás interesante: en el año 2017 el gobierno decide que, para lograr que las tasas de crimen y violencia bajen, una vez al año todos los crímenes penados por la ley, sean legales. Es decir que una vez al año cualquier ciudadano puede, amparado por la ley, hacer cualquier cosa que tenga ganas y no habrá consecuencias legales de lo que haga en ese lapso de 12 horas de “vale todo”.

Es así como podés asesinar a ese vecino con el que te peleás todo el año porque te roba el diario de la puerta de tu casa, o podés violar a la maestra jardinera de tu hijita de 2 años que tanto te histeriquea, o podés intentar robar ese banco que te quiso sacar tu casa porque un mes te atrasaste con la hipoteca.

En la película de 2013, el planteamiento era justamente ese, el más costumbrista (con lo costumbrista que puede ser cualquier historia en una sociedad tan espantosa como esa), el más pequeño e intimista, el de una familia adinerada que se recluye en su mansión, poniendo barricadas y armando todos sus sistemas de seguridad, y que se ve inmiscuida en el ataque de unos “purgadores” que persiguen a una persona por la calle.

Pero el universo planteado daba para mucho, mucho más. Porque en la primera película se tiraban algunas puntas de que este sistema de “purga” existía en realidad para hacer un control poblacional ya que los más pobres no se podían comprar esos sistemas de defensa que ostentaban los protagonistas. Así también como alguna que otra regla que había que respetar en esas 12 horas.

¿Reglas? ¿No era que todo estaba permitido? No. Las armas por arriba de Clase 4 (como lanzadores de misiles, granadas, bombas o cohetes) no están permitidas, como tampoco está permitido que aquellos miembros del gobierno que sean de nivel 10 o más puedan ser lastimados o muertos durante la purga (obviamente estos miembros son la clase dominante).

Cualquiera que no siga esas reglas será ejecutado al instante.

Y en base a esas puntas, a esas pequeñas ideas que en la primera película pasan casi desapercibidas entre tanta sangre, acción, disparos y muertes, es que se desarrolla la secuela.

Porque en “The Purge: Anarchy” vemos lo que pasa con las clases bajas, que no sólo tienen que cuidarse de sus vecinos, sino también de los purgadores de clase alta que usan los barrios más pobres como coto de caza.

Y no sólo queda ahí la historia, sino que se muestra como existe una red organizada de gente adinerada que tiene ejércitos propios para secuestrar personas y luego poder matarlas en lugares especialmente preparados para eso.

La crítica social de la película ya no es velada por la acción y las muertes espectaculares, sino que es central en la trama. Así como también lo es los grupos de resistencia que existen para pelear contra un sistema tan injusto como autoritario. Porque ante un gobierno que permite (y participa de) una acción terrorista de tal magnitud, lo único que queda como opción es la revolución.

Pero no es sólo en el cine yanki que se pueden encontrar actualmente ejemplos bien desarrollados de distopías, porque hace 6 semanas se estrenó en el canal Lifetime la serie “The Lottery”, donde se nos plantea un futuro cercano (año 2025) donde la humanidad se volvió infértil y los últimos niños pocos nacidos en todo el mundo ya tienen 6 años (muchos dicen que es una idea robada a la película “Children of Men” de Alfonso Cuarón).

La serie comienza cuando uno de los cientos de centros de investigación genética que hay en el mundo logra generar 100 embriones viables. La esperanza para la raza humana ¿o no?
El laboratorio está controlado por el Departamento de Humanidad, una rama del gobierno de los Estados Unidos dedicada, supuestamente, a buscar la cura y ayudar a que la humanidad sobreviva, por lo que los 100 embriones pertenecen al Estado nacional y la idea del Jefe del Departamento es implantarlo en mujeres soldados para poder tener un control total de la situación y, obviamente, tratarlo como el más importante secreto de la historia.

El problema es que cuando el tema es llevado ante el Presidente de los Estados Unidos, la Jefa de Gabinete plantea otra idea. Una idea que, basado en que pronto llegan las elecciones y la gente no parece apoyar mucho la reelección presidencial, es aceptada más como jugada de marketing político que como la salvación de la humanidad.

La idea es hacer una lotería entre todas las mujeres estadounidenses que cumplan ciertos parámetros físicos y mentales para implantar los embriones en ellas y así poder elevar la moral y la esperanza del pueblo.

Obviamente esta idea marketinera no es compartida por el Departamento de Humanidad ni por las más altas esferas del ejército, lo que lleva a que se generen tensiones y conspiraciones dentro del gobierno que afectan a la vida de los ciudadanos del país.

Al hacerse conocido que Estados Unidos tiene 100 embriones otras naciones, sumidas en el caos y la desolación, solicitan que se compartan estos conocimientos para poder avanzar en la búsqueda de una cura, cosa que es negada con el propósito de seguir siendo la nación más poderosa del mundo. Es por eso que grupos terroristas llegan a secuestrar a diplomáticos estadounidenses pidiendo embriones como rescate. La escalada de tensión mundial es importantísima.

Pero paralelo a este planteo global, existe la historia del padre de uno de los últimos humanos nacidos y cómo el gobierno logra quitarle a su hijo por un tecnicismo legal para “cuidar mejor de los intereses del niño”. Obviamente el responsable de dicha acción no es otro que el Departamento de Humanidad, quien tiene al niño prisionero y al que tratan como un conejillo de indias para entender por qué pudo nacer.

Y es así como empezamos a descubrir más cosas sobre la crisis de fertilidad, a ver quién tiene el poder en serio en el gobierno de los Estados Unidos y hasta qué punto ese poder oculto maneja las vidas de los ciudadanos sin ningún reparo con tal de llegar a objetivos oscuros y, principalmente, ocultos. Pero quizás no ocultos para todos. ¿Puede haber una pequeña resistencia en formación? ¿Se podrá hacer algo contra un gobierno totalitario falsamente aceptado como democracia?

El planteo está hecho y hay que ver hasta dónde los guionistas podrán tirar de la cuerda.

Recordemos que es una serie yanki, o sea una serie producida en un mercado donde el conformismo es lo que se instruye desde todos los flancos y donde el único aspecto inconformista que se busca promover en la gente es el del consumo.

Un mercado donde el máximo terror que puede tener un ciudadano es que su gobierno no lo proteja lo suficiente.

Por eso es que esta clase de distopías son interesantes, porque intentan mostrarle a ese público que muchas veces el terror proviene desde donde menos lo esperan, desde el propio Estado.