jueves, 13 de agosto de 2015

True Detective: 2da Temporada - La Columna de Logan.



El año pasado, en una entrada dedicada a algunas series modernas que comparten la característica de desarrollar sus tramas en el estado norteamericano de Luisiana, abordé de forma resumida la 1er temporada de la que terminó siendo, sin mucha sorpresa, una de las mejores series estrenadas ese año, sino la mejor, por eso, las expectativas puestas en esta segunda temporada que acaba de terminar hace solo 4 días no eran altas, eran inconmensurables. Para aquellos que aún no se han animado a darle un mordisco a estos ocho nuevos capítulos, o para quienes no hicieron el tiempo suficiente porque desconfían de la calidad del mismo, va la columna de hoy, en donde procuraré ahondar sobre los puntos altos y bajos de esta nueva trama sin spoilear demasiado, como los tenemos acostumbrados en este sitio.

De Luisiana a California

Como muchos de ustedes ya sabrán, True Detective se planeó como una antología en la cual cada temporada tendrá su propia trama y nuevos personajes, la cual se desarrollará además en una locación distinta a la anterior, razón por la cual no existe conexión alguna entre una entrega y otra y ambas pueden ser disfrutadas por separado sin necesidad de conocer los detalles de la otra. El primer elemento que debería tranquilizarnos cuando nos disponemos a adentrarnos en esta segunda temporada es que el guionista se ha conservado: Nic Pizzolatto vuelve a escribir los 8 capítulos de esta segunda entrega, pero ya no lo acompañará Cary Joji Fukunaga en la dirección de todos los episodios. Esta vez, esa labor se la repartieron el groso de Justin Lin [Fast and Furious (2009), Fast Five (2011), Fast and Furious 6 (2013) y capítulos de las 
series Community y Scorpion] para los primeros 2 capítulos, y unos perfectos desconocidos dirigiendo el resto de los 6 episodios. Los dos detectives magistralmente interpretados por Matthew McConaughey y Woody Harrelson en la 1er temporada son reemplazados por tres personajes, personificados por Colin Farrell, Rachel McAdams y Taylor Kitsch. El cuarto “protagonista” de esta entrega es un mafioso dueño de algunos locales de esparcimiento y vicio en la piel de Vince Vaughn. El componente femenino que en la primer temporada tuvo su relevancia en las tramas y estuvo caracterizado por Michelle Monaghan y Alexandra Daddario esta vez descansará en los hombros de Kelly Reilly, el único personaje secundario de este género relevante, aparte del de McAdams, por supuesto. Por último, el caso a resolver esta vez, como bien indica el título del párrafo, pasa de la densidad húmeda y sofocante de Luisiana a una zona fabril en las inmediaciones de una localidad ficticia del estado de California de nombre Vinci, levemente inspirada en la ciudad Vernon, la cual carga con un largo historial de corrupción.

La historia en aquella primer temporada –uno de los atractivos de la serie- estaba dividida en dos líneas temporales, dado que los detectives protagonistas estaban siendo investigados por un caso no resuelto de hace casi 2 décadas, el cual al parecer tenía cierta relevancia con unos crímenes que se habían cometido recientemente. En su regreso, True Detective perdió esa característica de “relato desestructurado”, lo que se nos ofrece en su defecto es ni más ni menos que una narración perfectamente lineal, que tiene como detalle distintivo un salto abrupto en el tiempo promediando la temporada pero que carece de sorpresa en este punto. El pasado, una vez más, será relevante para la conflictiva relación que deberán construir entre sí los personajes, pero el mismo estará presente de forma oral, con pequeños flashbacks que a veces duran solo segundos. Esta no es la única “pérdida” que la serie tiene: la trama de la temporada que disfrutamos el año pasado tenía componentes potencialmente sobrenaturales, y desde uno de los personajes un planteo filosófico cuasi-antropológico y existencialista que nos mantuvo en vilo durante los ocho capítulos y que terminó siendo fundamental para el entendimiento de la resolución del caso. Al leer la serie exclusivamente desde el género policíaco no son pocos los que se sintieron defraudados al llegar al final del recorrido planteado por Pizzolatto, pero justamente el resto de los aditivos que el guionista puso en la misma, en conjunción con la impecable dirección de Fukunaga que nos entregó un ambiente único y una edición y musicalización ejemplar, digna de la calidad a la que la cadena HBO nos tiene acostumbrados, nos entregaron un producto único y distintivo que se separó varios escalones del resto de los estrenos televisivos de este año. A la espera de un producto con similares características en esta segunda entrega, la audiencia, una vez más, vio frustradas sus expectativas.

La vieja historia del formato

Hubo una época promediando los ’90 donde la industria norteamericana de historieta, sobre todo las dos grandes editoriales conocidas por todos, ante el advenimiento de la baja en ventas del formato tradicional mensual de tapa blanda de 22 páginas, comenzaron a explotar de forma exacerbada otro tipo de formato, el trade paperback, mejor conocido como TPB, una recopilación en tapa semi-dura o tapa dura que reúne seis o más comics mensuales, agrupando en lo posible un único arco argumental. Cuando este formato comenzó a funcionar en ventas y muchos lectores no solo empezaron a “reemplazar” sus colecciones por sendos TPBs sino que, además, dejaron de adquirir gradualmente mes a mes cada una de las colecciones que seguían a la espera del TPB que recopile las mismas, las editoriales comenzaron a “exigir” a los autores que cada uno de los nuevos arcos se extienda lo suficiente como para poder ser incluido en un solo tomo, y de la noche a la mañana prácticamente la totalidad de las “sagas” se alineaban bajo una trama que se desarrollaba en 6 episodios, necesitaran o no esa extensión. A True Detective, en su segunda temporada, le pasó algo similar: un caso policial interesante con ramificaciones en el pasado de muchos funcionarios públicos californianos y que incluía trata de blanca, narcotráfico, fiestas negras y turbios negocios inmobiliarios pero que podía exponerse en cuatro capítulos, con toda la furia, los realizadores se ven en la imperiosa necesidad de extenderlo por exactamente el doble de episodios poniendo en riesgo la vigencia del caso y la solidez del argumento. La aparición sin vida al costado de una autopista de Ben Caspere, un alto funcionario público de la ciudad Vinci, articula las piezas para que se genere un equipo que “investigue” los acontecimientos que desembocaron en este crimen, y se identifique a los culpables. Por un tema jurisdiccional, los actuantes como investigadores serán Raymond "Ray" Velcoro (Colin Farrell), un detective del departamento de policía de Vinci que guarda entre sus muertos en el placar una cuestionable asociación con Frank Semyon (en la piel de Vince Vaughn, un mafioso de alto vuelo que está a segundos de concretar el negocio inmobiliario de su vida), Ani Bezzerides (Rachel McAdams), una detective de la oficina del Sheriff de Ventura, una agencia de policía local con jurisdicción en el Sur de California, y finalmente Paul Woodrugh (Taylor Kitsch), un agente patrullero de la patrulla de caminos de California, quien fue el que, por accidente, descubrió el susodicho cadáver. Por supuesto no hay uno de estos personajes que no cargue sobre sus hombros con un sinnúmero de problemas: Velcoro está lidiando con su divorcio y la tenencia de su hijo –el cual podría, además, no ser de él producto de una violación de la que fue víctima su esposa días antes de quedar embarazada- y hunde su cabeza en el alcohol todas las putas noches, Bezzerides viene arrastrando una vida sin rumbo apegada al juego y las relaciones ocasionales y tiene que lidiar con una denuncia por “acoso sexual” por parte de un oficial de menor rango que ella, Woodrugh carga con sus propios demonios producto del trauma que arrastra por su pasado como militar participante en una guerra y debe combatir tendencias suicidas mientras decide qué hacer con su actual pareja, y el mafioso Semyon tenía todo arreglado para cerrar un trato millonario si no fuera porque la víctima, Ben Caspere, lo acostó con millones de dólares de los cuales se desconoce su paradero, por no mencionar el hecho de que está tras la fatigosa búsqueda de su primer hijo para dar el definitivo puntapié inicial a la conformación de su añorada familia. La incidencia de Frank en la investigación será, entonces, enorme, dado que puede manipular a Velcoro a su antojo, y además cada uno de los oficiales tiene su propia agenda producto de lo que sus jefes le señalen, así que al menos al comienzo de esta temporada la investigación se verá muchas veces entorpecida por ese constante tire y afloje entre los lados, muchos de los cuales definitivamente no quieren que se resuelva el caso porque, evidentemente, tienen intereses que los involucran.

A medida que el relato avanza los nombres de los testigos junto con el de los sospechosos más los involucrados de forma circunstancial se van acumulando en el caso a pazos agigantados, y llegado cierto punto los protagonistas mantienen charlas conjeturando algunas aristas del caso y el televidente no necesariamente está entendiendo hacia donde van los tiros, y no por falta de atención o poca memoria: llega un punto en el que el número de nombres y apellidos que se manejan deja la construcción socio-política de Game of Thrones como un cuento de hadas infantil en comparación, y esta es, creo yo, la mayor falla que esta entrega tiene. El “drama humano”, que es interesante y por momentos es el alma del capítulo, está muy bien llevado y caracterizado, pero el leitmotiv de la serie es el caso policial, y ya en el primer episodio tenemos sospechas de que al mismo no se le va a dar la jerarquía que requiere si la víctima es descubierta a los 55 minutos de un capítulo que dura… 60.

En el orden de las cosas positivas que esta entrega hereda de su predecesora, el cuarto capítulo, una vez más, tiene un remate tan potente y sorprendente –y con un despliegue de producción pocas veces visto en la televisión- que deja al televidente con la mandíbula por el suelo, y la música es tan protagonista de la serie como cada uno de los actores involucrados, con charlas en un bar musicalizadas por la muy atractiva Lera Lynn con agridulces temas compuestos y escritos por ella en colaboración con T Bone Burnett, pero lo que se lleva definitivamente las palmas de toda la serie es el videoclip que funciona como secuencia de inicio de cada capítulo, una preciosura que incluye el tema Nevermind del disco Popular Problems [2014] de Leonard Cohen y que, además de tener la presencia, cadencia y personalidad en la voz y el registro de este enorme artista, visualmente es un espectáculo único conformado por modernos fotomontajes que se van amalgamando al ritmo del tema y que explotan la vivacidad de las gamas del color rojo rubí, evocando el clima predominante en el estado de California. Mención aparte para Cohen y los productores que fueron modificando levemente un par de pasajes de las letras del tema, capítulo por capítulo, para dejar una pista del énfasis de ese episodio. Si a la primer temporada de True Detective la posicioné, en su momento, como una de las mejores series del 2014, a esta segunda entrega la menciono como apenas una opción más, aunque una buena opción de todos modos, de la infinidad de shows que uno puede elegir año a año. Nos leemos la semana que viene aquí, en Tierra Freak.