miércoles, 20 de marzo de 2013

El Viejazo Comiquero - La Payada de Kid Koala.


“El tiempo pasa nos vamos poniendo tecnos”, cantaba un tango un tano con acento inglés. Mientras leo, hasta ahora, setenta números de corrido de los Teen Titans de Wolfman que me llegaron hace un mes de una compra por Ebay; la edición baxter que en mi niñez sólo conseguía en tacos de Zinco, salteados, que compraba en un kiosko de Acassuso.


Hoy no escribo una columna con ningún tema en particular, pero si me propongo, evocando mis memorias, que vos recuerdes cómo era ser un pibe de doce años y comprar historietas en nuestro país. Soy clase ‘82. Treinta pirulos, nacido y criado en Buenos Aires, provincia. Si sos de acá o del “Interior”, es probable que compartas muchas de mis experiencias. Si sos de Capi y te mandaste al Club del comic ni bien te enganchó el vicio... Te odio. Todos te odiamos. 




Durante muchos años las historietas de Perfil fueron el universo. No existía Marvel y tampoco demasiado de DC. Superman, Batman, la Liga y Flushman convivian y a veces uno leía una nota de Rafael de la Iglesia y era una ventana transparente, pero cerrada a cosas como Legends, la Justice Society o Crisis en Tierras Infinitas, el santo grial del comiquero en aquel tiempo, algo que QUIZAS podías conseguir en peregrinación al centro. ¡Uno no sabía cómo lucía una comiquería! En el GBA todos teníamos las mismas revistas. La posibilidad de canje era bastante nula si eras un cebado que compraba todo lo que veías en los kioscos, porque era todo lo que había. Iba al colegio y, los jueves, si no me falla la memoria, pasaba primero por el kiosco de diarios. Leía las revistas antes de entrar a clase y después, ya en casa, las releía incluyendo el correo. Una revista por semana. Uno las exprimía al mango, hasta las entrevistas a Juan Di Natale, Macu Mazzuca o... Soledad Silveyra (no es joda, revisá tu Superman #22 y puteá con ganas).


Recuerdo una vez, una racha de comics de Novaro en los kioscos de mi barrio. Era la posibilidad, primera, de leer algo de la Liga del satélite, por lo tanto, era la posibilidad de leer a Flecha y Linterna Verde, Canario Negro, Tornado Rojo; el Flash y Hombre Halcón que uno recordaba del álbum de figuritas de los Superamigos. Uno siempre se quedaba con la vena de leer el final de las historias, y nunca supe qué pasó después de que apareciera la madre de Zatanna en una de esas, pero algún día leeré el final de esa saga, DC sacó un TPB hace unos años que recopila esa historia bajo el nombre de JLA: Zatanna’s Search. Fuera de los Archives o Showcase, no hay casi nada de la Liga que esté en tpb por su cuenta, así que aparentemente la historia puede estar tan buena como la recuerdo.

Cosas de la Argentina del uno a uno (del ‘92 hasta el 2000) acá se importaba de todo, y algunas mentes brillantes, con ansias de lucro, verdad, decidieron volcar al país una importante cantidad de comis Zinco que en buena parte de su vasto volumen correspondía al período 86-90 de DC. Hasta no hace mucho, para mi un taco era un tomito de Zinco, y de esos libritos había a montones en kioscos selectos. Los más fáciles de encontrar a mediados de los noventas: Los de Millenium, los dos o tres primeros de la Patrulla Condenada, los dos primeros de los Teen Titans, algunos del medio de la Legion de Super-heroes (convirtiendo lo que debería ser el primer taco, en una cosa de fábula, uno de esos objetos míticos como el santo sudario, la lanza del destino el cubo cósmico), casi todo Question, varios de Flecha Verde. Perfil nos hizo picar a varios, pero Zinco fue el tío tarambana y cheronca que nos malcrio y llevó a debutar.


Parece mentira ahora, pero hace veinte años, en el parque Rivadavia se vendían libros, música e historietas. Las “Charlas en el parque” construyeron en la imaginación de muchos un lugar soñado, ideal para rastrear números viejos y conseguir cosas inconseguibles. No recuerdo si tuve que insistirle mucho a mi viejo para que me lleve, pero un fin de semana me llevó. El viaje se me hizo eterno en el 15, y la ansiedad por llegar y las ganas de bajarme ya de ese colectivo que seguía doblando y doblando cada diez cuadras eran compartidas por mi papá; él para dibujarse una línea recta en el culo, yo para llenarme la yema de los dedos de la mugre más linda para un Indiana Jones dedicado al estudio de cualquier papel repleto de viñetas. El lugar, majestuoso. Una fila de stands mano y contramano que duraban una cuadra. Me arrepentí de no llevar bolsa de dormir para quedarme allí un fin de semana y revisar TODO; era realmente mejor que lo que imaginaba, aunque no encontrara a una manga de reventados charlando de comics en las mesitas de ajedrez.


Cuando uno ya pintaba edad de afeitarse esos pelos que crecian con la misma miseria que esos tallos de porotos germinados (que toooooodos hicimos en la primaria), largos y finos; cuando uno empezaba ya a patear la noche y asistir a los viejos y queridos y festipunks en Cemento, es entonces cuando uno se largaba a patear la calle y hacer lo que todo comiquero deseaba hacer desde que tenía consciencia, consciencia de comiquero: armarse una listita con las direcciones de las comiquerias que conocía y mandarse a recorrerlas todas. Dago recorría Europa y nosotros, más humildes, menos valientes, pero también menos cagados a palos, iniciamos un trayecto que empezaba en Belgrano, seguía por Santa Fe y hasta Corrientes no paraba. Entelequia, Clubs del Comic y Camelot, era mucho en demasiado poco tiempo pero nunca nos empachábamos. Ver una Spawn colgada en las bateas de arriba nos emocionaba. Spawn, sí. No te hagas el boludo. Y lo admito, ver una Gen 13 de Scott Campbell me llamaba más la atención que el Watchmen de Alan Moore. Una X-Men de Claremont y Cockrum no me movía el piso como una X-Force de Jeph Loeb y Adam Pollina.


¿Todo tiempo pasado fue mejor? Nah, pero recuerdo todo esto con mucho cariño. Ir al cole con una historieta en la mochila, las excursiones a Capital, sorprenderme de encontrar cosas copadas en lugares insólitos y siempre, en cualquier lugar, revisar cada kiosco de diarios para encontrar cosas raras... ¡y encontrarlas! Me vino a la cabeza todo esto, bien lleno de las historias de los Titanes de Wolfman que nunca pude leer. Sin necesidad de buscar por todos lados, ahora tengo en una caja la colección entera de una serie que siempre quise leer. Así que el pibe que fui, que por suerte se parece bastante a la persona que soy, se está dando un gusto grande de saber qué onda eso de Kole, cuando Jason Todd estuvo en el grupo, o de dónde salió Danny Chase.


Las casas de compra/venta/canje de libros y revistas que aun hoy pululan en cada cuadra de Avenida Corrientes en microcentro, de esas había también en provincia, y vaya uno a saber por qué, desaparecieron. Pero que lindo era llegar a casa después de caminar unas cuadras y lavarse bien las manos, ver el agua sucia escurrirse de los dedos y estar satisfecho de tener una nueva gema que leer.