viernes, 15 de febrero de 2013

Duro de Matar: Un Buen día para Morir - A Good Day to Die Hard - Crítica en La Columna de Logan.



 Es la 1ra vez que en la saga Die Hard vemos a John McClane abandonar el país del norte, y en esta 5ta entrega su destino no podía ser peor: Rusia, más precisamente, Moscú. Frío hasta la médula, Vodka, mamushkas, la Mafia Rusa, el infaltable helicóptero Mil-Mi 24 Hind… faltó Gorbachov y estaban todos los elementos dados para revivir ese cine de acción de los ’80 que nos hizo delirar cuando pendejos. Entonces… ¿Qué falló? A Good Day to Die Hard se estrenó ayer en los cines Argentinos y Yanquies para festejar el malogrado Día de San Valentín, pero esta vez el amigo McClane pego una patinada tremenda que lo hizo caer de nuca y romperse la crisma contra el hielo. En esta reseña –la cual contiene algunos spoilers, aviso- vamos a analizar el porqué.





De Los Ángeles a Washington

Tuvimos que esperar 12 años (del ’95 al 2007) para asistir al regreso de nuestro paradigmático y magnánimo Héroe de acción John McClane a la pantalla grande en este nuevo siglo, y el mismo en su momento se preparó tirando toda la carne al asador: un prometedor guión basado en un artículo aparecido en la revista Wired en 1997 firmado por John Carlin, en el cual se especulaba con los pormenores de una Guerra Informática, un gancho que no se usaba desde la 1ra parte de la saga (joder con un pariente directo de McClane, en este caso, su hija… ¡Están locos estos Romanos… digo, Terroristas!), un muy nutrido y variado abanico de escenas de acción, en distintos entornos y con altos grados de adrenalina,  pero sobre todo en sintonía con algunas exageraciones del cine de acción actual (The A-Team, The Losers, Salt, National Treasure, cualquiera de las 3 Transporter, etc), las cuales nos dejaron a John manejando un camión y enfrentando a un caza F-35 Lightning en una autopista, a John tirándole una camioneta a una Asiática que le dio para que tenga y reparta o a John -una vez más- derribando un helicóptero con una patrulla, la escena más querible de todo el film. Además la producción del film convocó a Len Wiseman para la dirección, que ya se había lucido con las 2 1ras Underworld, y para los papeles secundarios también estuvieron acertados: la estrella en ascenso Justin Long para componer al hacker que oficiará de co-equiper de Bruce Willis, Timothy Olyphant (Hitman, The Girl Next Door, Gone in 60 Seconds) para el terrorista al frente de todo el operativo y una preciosa y exótica Maggie Q (a quien ya habíamos visto en Mission: Impossible III). Mierda, ¡incluso convocaron a Kevin Smith para… para hacer de Kevin Smith! Bueno, no, no hace de él mismo, pero le pega en el palo. El resultado: un film muy entretenido, sólido y con diálogos y escenas memorables, que tranquilamente se posiciona justo detrás de Die Hard (1988) y le hace el mano a mano a Die Hard: With a Vengeance (1995).
Si, si, ya sé, no me equivoqué de film, querido lector, se que esta no es la reseña de aquella añorada y esperada 4ta parte, lo se. Quiero establecer un punto de referencia del porqué a veces la maquinaria de Hollywood, tan aceitada y con tanto camino recorrido, falla de manera estrepitosa, aún teniendo a Bruce Willis al frente.

De tal palo, tal astilla

El éxito de aquella 4ta parte (en taquilla y en cómo fue recibida por la crítica) puso los engranajes en marcha para otra secuela de la Saga, pero esta vez las cosas se hicieron de manera radicalmente distinta. El guión original fue encomendado a un casi ignoto Skip Woods, que tenía en su CV los guiones de Swordfish (2001), Hitman (2007), la remake de la clásica serie de acción The A-Team (2010) y… X-Men Origins: Wolverine (2009). Yo particularmente, si hubiera sido productor de este film, con ese mamarracho de película manchando la carrera de este muchacho, seguro no lo convocaba para la escritura de un guión que pretendía subir aún más la vara de donde la había dejado Live Free o Die Hard (2007), sobre todo teniendo en cuenta lo rico que podía ser el leitmotiv que proponían para esta secuela: McClane y su hijo en Moscú cargándose a centenares de Mafiosos Rusos. La elección del director no parecía demasiado corrida del eje, si bien este tal John Moore hacía 5 años que no dirigía un largometraje (el último había sido Max Payne, del 2008), tenía en su haber, como mínimo, aquella recordada Behind Enemy Lines (2001) con Owen Wilson y Gene Hackman.
Y cuando este largometraje se pone en marcha nada parece indicar que las decisiones que tomó la producción fueron erróneas: en 15 minutos de película tenemos una tremenda explosión en una corte, un tiroteo y una persecución del carajo por las calles de Moscú que termina con un excepcional accidente. Y ahí acaba todo. Si. La preciosa caza que se da con un Camión Blindado Ruso operado por Mafiosos que va destruyendo todo a su paso y que nos hace recordar aquella 1ra persecución del Tumbler Bat-Movile en Batman Begins es la mejor escena de acción de todo el film. De ahí en adelante la trama es tan plana, lineal, predecible (salvo por un par de giros inesperados que cualquier alma despierta de todos modos podría haber anticipado) y carente de gracia que cuando llegamos al final del recorrido nos sentimos un poco estafados. La película tenía todos los elementos necesarios para ser un gol de media cancha, y los trailers vaticinaban un descontrol de explosiones y tiroteos que nos volaría la peluca cada 30 segundos, sin embargo hay tantos tiempos muertos, tantos diálogos parcos y sin gracia y tantos FX’s mal aprovechados que me encontré reflexionando que lo más positivo del film eran los hermosos planos que tuvimos de esa fortaleza aérea Rusa denominada Mil-Mi 24 Hind, solo comparables con los que nos dio el clásico film de Sly Stallone, Rambo III (1998).

Desde Rusia con amor

Podría haber dejado pasar una trama lineal, si a la misma la llenaban con trepidantes escenas de acción y una química esperada y ajustada entre John y su hijo. Pero no sucede ni una cosa ni la otra: la auto-parodia, para que funcione bien, tiene que estar escrita con un puño muy afilado para que no aburra y se transforme en un abuso, que es lo que sucede acá. Ver todo el tiempo a McClane gritando a la nada misma que solo está de vacaciones y reconociendo que lo que mejor sabe hacer es matar villanos, como si se tratara de un Wolverine del Nacional B, es un despropósito para el personaje y la saga. Los que tenemos memoria bien sabemos que John lejos está de haber disfrutado cada uno de los quilombos en los que terminó metido. El goce y el disfrute del personaje pasó siempre por hacer lo correcto, a sabiendas que de que solo él puede porque, de todos los que en ese momento lo rodean, es el que más posibilidades tiene de lograrlo. Y esa característica del personaje apenas la vislumbramos en un único momento de esta película, cuando golpeados, heridos y con todas las de perder, Jack, su hijo, se hunde en un pozo depresivo ante la incertidumbre del camino a seguir… y es John quien lo ilumina y lo alienta a continuar con esta cruzada imposible aún teniendo todo en contra. Pero más allá de eso, la cantidad de concesiones que uno tiene que hacer con la trama para poder seguir inserto de forma entusiasta dentro del universo que plantea el film supera con creces la de las entregas anteriores, y eso termina desgastando la experiencia.

Forever Young

…que es lo contrario a lo que le está pasando a Bruce Willis, ¿no? Como a todos. John McClane envejeció, y en su 1er aparición en pantalla en el film eso se hace evidente. A la distancia pienso que era un buen momento para abordar sutilmente este tema, como lo hicieron en el final de Lethal Weapon 4 (1998) cuando los oficiales Martin Riggs y Roger Murtaugh a pesar de sus años deciden enfrentar a un joven y letal Jet Li que muy probablemente, movido por la venganza por la fatídica muerte de su hermano, iba a romperles cada uno de sus huesos.

Los elementos que hicieron el resto de las aventuras de John McClane disfrutables en A Good Day to Die Hard están completamente ausentes, y esto acusa un prematuro envejecimiento de la franquicia. Hay algo, un atisbo, de una temática que intentaron explotar: la relación padre-hijo. John y Jack por un lado, y un Ruso jodido que tienen que proteger y que estuvo encerrado 5 años y el re-encuentro con su hija, por el otro. Pero no van mucho más allá de un par de diálogos insulsos. Lo que quizás sí quedó en evidencia –sea verdad o no- es que los Rusos hacen las cosas de manera diferente, y eso se deja ver en la impunidad con la cual destruyeron medio Moscú, ya sea con un Camión Blindado en una persecución o destruyendo edificios desde el aire a tiro limpio con el Mil-Mi 24 Hind. También es evidente que los huevos son algo hereditario, por lo visto en Live Free… con la hija de John y ahora con su hijo, dado que, entre otras cosas, ambos entran ni más ni menos que a Chernobyl, al mismísimo epicentro del accidente ocurrido en 1986, armados hasta las pelotas pero… sin trajes que los protejan de una radiación aún activa y peligrosa. Y esto es apenas una de los infinitos momentos en los cuales nos preguntamos WTF? ¿Porqué nos muestran, en la misma Chernobyl, repetidas veces, un Ruso pelado con barba todo tatuado y con cara de jodido al cual luego en el momento del clímax jamás vemos? Nadie lo sabe. Pero esa no es la única ausencia: ¿Dónde están los villanos y sus puzles que han identificado a la saga desde hace 25 años? ¿Ir a Chernobyl a recuperar uranio para usarlo en armas, ese era el puzle? No, no hay plan, no hay misterio, McClane no tiene que decodificar nada, no hay amenazas inminentes, como mucho una conjetura de la CIA de lo que podría hacer cierto político Ruso con cierto poder. No importa lo ridículo de la premisa, en la saga el plot era algo siempre interesante. Aquí las cosas sencillamente van sucediendo una detrás de otra, y John y su hijo se ven apenas arrastrados a ellas. ¿Y los diálogos sarcásticos? No existen. La franquicia se había destacado en un momento dado por presentar films con tramas un poco más inteligentes de la norma, con grandes y memorables villanos y toneladas de acción. Acá tenemos villanos con motivaciones poco claras y un archivo como eje que nunca se termina de explicar del todo en qué radica su importancia, aunque se presupone tiene una débil conexión con el accidente ocurrido en Chernobyl, catástrofe que, por otro lado, por su dimensión y su contexto fue estudiada hasta el más mínimo detalle y hasta el menos despierto conoce los pormenores de la misma.
Si de algo nos sirve A Good Day to Die Hard es para entender que todo lo bueno tiene un final, y este film debería ser el FIN la franquicia Die Hard. Y no deberíamos preocuparnos por esto: los nostálgicos y fan de McClane siempre tendremos a mano esa navidad en las Torres del Nakatomi Plaza donde todo se fue a la mierda y un policía Newyorkino se cargó solito a 12 terroristas Alemanes. Y en patas.