viernes, 14 de febrero de 2014

Robocop: ¿Una remake innecesaria? - La Columna de Logan.



Anoche fui a ver Robocop (2014), la remake del clásico de 1987 que se estrenó este jueves en nuestro país. 

Si, punto y aparte. Porque la realidad indicaba que hoy (o quizás ayer, si los amigos de Fibertel me hubieran re-conectado el servicio a tiempo) pensaba entregarles otra reseña. Pero de camino a mi Dpto. comencé a reflexionar sobre el film, y caí en la cuenta de que yo entré a esa sala esperando una porquería de película, una más de las remakes horribles que no solo le faltan el respeto a la obra original en todos los aspectos posibles sino que, encima, son aburridas y sosas. Estaba al tanto, obviamente, sobre la calificación que esta remake tendría y, por consiguiente, la distancia que iba a existir entre el precioso exceso de violencia absolutamente gratuita de la original y el que contendría esta versión, sumado a que siempre, desde tiempos remotos, supuse que revivir la franquicia de Robocop era una mala, pésima idea. Me equivoqué, y escribo esta reseña para contarles porqué.



Que jodido es vivir en Detroit

Es lo que todos pensábamos en los ’80, sin lugar a dudas. Analizar la reciente Robocop (2014) sin detenernos en su antecesora es una picardía que no me voy a permitir, el problema está en que la saga original ameritaría una reseña propia, por el peso que tiene y por lo que significó y representó en su momento. Sin embargo, si podemos detenernos en el porqué, y partir desde ahí hacia el presente. ¿Porqué qué?, se preguntarán ustedes. Bueno, porqué fue tan importante aquella Robocop. Por múltiples motivos, y vamos a enumerarlos a todos. Lo más importante es poner las cosas en su contexto, y siendo así, no podemos olvidarnos que en esos años el republicano Reagan era presidente, y en un intento por imponer miedo a sus adversarios soviéticos, propone la Iniciativa de Defensa Estratégica, mejor conocida por todos como el proyecto Star Wars, un sistema de misiles balísticos intercontinentales preparados para detener ataques nucleados y articulados en conjunto desde la tierra y desde el espacio exterior. ¿Porque señalo esto? Ok, no existía internet en los ’80, ni era común tener un celular, tampoco 
cada hogar tenía una p.c., pero no por eso la sociedad era ajena a los avances tecnológicos. De hecho, justamente en esos años comenzábamos a plantearnos de forma seria cuanto debíamos dejar que la tecnología intercediera con nuestro día a día, y a donde nos llevaría el exceso de la misma. ¿El hombre vendería parte de su alma y su espiritualidad en pos de la comodidad que ofrecía la tecnología que estaba por llegar? Era uno de los tantos planteos que sociólogos y antropólogos se cuestionaban. Y en ese marco aparece Robocop (1987), un humilde film de ciencia ficción dirigido por un en ese momento casi ignoto holandés de nombre Paul Verhoeven y producido por una pequeña empresa de nombre Orion Pictures, que había forjado cierta fama en el medio tras haberle garpado algunas películas nada menos que a Woody Allen, y que ya había metido un gol de media cancha con otro film de este género dirigido por James Cameron, The Terminator (1984). Tan chiquita, tan chiquita era esta Orion, que aún clavando algunos éxitos más muy taquilleros acompañados por una excelente crítica como Dances with Wolves (1990) y The Silence of the Lambs (1991), de todos modos a mediados de los ’90 se terminó fundiendo.
Pero volviendo al film que nos concierne en este tramo de la reseña, la 1ra Robocop había costado solo 13 millones de verdes, y si bien la inflación y el desproporcionado crecimiento que tuvo esta industria en sus costos hizo estragos con estos números, para tener una medida de comparación puedo comentarles que otros dos films estrenados el mismo año, como por ejemplo Beverly Hills Cop II y The Untouchables, ambos costaron 20 millones. Que este film lo haya producido Orion es uno de los motivos por los cuales se terminó transformando en un film de culto, y fue festejado durante décadas por sus fans, ya que esa particularidad sumado a la incorrección política que estaban teniendo gran parte de las películas de acción yanquies le abrió la puerta a Verhoeven para poder exacerbar la violencia a límites inimaginables, dándole el toque gore que la hizo distinta. Y si solo hubiera sido eso el plato fuerte del film, quizás hubiera sido suficiente, pero además, dentro de la trama de Robocop (1987) se esconde una severa bajada de línea al American Way norteamericano, denotando una clase media estupidizada delante de la T.V. comiéndose cualquier bosta que el noticiero local le ponga sobre la mesa de la cena, evidenciando corrupción en las altas esferas del gobierno y delatando una sociedad entre los conglomerados privados y el estado que en esos años parecía una fantasía y un llamado de atención para una sociedad dormida en los albores del epílogo de la guerra fría, y un par de décadas después se terminó verificando, todo esto tamizado con un humor negro sarcástico dispuesto para descontracturar los momentos más dramáticos. Una dirección ejemplar, un guión fabuloso, un casting acertado y unas actuaciones memorables construyeron un mito que, tristemente, con el correr del tiempo se intentó explotar demasiado y se terminó cagando de todas las formas posibles… Lamentablemente nuestro colega Alex Murphy no pudo huir del síndrome que sufrieron muchas otras franquicias, como bien lo señaló mi colega.

4ta Directiva Primaria

Saltamos al 2014 y el futuro que nos narraba aquel film de Verhoeven nos alcanzó, y en cierta medida nos pasó por encima. Hoy es más evidente que nunca que nuestra opinión y nuestros votos están influenciados por lo que dictan los medios, que la agenda de unos y otros (estado y entes privados) es una sola, que las líneas que los dividían son cada vez más difusas, que la corrupción es moneda corriente en todos los sectores y niveles de nuestra sociedad, que somos una comunidad dependiente de la tecnología y que conscientes o no hemos evitado reflexionar sobre los peligros que eso conlleva, y finalmente que nos encanta la televisión como medio y aún con el feroz avance de la web multimedia, es probable que jamás desaparezca. En el contexto actual, el concepto de Robocop, a mí, ojo, a mí… me resultaba ridículo. Y a la hora de medir una producción moderna con aquel clásico imbatible, bueno… pobrecita, pobrecita. No dura ni 2 rounds, mirá.

Pero Stallone lo logró. Dos veces. Y como él, otros. Sly no necesitó rebootear sus sagas, pero sin lugar a dudas hace diez años a nadie se le cruzaba por la cabeza una nueva Rocky, mucho menos una secuela de Rambo III (1988). Los cocainómanos ’80 habían terminado ya, y la fiebre había bajado. Y en el 2006 nos desayunamos que no: Rocky volvió y pegó durísimo. Aún no me repongo de ese derechazo. Y ahora Padilha pretendía hacerlo de nuevo. ¿Quién? José Padilha, un brazuca que hace un tiempo nos descolocó la mandíbula con Tropa de Elite (2007), una fábula militarizada inmersa en una favela situada en Morro do Turano, y que ahora llevaría adelante esta promocionada remake. 

Entramos a la sala con todos los prejuicios posibles, se sabe: vamos a ver un film mainstream PG-13 de 100 millones de dólares de la Goldwyn-Mayer y Columbia, ergo: un episodio de La familia Ingalls va a tener más violencia que este film; no tiene auto, ahora tiene una moto, y encima el traje es negro; olvidate del humor negro de la original; la cara de panqueque del flaco que hace de Murphy no tiene nombre; ¡la música, no me saques la música de la original!

Todos en la producción de Robocop (2014) evidentemente sabían lo que tenían que hacer para combatir estos prejuicios, y paso a paso terminar ganándose la simpatía incluso de insoportables fans como yo. El sustento más fuerte que tiene el film son algunas de las actuaciones, pero sobre todo la de Samuel L. Jackson caracterizando un periodista de nombre Pat Novak que tiene un vistoso e impactante programa de corte político, y el film comienza con un segmento de este show. Jackson, como el mejor Neustadt de los ’90, abre con un informe y un monólogo sobre lo que será la base de esta película: la posibilidad de que se incorporen en U.S.A. unos robots para que se encarguen de la seguridad en las ciudades más conflictivas, donde el delito ha ascendido a escalas insospechadas, y donde, por supuesto, Detroit rankea bien arriba. Tenemos por un lado un empresario caracterizado por Michael Keaton, dueño de OmniCorp, la empresa encargada de manufacturar estas unidades (entre las cuales está la versión moderna del clásico ED-209) que manijea la opinión pública sobre esta movida a través del programa de Novak, y por el otro un legislador de nombre Hubert Dreyfuss que avala y apoya una contravención que prohíbe la utilización de robots para encargarse de la seguridad en terreno yanquie. Y desde ahí, el film comienza a crecer. Los enfermitos se quedan tranquilos cuando en menos de 5 minutos aparece la música original, con una puesta al día que le agregó unos toques de frescura sin traicionar la partitura original, y desde ahí la cinta repetirá este recurso infinitas veces. 

La película es un gigantesco fan-service de la producción original, ya que está plagada de chistes o referencias que solo tienen gracia para quienes vieron el film del ‘87, y no molestan pero tampoco aportan demasiado a la nueva generación, virgen de la película de Verhoeven. Y ya que lo menciono a él, la dirección de Padilha es… correcta. Está bien. Tiene una sola escena donde se quiso pasar de loquito y la arruinó, pero el resto está muy bien filmado y la acción tiene su cuota de vértigo y adrenalina. Obviamente la violencia, como todos esperábamos, bajó 14 escalones, y el gore brilla por su ausencia, pero los guionistas y el director supieron suplir esto modificando un par de premisas, y mostrando el sufrimiento del oficial Alex Murphy de forma mucho más cruda, dura y haciendo partícipe al espectador de forma más íntima del mismo. Hay algunas tomas de Murphy ya involucrado en el proyecto Robocop que al menos yo no creí llegaría a ver, y me cerraron la garganta. Aplausos. Los FX’s están, además, a la altura del desafío, y supieron comulgar de forma creativa algunos detalles clásicos con tendencias estéticas modernas. En cuanto al casting, además de los ya mencionados, para los fans de Dexter la tenemos a Aimee Garcia, la hermana del sargento Batista, acompañando a Gary Oldman, un científico que se encargará de guiar al oficial Murphy en la transición de hombre-a-máquina. Y si los fans del Batman de Nolan se ponen contentos con ver a Oldman en pantalla, los fans de la Watchmen de Snyder también lo estarán cuando descubran que Jackie Earle Haley, a.k.a. Rorschach, caracteriza a un correcto mercenario, un personaje que entra muy bien y se posiciona como un groso absoluto.

El final, quizás, no está a la altura del resto del film, y eso la empaña un poco. Es una lástima, porque creo que con un poco más de creatividad se podía cerrar la película sin algunas boludeces que la manchan, pero de todos modos este tema no logra que salgamos de la sala de cine con cara de orto, prevalece la emoción que la producción nos hizo vivir. Yo no aposté ni media fichita por esta remake, y salí satisfecho. Mi consejo es que vayan a verla, al cine, y después me cuenten. Dudo salgan decepcionados. Nos volvemos a leer la semana que viene, acá, en Tierra Freak.