viernes, 25 de julio de 2014

4 Documentales sobre la Decadencia del Rock - La Columna de Logan.



Siempre me molestó la victimización del famoso cagado en plata. Siempre. Desde que tengo memoria. Pero mucho más me jode cuando este famoso proviene del palo del rock, porque llorando como una niñita por su falta de privacidad o por los problemas impositivos que tiene traiciona un poco muchas de las letras que años atrás, cuando el estómago le hacía ruido y vivía casi de la caridad ajena, supo componer escuchando mayormente lo que sus tripas le dictaban. La búsqueda de una empatía con la clase social popular y laburante que buscó históricamente el rock contrasta rotundamente con los excesos que se permiten cuando finalmente ingresan al panteón olímpico reservado solo para los que rankean en Forbes. Es por eso que, para mí, la revancha del ignoto –yo, y vos, en este caso- que probablemente nunca vaya a estar ni cerca de poder servir como suela de las botas texanas de Bruce Springsteen, son estos registros fílmicos de la intimidad de algunos músicos en los momentos en los que no les está saliendo todo de taquito. Ser partícipe de las miserias de aquellos a quienes admiramos nos permite humanizarlos, y acorta las distancias, lo cual desde mi lado es siempre bienvenido. Para algunos, esas miserias son un par de años dentro de una carrera que supera las dos décadas, otros quizás tuvieron que convivir con las mismas durante toda su trayectoria como músicos, solo que supieron esconderlas de la luz de los reflectores del escenario… hasta que apareció un pícaro director de cine con una propuesta demasiado tentadora. Recorramos entonces esta modesta lista con 4 preciosas piezas que evidencian, entre otras cosas, la decadencia del Rock.


Some Kind of Monster [2005]

A nadie asombro si enuncio que Metallica es la banda de metal más popular del planeta, y prácticamente la única que podes llegar a escuchar incluso en un boliche, aunque más no sea por una versión Remix de alguno de sus temas. Incluso existen covers-cumbia de un par de sus hits, lo que nos da la pauta de cómo este grupo de Trash Metal se ha insertado en la cultura popular de casi todos los países. Dicho esto, tanto para los más acérrimos fans de la banda como para los incansables detractores de la misma, Some Kind of Monster (2005) es, sin duda alguna, una cita a la que no pueden faltar. 

Estrenado a principios del 2005 (tuvo una presentación en Cannes en el 2004 pero el DVD comercial salió a la venta en enero del año siguiente), Some Kind of Monster se comenzó a orquestar y filmar casi 4 años antes, durante el 2001, momentos antes de la partida del bajista de Metallica en esos años, Jason Newsted, y cuando la banda decide regresar al estudio de grabación para comenzar a generar y producir lo que sería su octavo disco, St. Anger (2003), y que significaría el regreso de esta multitudinaria banda de estadios a la composición y grabación de temas originales desde Reload (1997). Sin bajista nuevo aún elegido, el bajo de St. Anger para el disco lo grabó completamente Bob Rock, el productor de Metallica que los venía acompañando desde 1990 [o sea: tomó el timón de la producción de los discos más exitosos de ellos, ya que estuvo al frente de Metallica (1991) -mejor conocido como el "Black Album", Load (1996), ReLoad (1997), Garage Inc. (1998) y S&M (1999)], pero durante el documental se muestra, entre otras cosas, la selección del nuevo integrante, que finalmente terminaría siendo Robert Trujillo, quien había sido bajista de Suicidal Tendencies y Black Label Society, y que también había tocado con la banda de Ozzy Osbourne en sus actuaciones en vivo.

Como mencioné al principio de esta entrada, Some Kind of Monster es una delicia de documental que entrega carne tierna a absolutamente todo el mundo, y sin duda alguna es uno de los registros más íntimos y crudos que podemos tener de la convivencia de una banda de rock, y sobre todo de una que ya llevaba casi 20 años en carrera (se cumplen justamente dos décadas cuando finalmente editan St. Anger) y que ya las había vivido todas. ¿Todas? No señor, aún le faltaban vivir algunas anécdotas más, y podemos ver con morboso detalle lo que les esperaba en esta cinta. La grabación del dichoso disco fue un quilombo de proporciones épicas, y en el medio somos testigos de cómo Hetfield tiene que internarse durante casi un año en una clínica de rehabilitación para alcohólicos porque volvió de vivir un tiempo en Siberia (?) y arrastró con ese viaje una adicción al chupi dado que en dicho país ruso-oriental el único líquido que tomaba era el Vodka. También somos testigos de Metallica entrando a terapia (???) bajo la tutela de un chanta de nombre Phil Towle, una acción que supuestamente los fortalecería como banda y les ayudaría a superar la partida de Newsted (que, por cierto, al principio se creía que se había ido solo, pero después se revela que el que lo echa a patadas en el culo es Hetfield, ¿no?) y que nos entrega precioso momentos de tensión entre Hetfield y Ulrich, donde estuvieron a dos pelos de cagarse a trompadas (y quizás lo hicieron, solo que esos momentos probablemente hayan quedado editados fuera del documental para preservar la salud del corazón de sus fans), ante la sabia y calma mirada de Hammett, que parece estar pensando “por el amor de Dios, ¿en serio yo formo parte de una banda manejada por este par de ególatras neandertales?”.

Some Kind of Monster fue dirigido por Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, dos cineastas que contaban en su currículum con otro documental polémico, Paradise Lost: The Child Murders at Robin Hood Hills (1996), en el cual narran los juicios llevados contra tres adolescentes acusados de asesinar y mutilar a tres niños de la localidad de West Memphis (Arkansas), y cuenta con muchas sorpresas además de lo que les acabo de contar, como por ejemplo una pequeña entrevista al colorado Dave Mustaine, el líder y fundador de la otra gran banda de Trash Metal tan conocida y festejada en nuestros pagos, Megadeth, pero que también formó parte de la temprana formación de Metallica, hasta que un día, justo unas semanas antes de que la banda entrara a grabar su primer LP de estudio, le metieron una patada en el culo y lo depositaron en una terminal de bondis para nunca más verlo. Por supuesto, convocan al colorado para que abra su corazón y hable de los sentimientos que tenía esos días –y que conservó durante dos décadas, y quizás sigue conservando aún hoy- sobre sus ex-compañeros, e incluso somos testigos de cómo casi llega a quebrarse. Hermoso. A la par de este impactante momento están las caripelas de Hetfield y Ulrich cuando, en medio de la crisis de grabación del multicitado St. Anger, van a un recital de la nueva banda de Jason Newsted, Echobrain, y llegan juntos a la conclusión de que Metallica es el pasado, y quizás Echobrain era el presente y futuro del Metal… y ambos quieren pegarse un tiro en los testículos. Aplausos. Lágrimas de emoción. La hinchada llora y pide otra tira de asado.

Anvil! The Story of Anvil [2008]

Exactamente en la vereda opuesta en la que se posa Some Kind of Monster aparece entonces Anvil! The Story of Anvil (2008), una deliciosa pieza del noveno arte que nos narra las peripecias de una banda de Metal Canadiense de nombre Anvil (D'oh!!!) que la viene peleando desde 1978 pero que, a diferencia de Metallica –y Megadeth, y Slayer, Anthrax y otras tantas bandas del género más- no ha logrado trascender más allá de la ciudad que los vio nacer.

Anvil! The Story of Anvil recorre la trayectoria de la banda homónima formada por Steve "Lips" Kudlow (cantante y guitarrista) y Robb Reiner (batería), dos grandes amigos que vienen tocando juntos desde los 15 años, y que tuvieron su momento de “gloria” cuando participaron de un festival de rock en Japón en 1984, acompañando a otras bandas como Scorpions, Whitesnake y Bon Jovi… todos grupos que terminaron  vendiendo una animalada de discos y cuyos miembros se hicieron millonarios… todos salvo los pibes de Anvil, por supuesto. Se podría decir que desde ese momento de grandeza vivido en Japón, todo fue en bajada, no importa el esfuerzo y las vueltas que Lips y Reiner le pusieran a la empresa.

El guión y la dirección del documental estuvieron en manos de Sacha Gervasi, un londinense que se pone detrás de cámara por primera vez para realizar esta cinta, y que logra narrar una historia canónica, eficaz y emotiva sobre personas que persiguen sus sueños luchando contra todo y contra todos, y prácticamente a cualquier costo, poniendo en jaque sus trabajos –que nada tienen que ver con la música, por supuesto- e incluso sus familias. Pero justamente una de las características distintivas de esta cinta es que Gervasi se autoproclama como el fan número uno de Anvil, ya que viene siguiendo a la banda desde principios de los ’80, y que durante estas 3 décadas terminó forjando una relación muy íntima con sus ídolos, que bordea la amistad, lo que le llevó justamente a realizar este proyecto. Gervasi, que previo a esta cinta había colaborado nada más y nada menos que con Steven Spielberg en el guión de The Terminal (2004), hace eco de su experiencia y su habilidad para guionizar se nota en la forma en la que interviene, tanto en la edición final como en el planteo del proyecto, porque Anvil! The Story of Anvil cuenta con absolutamente todos los tópicos de un drama enfocado en las tragedias y la auto-superación de sus protagonistas, y echa mano a todos los recursos disponibles del género para emocionarnos hasta la médula con una banda que, probablemente, jamás habíamos escuchado hasta entrar en contacto con esta cinta.

No quiero spoilearles nada más sobre esta joya porque quiero que la disfruten de forma íntegra, con la intensidad con la que la viví yo, solo les comento, para ir cerrando, que el documental se presentó con grandes críticas positivas en el festival de cine independiente de Sundance del 2008, fue nombrada mejor documental de 2009 en los Evening Standard British Film Awards en Londres, ganó como Mejor Documental en el Independent Spirit Awards del 2010 en Los Angeles, Michael Moore declaró en su momento que era el mejor documental que había visto en años, y la prestigiosa revista The Times la ha clasificado como la mejor película que se ha hecho sobre rock'n'roll. O sea que chapa tiene, me parece.

The Filth and the Fury [2000]

Abandonamos un poco el heavy metal y nos metemos de lleno en el Punk para ser objetivos de la caída libre de una lata de cerveza en medio de un recital, la cual la recibimos con nuestra frente en el epicentro de un pogo violento, para acto seguido perder el conocimiento cayendo al suelo sobre un charco de vómitos y orina… boca abajo. Salud.

Esta situación describe un poco la experiencia de internarse en The Filth and the Fury (2000), el segundo documental que dirige Julien Temple sobre la aclamada y fugaz banda The Sex Pistols, en un hermoso y muy mercenario ejercicio en el cual nos relata la trayectoria de la banda desde dos perspectivas, la primera presentada en 1980 con la cinta The Great Rock 'n' Roll Swindle en la cual nos había contado el nacimiento, la gloria y la caída de los Pistols desde la perspectiva del mánager de la banda, Malcolm McLaren, el cual se daba crédito de ser quien había creado y manipulado a los miembros del grupo cual marionetas para llevarlos a la cima de la gloria así él podía llenarse de plata a costa del porcentaje que le correspondía por los contratos discográficos, las ventas de los discos y los tickets de los recitales. Una fantochada digna de la época, con poca verosimilitud y situaciones mostradas de forma forzosa para poder sostener una teoría que hoy, a la distancia, sabemos que rayaba en lo ridículo y que ocultaba más miserias de las que McLaren estaba dispuesto a admitir.


Al parecer la paciencia de Temple no era infinita –pero evidentemente era mucha-, y soportó casi dos décadas del llanto ininterrumpido de McLaren reclamando un pedazo de la torta que nunca había recibido, mismo que estaba legitimado por ser el genio detrás de los Pistols, y es así como a finales del siglo pasado decide embarcarse en el proyecto de realizar The Filth and the Fury, la visión de los integrantes de la banda sobre la trayectoria de los Pistols.

Tengamos en cuenta, entonces, que los Sex Pistols sólo duraron 26 meses y grabaron un solo disco de estudio [Never Mind the Bollocks, Here's the Sex Pistols (1977)], y sin embargo cambiaron el panorama musical por completo. Dicho esto, The Filth and the Fury es un irreverente, íntimo y estremecedor retrato de una de las bandas más vorágines, ecléticas y violentas de la historia del rock, y de la mano de este documental seremos testigos de su ascensión desde los sucios callejones de Sheperd's Bush, Londres en los años setenta, pasando por la crucifixión de los periódicos sensacionalistas británicos y la canonización de los cientos de miles de fans de todo el mundo, para llegar al estallido final durante una gira Norteamericana, exactamente en el Winterland Ballroom de San Francisco. A lo largo de ese camino se desmontan mitos, se saldan cuentas pendientes y se oyen por primera vez las palabras del grupo que de una vez por todas sale de la sombra del egocéntrico y pedante McLaren, teñidas de todos modos de un halo de misterio al aparecer solo sus siluetas durante las entrevistas. La película, que cuestiona el telón de fondo político, económico y cultural de Londres de mediados de los setenta, evoca lo que se convirtió en un momento de transición clave de la historia inglesa, gracias a la muñeca de Temple para situar la banda en su contexto histórico con la situación social de Gran Bretaña a través de un inteligente uso de imágenes de archivo de esos años. Pero el archivo que más termina impactando, y el que realmente no tiene desperdicio, es el de la misma banda en sus recitales en vivo, sobre todo con el forajido de Sid Vicious en escena, con una actitud que lo hermanaba con el personaje de Clint Eastwood de esos años, el Inspector "Dirty" Harry Callahan, dispuesto a comerse el mundo en cada nota y preparado para resistir todo lo que el público le arroje, aún a costa de evidentes lesiones en el rostro y el resto de la cabeza, muchas de las cuales fueron capturadas por la cámara. Solo por esos momentos vale la pena ver este documental, créanme. ¡Que viva el rock, carajo!

This Is Spinal Tap [1984]

Estoy más que seguro que, si tienen una fuerte inclinación por la música –ya sea porque son unos escuchas avezados o porque se dedican a la misma- han oído mencionar un par de veces este documental y les llamó la atención pero con el tiempo no encontraron una excusa para acercarse al mismo. Yo espero poder contribuir con mi parte para que finalmente sean testigos de lo que el director Rob Reiner [A Few Good Men (1992), When Harry Met Sally... (1989), Stand by Me (1986)] montó con esta producción, porque no solo es digno de ver, probablemente sea único en su tipo. Antes de interiorizarme en This Is Spinal Tap (1984) tengo que hacer una advertencia: este es el único de los 4 documentales reseñados en esta entrada que sigue la trayectoria de una banda de rock… que en realidad no existe. O como mínimo no existía como tal hasta el estreno del documental en sí, dado que después se presentaron en algunos shows e incluso llegaron a participar en el concierto del póstumo homenaje a Freddie Mercury.

This Is Spinal Tap narra la gira americana de Spinal Tap, una banda inglesa de Heavy Metal que acaba de sacar al mercado su último disco, "Smell the glove", y utilizando dicha gira como ancla hace un recorrido por la trayectoria de la banda y nos introduce en intimidades de la misma, para hacernos testigos –y cómplices- de los conflictos internos que podrían poner en riesgo la continuidad de la misma. Pero toda la cinta es en realidad una ficción, un falso documental guionado y armado para parodiar –y homenajear- distintas etapas del rock, y pasar factura a un puñado de artistas para que se hagan cargo de muchos de los clichés que este género musical tuvo y tiene, de la mano de una banda tan absurda como querible, en la cúspide de su decadencia. El documental está plagado de momentos preciosos muy bien logrados que referencian a distintas etapas del rock yanquie y británico, y que van desde los inicios del mismo en los ‘50, presentando a la banda como imitadores de Buddy Holly, hasta los días de la presente gira americana que da pie al documental, donde responden tanto musical como estéticamente a bandas de glam rock de mediados de los ’80, mostrando a los músicos todo el tiempo levemente conscientes e interesados en lo que sucede alrededor de ellos, una actitud pasiva de diva dictada no solo por los egos sobredimensionados sino también por vivir bajo los efectos de las drogas que constantemente consumen. Todo en This Is Spinal Tap es una referencia puntual a una situación determinada o una banda en particular, aquel que goza de ser un erudito no solo de la historia del rock sino también de los pormenores y las vivencias de los músicos y las bandas -y lo que hacen con sus vidas privadas- encontrará en este documental una fuente inagotable de links que lo exaltará y entusiasmará cada 30 segundos. Desde los excesos musicales de Led Zeppelin, hasta los pormenores del Black Album de Metallica, desde problemas con el catering o con las drogas hasta la particular tendencia de los bateristas a morirse de manera abrupta (Spinal Tap tuvo no menos de 30 músicos que ocuparon este lugar, uno de los cuales murió ahogado en un vómito ajeno), cada situación está reflejada de forma certera y ubicada en el contexto preciso para que logre el efecto buscado. Hay un aire de improvisación que se siente todo el tiempo durante la cinta y que incrementa la ilusión de ser testigos de las vivencias de una verdadera banda de rock, pero que no sería suficiente si no fuera por el magistral aporte del casting que interpretó a la perfección sus papeles, y como bonus track la cinta cuenta con apariciones de actores conocidos personificando algunos de los roles secundarios, como el comediante Billy Crystal e incluso a Fran Drescher unos años antes de que se hiciera famosa con la sitcom The Nanny (La Niñera).

La película, como comedia, no resulta tan efectiva, y desde mi punto de vista es un producto solo disfrutable por los fans del rock que se deleitan con las estupideces de las que son capaces personas que suponen estar por encima del resto del mundo por haber sido bendecidas con el don de componer e interpretar magistrales piezas de rock, pero el mérito del director, Reiner, radica en el impresionante registro del anecdotario de accidentes y quilombos íntimamente relacionados con el rock y su ambiente que supo reflejar y plasmar con gracia y muy buen pulso, usando todas las herramientas que el género permite (entrevistas, crónicas sobre las fiestas, conciertos, y registros de peleas entre los miembros de la banda) y haciendo foco en la lamentable actitud de rockstar de cada uno de los integrantes de la banda. Y aún siendo una producción de mediados de los ’80, una mirada actual nos revelará que a pesar de que ya se cumplieron 30 años de su estreno, conserva una asombrosa cercanía con celebridades de la actualidad musical como Justin Bieber o Rihanna. Y es que el tiempo pasa pero algunas cosas siguen inmutables, como mi columna en Tierra Freak, que volverá a encontrase con ustedes la semana que viene.